Moby
Animal rights
ELEKTRA/WARNER, 1997
Texto: JUANJO ORDÁS.
De haberse editado en otras circunstancias, Animal rights podría haber sido uno de los discos más transgresores de la década de los 90. No en su contenido pero sí en su forma. ¿Qué ocurrió? Sencillamente que Moby era una promesa de la música electrónica en busca de la consolidación, distando mucho de la estrella musical que es hoy día. Si en la actualidad se descolgara con un álbum como el que nos ocupa, creed que la repercusión y la controversia habrían saltado a su espalda. Básicamente, Animal rights es el disco punk de Moby, un trabajo en el que la electrónica se empleaba como medio, no como fin y en el que el músico desataba guitarras y voces abrasivas.
El fondo musical del neoyorquino no sólo se componía de vanguardia y frialdad: La música de guitarras, el punk, había formado parte de su crecimiento personal, habiendo militado en combos del género antes de ser absorbido por el house. Fue esa rabiosa crudeza de juventud la que inspiró Animal rights, un trabajo muy criticado en 1997, cuando las fronteras entre géneros eran bastante más gruesas que ahora. Qué duda cabe que el músico se jugó la cabeza y a punto estuvo de perderla, pues el disco fracasó en las listas de ventas aunque eso no le supondría ningún problema a su creador, quien se dio el gusto de presentarlo en vivo y revivir su juventud. Una locura, especialmente viniendo de un tipo que estaba comenzado a despuntar en el panorama electrónico y que, de pronto, comenzaba a emitir salvajes alaridos y a rasgar la seis cuerdas.
Evidentemente, esta obra constaba de un fuerte componente electrónico aunque amortiguado por la sabia mano del ingeniero de sonido Alan Moulder y el propio Moby. Así, las programaciones suenan naturales, las baterías maquinales casi humanas y los efectos de las guitarras experimentales pero sin excesos. Y lo más importante de todo, las canciones eran de una calidad absoluta, adictivas en algunos casos. Perfectas excusas para la breve anarquía personal y para ceder terreno ante un extraño que se acomoda en el salón del rock and roll.
Con las credenciales presentadas, el lector puede hacerse una idea del contenido de Animal rights, aunque en el camino el hábil Moby distribuyó unas cuantas joyas que rompían ideas preconcebidas y aumentaban el interes por el compacto. Sí, claro, hemos citado el punk y punk había en geniales ejemplos de inteligencia musical, de adaptación: «Someone to love», «Heavy flow» o «My love will never die» eran verdaderas patadas a la cara. ¿Acaso hay algo más punk que un artista introduciéndose en territorios que no le competen? ¿Hay algo más «looser» que fracasar a nivel comercial con un muy buen disco? Pero, efectivamente, había altos en el camino, pequeños subterfugios para que afloraran otros intereses del genio electrónico. El gancho más comercial venía de la mano del descarado primer single «That’s when I reach for my revolver», versión de los punks Mission From Burma ideal para tomar la MTV, eso sí, previa censura que obligó a cambiar parte de su estribillo. Este movimiento de aparente debilidad por parte de Moby no debería tomarse como tal, sino como por un gran interés de cara a impedir que el disco no llegara al público por falta de promoción. A nivel comercial, también se incluía un tema sumamente potente de grunge concentrado bautizado como «Say it’s all mine», perfecto para enganchar a las generaciones más influidas por el sonido Seattle. Pero los contrastes no finalizaban ahí, pues a lo largo del minutaje se esparce algún que otro instrumental tan relajado que la oposición con el grueso del trabajo resulta aún más radical.
Animal rights, interesante a nivel antropológico y a nivel musical aunque sepultado por la posterior producción de músico que alcanzaría el estrellato del que hoy disfruta a nivel popular.