«Siguiendo la línea crepuscular de ‘Aja’ y ‘Gaucho’, los últimos trabajos por aquel entonces de Steely Dan, Donald Fagen quiso recuperar el tejido perdido de la Norteamérica soñada»
Donald Fagen
“The nigthfly”
WARNER, 1982
Texto: GERNOT DUDDA.
Dedicado a Antonio Fernández, in memoriam (1953-2013).
Dice Carlos Boyero que cada año se ve entera, una y otra vez, toda la saga completa de “El Padrino”. Pues bien, yo, cada dos meses, me escucho sin cansarme nunca esta primera obra en solitario grabada por el cantante de los geniales Steely Dan. “The nightfly” no suele aparecer entre los mejores cien discos de la Historia (craso error). Sin embargo no hay nadie que sea capaz de discutirle su rango de consagrado disco de culto, de clásico sin fisuras. Empezando por la simpatía que ha despertado siempre entre el gremio de los técnicos de sonido, que gracias a su anónimo ejemplo personal han podido revelar y demostrar su cualificadísimo nivel sonoro. Puedo enumerar una larga lista de conciertos importantes –el artista es lo de menos– cuyo técnico no ha dejado de aprovechar esos valiosísimos minutos en los que el estadio se va llenando para enchufar el disco en su integridad. De forma subliminal y ambiental si quieres, pero consistente. Qué mejor tributo que este.
Siguiendo la línea crepuscular de “Aja” y “Gaucho”, los últimos trabajos por aquel entonces de Steely Dan, Donald Fagen quiso recuperar el tejido perdido de la Norteamérica soñada. Aquella imagen en blanco y negro de la era Truman y Eisenhower (por la que pasaba el jazz de Count Basie y Duke Ellington, los musicales de Hollywood/Broadway, la sólida factoría del Tin Pan Alley o las entrañables agrupaciones de doo-wop). En otras palabras, una vuelta a cualquier ejercicio sonoro claramente anterior al rock and roll, lo que me consta fue una maniobra deliberada y bien subrayada por el propio autor para remarcar su lado “cool” en un momento –primeros años ochenta– musicalmente conocido por sus excesos. Piezas como ‘I.G.Y.’, que refleja la obsesión de la época por la ciencia ficción (afición compartida por un tipo como Ry Cooder), o ‘New frontier’ (irónica alusión a la Nueva Frontera promulgada por J.F. Kennedy), son hijas del “status quo” propiciado por la Guerra Fría. La amenaza atómica a lo mejor era solo una excusa para poder echar un polvo dentro del refugio anti-atómico (ver videoclip de ‘New frontier’), pero alguna utilidad tenía que tener. La idea es genial: servirse de la imagen de un locutor nocturno de radio, Lester The Nightfly. Uno de esos personajes fascinantes a lo Jesús Quintero que llevan “jazz y conversación” a las vidas de sus afortunados insomnes (lo que refleja una portada impagable).
El álbum se abre de la mejor forma posible. ‘I.G.Y.’ (siglas de International Geophysical Year) nos acerca a esa ciencia ficción que tanto le gusta a Fagen –mitad ironía, mitad fantasía–, que mantendrá ya de forma monográfica en su siguiente trabajo, ‘Kamakiriad’ (1993). Brillan los metales de los hermanos Brecker, y James Gadson y Jeff Porcaro se disputan con acierto la batería. ‘Green flower street’ y ‘New frontier’ cuentan con soberbios solos del gran Larry Carlton y rompen la pana con ese característico marchamo rítmico (que en el fondo es la propia “driving force” de todo el álbum, algo que curiosamente no le hace mucho más diferente al pulso vital de Kraftwerk). ‘Maxine’ es satinado duduá jazzy, otro de esos temas grandiosos en los que se permite colar sus múltiples alusiones latinas, aunque con la perspectiva de un dandy de Manhattan. La multiplexada voz de Fagen clonándose hasta la extenuación en un multipistas bien rociado de rever contribuye a aupar ‘Ruby baby’ en el podio de todo el trabajo. No le desmerece ‘Walk between raindrops’, que podría pasar por un homenaje al viejo Louis Prima y quizá por eso la versionó muy oportunamente Gegé Telesforo en 1993 en su disco con los Boparazzi.
Faltan por citar ‘The nightfly’ y ‘The goodbye look’, los dos temas que completan una selección inmejorable en la que cada pieza cobra clara vida propia y sabe formar al mismo tiempo parte de una indisoluble foto de grupo. En clara oposición a la opulencia sonora que en aquel momento planteaba Quincy Jones desde la Costa Oeste, la producción de Gary Katz –imprescindible en los últimos trabajos de Steely Dan, ¡y aquí!– buscaba hallazgos basados en la concreción y mirando siempre a los ojos de la propia canción.
Como siempre han marcado las reglas del Sr. Steely Dan: sin carencias ni excesos. ¡Qué grande es ser “cool”!
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Anterior entrega de Operación rescate: “Memoria del porvenir”, de Radio Futura