“Hay que saber cuándo escuchar ‘Bloodflowers’, no se trata de un disco para pasar el rato, no hay que dejarse coger desprevenido por él porque se corre el peligro de desbordarse”
The Cure
“Bloodflowers”
POLYDOR, 2000
Texto: JUANJO ORDÁS.
A veces la polémica alrededor de un álbum no le beneficia. En el caso de “Bloodflowers”, le restó credibilidad. Quizá adrede, quizá no, en el momento de su lanzamiento se comenzó a hablar del que era el nuevo trabajo de The Cure como su canto de cisne, su adiós definitivo. Obviamente, no fue tal, pero, sin duda, todo ese ruido impidió que el álbum se comentara por sus propios méritos, que eran bastantes. Además, Robert Smith no dudó a la hora de insertar el disco como tercera y última parte de un tríptico formado por “Pornography” (1982) y “Desintegration” (1989), y no desencajaba, además hay que creer a los músicos cuando hablan de su obra, pero ello implicaba una comparación con los citados álbumes, frente a los que solo por leyenda, palidecía. Y “Bloodflowers” era una obra notable que se sostenía por sí misma. Agobiante, romántica y depresiva. La banda sonora perfecta para el otoño más melancólico. No en vano, ‘The last day of summer’ (‘El último día de verano’) era una de las grandes piezas que incluía.
La duración de las piezas era generosa, con música y letras creciendo como la marea hasta acabar ahogando al oyente, arrastrándolo a un mar tempestuoso en el que no hay nada a lo que aferrarse, en el que la única opción es disfrutar del torrente emocional desatado por un Robert Smith en plenitud de facultades después de un disco como fue su predecesor, el luminoso y pop “Wild moon swings”. Ahora Smith volvía para satisfacer a sus fieles fans con lo que estos más disfrutan, la melancolía. Y desde luego que él también debía desear retornar a estas formas musicales cuando consiguió firmar una obra tan redonda y triste.
Hay que saber cuándo escuchar “Bloodflowers”, no se trata de un disco para pasar el rato, no hay que dejarse coger desprevenido por él porque se corre el peligro de desbordarse. Mejor ponerse las gafas de buzo, un ramo de flores marchitas y darse un chapuzón entre fantasmas de todo lo que no volverá y Smith decide cantar. Y ahí cabe el bloqueo del compositor capaz de dinamitar toda su carrera si es necesario (‘Maybe someday’), la perdida del norte (‘Watching me fall’) o la destrucción sentimental (‘The loudest sound’). Todo en un entramado musical laberíntico, con guitarras hipnóticas que copulan con delicados teclados sobre una base rítmica realmente interesante, rica en matices.
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