LIBROS
«Obras como Joc brut o la recién reeditada Paso en falso están al nivel de Chester Himes o Patricia Highsmith»
Manuel de Pedrolo
Paso en falso
NAVONA EDITORIAL, 2018
Texto: CÉSAR PRIETO.
Manuel de Pedrolo es el escritor en catalán que más libros ha vendido. No es ajeno a este éxito el hecho de que su “Mecanoscrit del segon origen” —una distopía sobre una destrucción de casi toda la humanidad— sea lectura obligatoria en muchos institutos desde hace más de cuarenta años. Pero Pedrolo, de agitada vida, es mucho más que una lectura juvenil. Muy activo políticamente en tiempos de la guerra civil —se afilia a la CNT—, conservará toda su vida este carácter revolucionario y activista, llegando a ser el escritor que más conflictos tiene con la censura.
Pero ello no quita que Pedrolo, que cultiva todos los géneros y ofrece en sus obras multitud de estilos, cuando quiere sea esencialmente moderno. Sobre todo al acoger la novela negra, antes incluso de los años sesenta. No solamente es director de una de las más prestigiosas colecciones del género que ha dado la Península, “La cua de palla”, sino que practica el género con una brutal asimilación de las técnicas americanas, en unos años en que en castellano solo teníamos el ruralismo detectivesco del Plinio de García Pavón. Obras como Joc brut (Juego sucio) o la recién reeditada Paso en falso (Pas de ratlla, en su catalán original) están al nivel de Chester Himes o Patricia Highsmith. No les miento.
Este Paso en falso que ahora se reedita, apareció originalmente en 1972, aunque llevaba escrita desde 1958. El inicio no puede ser más desolador: un profesor ausente y desesperado vive en una pensión, que a la vez es hotel de habitaciones por horas para prostitutas. Estamos en pleno barrio chino de Barcelona. Hacía días, al llegar a la pensión una nueva camarera, se había enamorado de ella. Ambos inician un noviazgo. Parece que se les abre el cielo.
Dos técnicas literarias que entonces eran absoluta novedad —la modernidad está aquí— dominan en el texto y pueden despistar un tanto al lector en estas primeras páginas. Que siga adelante, sin temor, poco a poco irá ajustando la trama con piezas que iluminan todo. La primera es el juego de tiempos. Sin ningún tipo de marca, la acción se traslada del pasado al futuro y hay que estar atento al detalle para al final descubrir la línea temporal. Además son dos las acciones que discurren en paralelo sin tener aparentemente ninguna conexión. Únicamente al final, como normalmente se espera, coinciden.
La segunda técnica es más llamativa: la total y absoluta falta de narrador. Este behaviorismo —así se llama el punto de vista en cuestión, con una terminología que proviene de la psicología— hace que los personajes simplemente hablen sin guía, que no sepamos sus pensamientos y todo lo tengamos que adivinar por sus palabras. Así, pues, los personajes conversan, hacen cosas, sin que veamos la estructura causa-efecto. Tampoco hay problema, poco a poco se abren estos cauces y puede dar una continuidad a la historia. Y todo en medio de la tristeza de un amor estragado antes de tiempo y de bofetadas secas y durísimas al lector que llega, al término, casi sin aliento, a un final implacable, a una última imagen estremecedora, perfecta para cerrar los ojos.
–
Anterior crítica de libros: “Blackwood”, de Lois Duncan.