FONDO DE CATÁLOGO
«Escribía y cantaba desde las entrañas, poniendo el dedo en la llaga, sin enarbolar ninguna causa, sin un discurso impostado»
Se cumplen veinte años del rompedor debut discográfico de Bebe, Pafuera telarañas, con el que revolucionó el panorama y pasó de las pequeñas salas a los grandes escenarios y las emisoras mainstream. Arancha Moreno regresa a aquellas trece canciones.
Bebe
Pafuera telarañas
EMI, 2004
Texto: ARANCHA MORENO.
Pasa pocas veces que un artista salido prácticamente del anonimato irrumpe con la fuerza de un tornado en la industria musical. Ocurrió con Bebe, cuando publicó su debut discográfico, Pafuera telarañas, el 10 de mayo de 2004. El día después de su veintiséis cumpleaños lanzó al mundo el mejor regalo que pudo hacerse a sí misma: un repertorio muy personal, valiente, defendido con una voz propia, una voz que no se parecía a ninguna otra. Y trece canciones que sacudieron la escena mediática con las que sonó en todas las radios de España y logró colocarse en los primeros puestos de ventas, con —se dice— más de medio millón de copias despachadas. Ahí es nada.
Nacida accidentalmente en Valencia pero criada en Zafra, antes de editar su debut «vivía haciendo teatro, currando en bares, buscándome la vida como todo hijo de vecino», contó en un encuentro virtual en El Mundo en 2004. Para entonces la música ya corría alegremente por sus venas. Sus padres formaban parte de un proyecto de folk llamado Suberina y ella debutó en los noventa en el grupo Vanagloria. A primeros de siglo se dejaba ver en bares clásicos del circuito de la canción de autor, como el Búho Real de Madrid, junto a Markos Bayón, y salas de otro pelaje, como la Caracol. Aún hay quien la recuerda cantando “Todos dicen te quiero” con Tontxu. Pero en los recién estrenados 2000 Internet aún daba, como quien dice, sus primeros pasos, y no hay demasiados registros de aquellos tiempos, de los años antes de su explosión mediática.
La Bebe de 2004 citaba entre sus referentes letrísticos a Joaquín Sabina, Robe Iniesta o Jorge Drexler, y entre sus músicos y géneros favoritos desde la copla o el flamenco hasta el tango, pasando por la electrónica. En Bebe se daban la mano Los Chichos y Lauryn Hill, un eclecticismo que ejemplifica bien la autenticidad de una voz que ya bebía de muchas fuentes, cosa que se respira en su cancionero. En algún tramo del camino se cruzó con Carlos Jean, ya por entonces productor de Fangoria, Alejandro Sanz, Raphael, Pastora Soler o Peret, además de formar el dúo Najwajean junto a Najwa Nimri. Y aquel mano a mano con el productor, alumbró un disco que se radió hasta la saciedad desde su estreno, gracias, entre otras canciones, a su célebre “Malo”.
No tengo claro si revindicar el debut de Bebe, es cool o sigue enarcando la ceja de aquellos que desprecian el mainstream por sistema. Lo que tengo claro es que, despojado de cualquier prejuicio, es un muy buen disco. El primer trabajo de una artista que respiraba autenticidad y libertad por los cuatro costados. Escribía y cantaba desde las entrañas, poniendo el dedo en la llaga, sin necesidad de enarbolar ninguna causa, con naturalidad, sin un discurso impostado. «Estoy comprometida, pero no pretendo llevar una bandera, comprometidos tenemos que estar todos», recordaba en aquel encuentro con los lectores de El Mundo. Pero qué duda cabe que aquella canción zarandeó un puñado de conciencias, con su escritura directa y al mentón: «Cada vez que me dices puta / se hace tu cerebro / mucho más pequeño», escupía, en aquel canto contra la violencia de género.
Pero el poder de aquella canción no debe ocultar el resto de un disco que, de principio a fin, estaba plagado de canciones con entidad propia. Prácticamente cualquiera de ellas tenía alma de single. Por ejemplo, la inicial “Men señará”, donde coloca al oyente en un escenario concreto mientras deja claras sus ganas de viajar, de volar, de aprender, de vivir, con el acompañamiento, entre otros, de uno de los escuderos de Miguel Ríos, el guitarrista John Parsons. También la siguiente, “Ella”, cantando al empoderamiento cuando la palabra ni existía («Hoy vas a descubrir que el mundo es solo para ti / que nadie puede hacerte daño»), o ese canto al onanismo llamado “Con mis manos”. Canción tras canción, su voz se expresaba sin miedo, se hacía más viva y más fuerte, poniendo el foco en la vida y en la energía, pero también en otros agujeros menos explorados, como hacía en “Siempre me quedará”: «Y algo más que eso / me sorbiste el seso / y me desciende el peso / de este cuerpecito mío / se ha convertido en río». Hasta había un canto ecologista, “Ska de la Tierra”, en el que se lamentaba de lo que estábamos haciendo con el planeta, cuando Greta Thunberg aún andaba a gatas.
De aquel disco recuerdo “Como los olivos”, una canción de amor en la que seguía jugando con los géneros e incluso con los instrumentos, con ese saxo del legendario Arturo Soriano mientras Bebe nos llevaba, casi, de charanga. Todo eso combinado con las programaciones con las que Carlos Jean vistió gran parte de un álbum de una autora que hubiera funcionado perfectamente con una voz y una guitarra, con alma de cantautora, pero cuya impulsora jugaba con los ritmos, con los géneros, se dejaba llevar y nos arrastraba. Vivida y callejera, Bebe pasaba por cualquier escenario imaginable hasta el corte final, “Razones”, una canción a capella en la que demostraba que no necesitaba nada más, pero que disfrutaba jugando con todo.
Como Amparanoia con El poder de Machín, aunque con otros parámetros, el debut discográfico de Bebe rompió muchos esquemas, y no pasó desapercibido. Con él ganó el Grammy latino a la mejor nueva artista en 2005, y premios tan diversos como el Rompedores de Fronteras, que otorgaba la Comisión Europea a los músicos que más vendían fuera de su país natal. Ya entonces, volvía a liberarse de cualquier título o bandera: «No he roto ninguna frontera. No nos hemos encontrado nunca ninguna frontera, sino a mucha gente dándonos calor», dijo al recoger el premio. Pero desde luego, algo rompió, y sigue rompiéndolo cuando volvemos a aquel feliz y lejano 2004 en el que arrancó una carrera dispar, a caballo entre la música y la interpretación, sacudiendo el panorama con el carisma y la autenticidad que reflejó en aquel puñado de canciones.
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Anterior Fondo de catálogo: The Jim Jones Revue (2008), de Jim Jones Revue.