LIBROS
«Pocas veces he encontrado una primera novela tan fascinante en su lenguaje, su ambiente y su resolución»
Andrea Abreu
Panza de burro
EDITORIAL BARRETT, 2021
Texto: CÉSAR PRIETO.
Pocas veces he encontrado una primera novela tan fascinante en su lenguaje, su ambiente y su resolución. Andrea Abreu, a pesar de sus veinticinco años de plena juventud, realmente no es bisoña. Tras sus estudios de Periodismo ha escrito para diversos medios como 20 minutos o El País y es presencia recurrente en antologías de la poesía reciente. El manejo del lenguaje, con todo ello, se le supone; pero no hasta el punto de retorcerlo y exprimirlo como si poseyera todas las claves del dialecto canario, la tierra donde nació, en un pueblo en las montañas del norte de Tenerife. Entiendan: no es una novela escrita en dialecto canario, es una novela que utiliza ese habla para construir otra lengua exultante, fresca, feliz. Una lengua que parece recién inventada.
La trama no tiene nada de especial. La narradora y su amiga Isora pasan el último verano de su niñez entre la celebración del fin de curso y el día de la fiesta mayor del pueblo, que precede al inicio del siguiente. La familia de Isora posee una venta —una especie de colmado—; su madre ha fallecido, de su padre nada sabemos. La narradora vive con su abuela, sus padres regresan muy tarde de trabajar en el sur de la isla, ese paraíso de la construcción y la limpieza de hoteles.
El verano se presenta grato, libre. Las niñas miran el mundo sin entenderlo del todo —hay una sexualidad casi palpable, pero a la vez no entienden muy bien cómo llegan los hijos tras todo el proceso— y tienen miedo sin saber qué les da miedo. Apenas salen de las cuatro calles de su pueblo, pero su pueblo es un universo lleno de personajes fascinantes. Personajes que define la voz narrativa en global, por sus caras. Sus caras parecen de otro tiempo.
En particular, hay una sanadora, la señora Eufrasia, las familias, la bruja Gloria, Juanita Banana, que es un niño con el que jugar a muñecas; personajes de los que apenas hay un apunte, pero que resultan creíbles, deslumbrantes, llenos de vida. Hay novelas de tarde en la televisión y gentes de toda la vida, hay un mundo fuera que es el del turismo, hay mensajes en el «mésenye» en el que bucean las niñas en clases de informática, hay alusiones a la muerte de la madre de Isora… Porque en la novela no se explica nada, pero se sugiere todo.
Mezcla de lirismo y escatología, de sequedad y agua, la novela tiene una textura que es a la vez suave y agreste. El lirismo del barro y lo prohibido y el sexo como algo brutal y misterioso. Un mundo aún agrícola asaltado por las maravillas de la modernidad, por los cachivaches que las niñas —están descubriendo el mundo, están asistiendo a él sin entenderlo— manejan desde lo alto de su pueblo, allí en el barrio que está cerca del vulcán. Léanla, degusten todos esos componentes tan bien medidos, esa libertad total al escribir, déjense llevar y, tras ello, colóquenla bien puestecita en las estanterías de clásicos del siglo XXI, con unos huequecitos a un lado y a otro, porque se irá haciendo grande a medida que pasen los años.
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Anterior crítica de libros: Cabalgar toda la noche, de Carlota Gurt.