Buenas Noches Rose
La danza de araña
Ariola/BMG, 1998
Texto: JUANJO ORDÁS.
Buenas Noches Rose fueron a mediados de los 90 la gran sensación del undergound estatal. Buenas canciones, muy buenos discos y un gran nivel en directo les avalaban como futuras estrellas del rock español. Su visión del rock and roll setentero y el carisma de su vocalista Jordi Skywalker, les convertía en un grupo muy especial, en una apuesta segura para aquellos que deseaban olvidar el complejo de inferioridad español frente a homólogos musicales anglosajones. A los pocos años el grupo se disolvió, dejando por el camino tres discos absolutamente imprescindibles para cualquier seguidor del rock ibérico. Con el paso del tiempo, el merecido éxito de Rubén Pozo con Pereza y Alfredo Fernández con Le Punk acabaría por sepultar un pasado imprescindible para el aficionado al rock español.
La danza de araña fue un disco ciertamente arriesgado, un segundo largo denso, un paso de gigante respecto su homónico y destacable debut. Los temas directos quedaban en segundo plano, siendo los cortes de arreglos elaborados sintonizados con crudeza guitarrera los que acaparaban la mayor parte del LP. Pese a su madurez musical y experiencias en la carretera, de cara al público se trataba de una banda nueva, que no estaba aposentada en el mercado. Su discográfica, consciente de esto pero no de su potencial, poco hizo por promocionar un trabajo que se situaba, tranquilamente, por encima de cualquier lanzamiento nacional que se hiciera en ese año.
El grupo llegaba al estudio cargado de energía. Su debut les había llevado a las páginas de toda la prensa especializada, el público rockero comenzaba a conocerlos (llegaron a promocionarse tocando encima de un camión) y sus conciertos cosechaban excelentes críticas, llegando a actuar en Argentina en un festival en el que llamaron poderosamente la atención de Marilyn Manson. Todo este nuevo bagaje prendió la mecha en el estudio, la sana ambición musical les empujó hacia la libertad creativa y hacia el objetivo de dar lo mejor de sí mismos.
Contando con el experiementado Michael Tacci como ingeniero, elaboraron un disco absolutamente imprecindible, de sonido áspero y detallista, especialmente debido al interés de la banda por sonar cálidos y humanos, trabajando con amplificadores artesanales y equipo tradicional y analógico.
Con sus raíces e ideas hundidas en los sonidos del rock clásico, sacrificaron la espontaneidad en favor de la profundidad, creando parajes sonoros intrincados y adictivos. Cuando uno de los temas era particularmente directo, su sonido se trabajaba hasta convertirlo en algo especial, caso del rico desarrollo rítmico de un tema como «Madre», o del retorcido pop de «Campanilla». Los desarrollos instrumentales más abiertos venían de la mano de canciones como «Dulce rock and roll» o el lento blues «Rosa II», de guitarras entrelazadas en una maraña emocional que explotaba en un estribillo memorable. Hasta los temas de duración más corta estaban saturados de matices que dotaban al trabajo de una inmortalidad patente. El minutaje podía ser una trampa, la veloz «Espíritu de la carretera» estaba imbuída de un groove y ritmo perfectamente estructurado, exactamente igual que la genial «Hombre de arena».
La base rítmica de Roberto Aracil y Juan Pablo Otero sonaba con una robustez encomiable, las guitarras de Rubén y Alfredo rugían al son de la mejor tradición anglosajona y Jordi Skywalker se volcaba en cada interpretación vocal con aicerto y destreza. Nervio puro. La producción quedó en manos de sus hombres de confianza, Antonio Santos y Pablo Pinilla, lo cual se tradujo en una comodidad absoluta para los miembros de la banda.
Quizá una vez que la discográfica tuvo el producto en sus manos no supo exactamente que hacer con él. ¿A quién venderlo? La respuesta era fácil: a cualquiera sediento de buena música en castellano. Un lástima que los ejecutivos no lo vieran tan claro. La promoción no fue especialmente fuerte lo cual dificultó en gran medida su trascendencia a un público mayoritario o, al menos, un poco más amplio.