“Definitivamente, la paleta estilística de los mancunianos se había abierto a otros sonidos. La lengua de Morrissey y su facilidad para apuntar y acertar en la diana con sus dardos cargados de brutal ironía para la Familia Real británica hacía que música y letra caminaran en perfecta armonía”
Fue su tercer disco en apenas cuatro años, y para Fernando Ballesteros, el mejor de la intensa y efímera trayectoria de la banda de Morrisey. Hoy retrocedemos hasta 1986 para encontrarnos con el disco que albergó su célebre ‘There is a light that never goe out’.
The Smiths
“The Queen is dead”
ROUGH TRADE RECORDS, 1986
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Suelo zanjar en un par de segundos cualquier discusión sobre cuál es el mejor disco de The Smiths: me decanto por “The Queen is dead” y no me sacan de ahí. No me dejo. Y miren que el debate podría tener miga, porque hasta llegar a este punto, ya habían despachado un debut sobresaliente y una obra maestra indiscutible como “Meat is murder” para esa estación tan difícil para cualquier grupo que supone el segundo disco.
Vamos, que en 1986 The Smiths vivían en un estado de gracia que, en realidad, nunca abandonaron. Su carrera era intachable. Y para dejarlo aún más claro entregaron el disco que nos ocupa, una obra soberbia de principio a fin. La pareja Morrissey-Marr volvía a encargarse de la producción con la ayuda del ingeniero Stephen Street, quien ya había trabajado con ellos en su anterior entrega.
El resultado fue el mágico “The Queen is dead”, para muchos, el disco de la década si hablamos de pop de guitarras, por llamarlo de alguna forma muy genérica. Una obra que se abría con una canción, la homónima, cuyo sonido y ese torrente de guitarras con las que nos daba la bienvenida Johnny Marr, ya ponía sobre la pista de que estábamos ante algo grande. Definitivamente, la paleta estilística de los mancunianos se había abierto a otros sonidos. La lengua de Morrissey y su facilidad para apuntar y acertar en la diana con sus dardos cargados de brutal ironía para la Familia Real británica hacía que música y letra caminaran en perfecta armonía. Y eso que no era precisamente ésta la que dominaba en el grupo a estas alturas de la película.
‘Frankly, Mr. Shankly’ tiene un sonido semiacústico, con una melodía sobre la que Mozz se sincera a su manera, un contrapunto a la furia del corte inicial. Fiereza y tranquilidad, antes de que los surcos del disco nos llevan a ‘I Know it´s over’, para algunos, una de las canciones más tristes que se han escrito. La historia de un hundimiento de alguien que nos cuenta cómo puede sentir el suelo aplastándole la cabeza. Menos mal que ‘Cemetry gates’ vuelve a las melodías alegres y amables que dejamos atrás con ‘Franky Mr. Shankly’, para redondear una de esas canciones de sonido radiante que corona ese sonido de guitarra de Marr tan inconfundible.
Los riffs poderosos tienen cabida, una vez más, en ‘Bigmouth strikes again’. Poderío instrumental y una letra marca de la casa, cargada de ironía y acidez, que Morrissey canta con energía y ‘The boy with the thorn in his side’ también presenta un sonido alegre, casi optimista, que le canta al incomprendido al que tantas veces han acompañado los de Manchester. Porque piensen ahora, si estudiaron entre el 84 y el 94 aproximadamente, en ese compañero de clase (si no era usted, amigo lector), algo introvertido y muy, muy fan de los Smiths, que difundía (o intentaba hacerlo) la palabra de los de Morrissey entre sus compañeros. Más allá de planes de estudio y cambios de leyes educativas, durante esos diez años no hubo un aula en este país, o esa es mi impresión y experiencia, en la que faltara un individuo como el descrito. Y eso aquí… imaginen en las islas.
Y qué decir de ‘There is a light that never goes out’, uno de esos títulos que se cuela por méritos propios entre el grupo de canciones que roza la perfección. Esto es pop, señores.
‘Some girls are bigger than other’, pone el punto final a un disco que, después de 37 minutos de música, se queda para toda la vida. Y lo hace para cambiarla… a mejor, claro.
En definitiva, en “The Queen is dead” lo que más llama la atención es la variedad y las ganas de buscar algo nuevo, sobre todo cuando hablamos de un grupo con un sonido tan personal y definido que a estas alturas de su carrera ya había encontrado su propio lenguaje musical. Lejos de recrearse en los logos del pasado, The Smiths, quizás casi sabedores de que el final estaba ya cerca, se lanzaron a conseguir otros nuevos y a fe que alcanzaron los objetivos.
Y es que aquí, al salto musical se unía el literario, esta vez Mozz, no se lanzaba de cabeza hacia sus miserias. De hecho, por momentos trataba de marcar distancias con ellas e incluso disfrutarlas. A su manera.
Dicen que todo lo bueno se hace esperar, aunque en este caso fueron los problemas legales con Rough Trade los que retrasaron la edición del disco durante siete meses. Finalmente, en junio de 1986 vio la luz este disco. Y desde la cima artística, la banda iniciaba un camino vertiginoso hacia la separación que se produjo en la primavera de 1987, tras el también destacable “Strangeways here we come”. Primero, la adicción a la heroína del bajista Andy Rourke motivó su expulsión y la llegada de Craig Gammon. Además, los conflictos de egos eran cada vez más fuertes entre cantante y guitarrista y amenazaban con que, de un momento a otro, todo podía terminar saltando por los aires.
Y lo que parecía inevitable, ocurrió. Tras el abandono de Marr, que fue el primero que se bajó del barco antes de sucumbir a las tensiones desbordadas, llegó el irremediable final. Morrissey reconoció que sin Johnny no habría The Smiths. Y cumplió su palabra, igual que lo ha hecho el grupo que, desde el minuto uno tras su separación, dijo que nunca volvería. Que eso haya sido bueno o malo es otro debate, para otro momento.
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