«Es principalmente el álbum que destapa el talento compositor de José María Granados. En aquellos días joven maestro en capturar sensaciones e inquietudes postadolescentes y transformarlas en canción»
Mamá
«El último bar»
POLYDOR, 1981
Texto: JUAN PUCHADES.
Los madrileños Mamá no tuvieron excesiva suerte con sus discos, y lo mejor es que no se abstenían de comentarlo en público: tras un magnífico epé de debut (que no les gustó cómo quedó), lanzaron su primer elepé, «El último bar» y no tardaron en decir que no capturaba la esencia del grupo, que la producción había sido un error… Pero lo bien cierto es que para sus seguidores, de tanto poner el vinilo en el plato, no nos importó lo más mínimo que no reflejara la esencia de Mamá: ahí estaba esa colección de canciones fogosas –que habíamos escuchado en la radio en versiones maqueteras– sonando en casa siempre que queríamos, y lo demás importaba poco. Hasta la portada tenía su aquel, su punto narrativo encerrado en su torpe realización. ¡Lo que dio de sí este disco! Que uno, para qué ocultarlo, se sabe de memoria.
«El último bar’ es, principalmente, el álbum que destapa el talento compositor de José María Granados. En aquellos días joven maestro en capturar sensaciones e inquietudes postadolescentes y transformarlas en canción: con mirada lúcida rubricaba textos inteligentes (con lenguaje coloquial y expresiones de la época) hilados en espléndidas melodías pop-rock. Así dejó delicias como ‘Escóndete’ (sobre el crecimiento y el miedo a enfrentar el mundo exterior), ‘El número equivocado’ (ella, bastante pérfida, le da a él un número de teléfono erróneo) o ‘Ligarse a Vicky’ (lo que hay que hacer para ligarse a una chica), la inolvidable ‘Chica cruel’ (gran letra: «Tu desprecio es para mí / muchas noches sin dormir, / moñas para olvidar / que tú no me quieres, / que tú no me hablas») o la sensible, con sus aires retro de los sesenta, ‘Hora punta en el metro’ (los amores adolescentes que no se olvidan: «Bajaba el andén / y me la crucé, / llevaba prisa, / ella también. / Hora punta en el metro. / Diez años atrás / junto a su portal, / el primer beso / a mí me dio, / quizás lo haya olvidado. / La recordé con coletas y calcetines balncos/ volviendo de su colegio. / Abrazo en el rincón / temblando de emoción»). Pero Granados también tenía un lado callejero que se dejaba traslucir en ‘El último bar’ y ‘Estás muerto’, el que más conectaba con el sentido rítmico de Manolo Mené, que aquí aportó la totémica ‘Amor de cuatro horas’: «Recuerdas, tú me recuerdas, / tú me recuerdas como hago yo. / Amor de cuatro horas / piensas que de ti ya me olvidé, amor de cuatro horas, / piensa que algún día yo regresaré. / Gloria, te quise yo». Menuda pareja formaban, porque aunque Mené se prodigaba poco (también dejó en este debut la excelsa ‘Buscándote a ti’), era un portento.
Es cierto que el «El último bar» se sostiene por las canciones y que se resiente de una producción demasiado ochentera (la batería suena realmente mal y los teclados, por momentos, resultan horribles, y a las voces les falta definición), pero nada que ver con muchos de los dislates que se grabaron por entonces, incluyendo el segundo disco de los propios Mamá… No es que este disco haya pasado a la historia mayor del pop español, pero eso importa poco, lo verdaderamente importante es que fue una de las obras que nos abrieron la puerta al nuevo mundo pop en los primeros ochenta. Quien quiera saber cómo sonaban estas canciones en el local de ensayo, que se haga con el imprescindible cedé «El show empieza. Las maquetas» (editado por Rock Indiana).
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