“Temas grabados en Londres, bajo el asesoramiento de Ivor Raymonde, un famoso compositor y arreglista que llegó a trabajar con artistas como Dusty Springfield, Tom Jones o The Walker Brothers”
Los Bravos
“Los Bravos”
COLUMBIA, 1966
Texto: CÉSAR CAMPOY.
En dura pugna con Los Brincos, y en una ambiciosa campaña ideada por el músico Manolo García y el visionario productor Alain Milhaud, Los Bravos se habían convertido, en apenas unos pocos meses, en uno de los mayores fenómenos musicales y de fans de la historia de la música hispana moderna. La segunda mitad de aquel 1966 resultó increíblemente productiva para aquella banda surgida de la fusión de Los Sonor y Mike y Los Runaways: A la buena acogida, en las listas, conseguida por ‘La parada del autobús’, siguió el bombazo internacional de ‘Black is black’, la edición del no menos exitoso ‘La moto’ (polémica incluida con Los Pasos), y la publicación de un flamante elepé, repleto de curiosidades. Afortunadamente, el concepto long play (ya no solo como recopilación de material previo, sino, también, como producto independiente y con personalidad propia) comenzaba a ser considerado, ya no habitual, sino también imprescindible, para cualquier banda de pop con pretensiones. Un camino que habían desarrollado Los Brincos, que, además, popularizaron aquello de buscar en el extranjero estudio de grabación y técnicos de sonido con el objetivo de internacionalizar el proyecto.
En este sentido, y gracias a la experiencia, buen hacer y poder de control de la banda de Milhaud, Los Bravos consiguieron ganar la partida a los de ‘Mejor’. Antes de que acabara aquel 1966, Mike, Pablo, Miguel, Tony y Manolo ya habían paseado su arte por países como Mónaco, Inglaterra, Alemania, Países Bajos o Italia; habían regresado de una gira frustrada por los Estados Unidos; habían vendido más de un millón de copias, en todo el mundo, de ‘Black is black’, y habían actuado en el mismísimo Olympia parisino.
En medio de todo este maremagno, Columbia había publicado un primer elepé, que, repleto de grandes composiciones (cinco de ellas, firmadas por Manolo Díaz), es una verdadera joya para los amantes de la música, porque encierra algunas excelentes curiosidades.
Apenas unas semanas después de la presentación oficial de Los Bravos, Milhaud había conseguido sellar varios acuerdos en Londres, a través de los cuales los próximos temas de la marca musical recién creada serían grabados en los estudios de DECCA, bajo el asesoramiento de Ivor Raymonde, un famoso compositor y arreglista que llegó a trabajar con artistas como Dusty Springfield, Tom Jones o The Walker Brothers. Además, Los Bravos podrían contar con algunos temas del catálogo del sello, que incluía composiciones de multitud de creadores. La figura de Raymonde, sin duda, será trascendental en el sonido definitivo del quinteto. Además de compositor, Raymonde destacará por su facilidad para adaptar al espíritu anglosajón algunos temas de Manolo Díaz y, sobre todo, por dotar de unos arreglos definitivos y grandiosos toda aquella primera cosecha, registrada en tierras londinenses, que se integrará en el primer larga duración del conjunto. Las doce composiciones que nos ocupan serán grabadas, a partir de abril de 1966, bajo la dirección musical y el mimo de Ivor, la producción de Milhaud y la habilidad en la mesa del por entonces joven ingeniero Bill Price, un profesional por cuyas manos acabarán pasando artistas tan dispares como Tom Jones, Eric Clapton, The Moody Blues, Mott the Hoople, Pink Floyd, Paul McCartney, Elton John, The Pretenders, The Waterboys, The Clash o los mismísimos Sex Pistols (sí, en el «Never mind the bollocks, here’s the Sex Pistols»).
La emblemática portada española ya es toda una declaración de intenciones. Los Bravos se han convertido en toda una referencia internacional, y sus integrantes pasan más tiempo subidos a un avión que en sus propios domicilios. Iberia se encarga de que esa “spanish invasion” llegue a buen puerto. Eso sí, si nos fijamos, Mike aparece dentro de la aeronave, mientras sus compañeros permanecen en la escalerilla. Sin duda, un perfecto reflejo del devenir del grupo, repleto de altibajos, sobre todo, propiciados por la complicada manera de ser del cantante teutón.
Tan internacional es la vocación de ese primer elepé que, de hecho, todos los temas incluidos en él están interpretados en inglés, y ninguno de los músicos españoles de la banda tocará ni un solo instrumento en las sesiones de grabación en la capital británica. Por cuestiones sindicales, lo harán afamados músicos de sesión. Eso sí, Mike brindará su característica y potente voz, mientras el resto de la banda colaborará con algunos coros. Este long play poco tiene que ver con la estrategia ideada por Milhaud para el mercado español. Es más, alguna de las versiones en castellano de varios temas que lo integran, como veremos, tendrá, incluso, una instrumentación diferente. El proyecto Bravos se jugaba a dos bandas.
Entrando ya en harina, la cara A de este histórico disco se abre con la brillante ‘Trapped’, compuesta por Phil Coulter y Bill Martin (como hemos apuntado, el catálogo editorial de DECCA era inagotable). Primer disparo para dejar las cosas claras: Pese a la dilatada y contrastada experiencia interpretativa de Manolo, Tony, Miguel y Pablo, y teniendo en cuenta que ninguno de ellos demostrará su buen hacer en los estudios londinenses, el conglomerado de mentes que dirige el proyecto ha decidido que Los Bravos no son un conjunto. Raymonde tiene libertad absoluta para tirar, al máximo, de arreglos. Sí, la sección rítmica marca el tempo, pero son los vientos y un recurrente efecto de sonido de campana (recuperada, también, por ejemplo, para ‘Black is black’) los actores principales que han de convertirse en el colchón perfecto para el protagonista central de la obra: Mike Kennedy. El resultado es efectivo, directo, optimista, pero, cuidado, aquello no recuerda a un típico conjunto beat.
Acto seguido, es el turno de uno de los innumerables medios tiempos de tono romántico que pueblan el repertorio del grupo. ‘Baby, baby’, compuesta por Díaz y remozada por Raymonde, rezuma elegancia a partir de unas sobrias líneas de guitarra y órgano, aderezadas con unos arreglos orquestales que, por momentos, confieren a la criatura elementos easy-listening.
Sigue su senda ‘Make it easy for me’ (versión internacional, vía Colin Butler, del ‘Don Felipón’ del omnipresente Manolo Díaz). Dulce y emotiva, se asienta en unos coquetos coros, pinceladas a base de guitarra y teclado y, sobre todo, una trompeta de aires mexicanos.
‘She believes in me’, compuesta por Dario Bembo, Peter Callender y Vito Pallavicini (Mina, Celentano –la mismísima ‘Azzurro’–, Dallara, Donaggio o Di Bari), profundiza en el concepto “ambiciosa orquestación al servicio de portentosa voz”. Mike se recrea, sobre todo en la recta final, navegando entre teclados, vientos, xilófonos y demás elementos de percusión, a partir de una composición, por momentos, épica, y que demuestra que el conjunto está a la altura de cualquier producción de nivel de aquella época.
La primera cara del vinilo se cerraba con dos creaciones del trío Tom Hayes/Steve Wadey/Michelle Grainger. La primera de ellas, ‘Will you always love me’, es una melosa y sencilla pieza pop que apenas aporta nada nuevo, y que depurados arreglos consiguen resucitar. Sobre la segunda, poco que contar a estas alturas: Una batería que secunda uno de los endemoniados riffs de bajo más populares de la historia, una línea de guitarra que se incorpora imitándolo, un teclado vigoroso que sigue el mismo camino, un “muro de sonido” que irrumpe para contribuir a este medio minuto de éxtasis, explosión, y un Mike Kennedy crecido, pletórico de desparpajo escupiendo aquello de “Black is black / I want my baby back / It’s gray, it’s gray / Since she went away, Ooh-Ooh”. Un tema prácticamente redondo, (aquí, sí) de banda, bailable, desafiante, chulesco, repleto de euforia. Nada sobra. La diplomáticamente desconcertante ejecución de batería es soberbia, los innumerables arreglos no molestan (¿recuerdan aquellas campanas?), los sonidos logrados con el teclado embriagan, los lúcidos coros te atrapan… al final, todo desemboca en un cierre vibrante, ideal para ser interpretado en directo. Tras tamaña provocación, ¿cómo resistirse a dar la vuelta al disco, no sin antes volver a escuchar unas cuantas veces más ‘Black is black’?
Y es que la cara B se abre con otra revisión en inglés de un tema compuesto por Díaz, en este caso, el ‘Stop that girl’, basado en la, por entonces, ya popular ‘La parada del autobús’. Carácter festivo, casi verbenero (coros, pitos, claxon), dignificado por la mano de Raymonde, para dar paso a otra creación del trío Hayes/Wadey/Grainger, ‘Give me a chance’, mucho menos impactante que su millonaria criatura, pero, hasta cierto punto, efectiva, al apoyarse en unos resultones coros souleros y ciertos elementos que huelen a R&B, pese a que el envoltorio sea el de una pieza netamente pop. Justamente en las antípodas de otro de los temas de Coulter y Martin, especializados en ritmos frenéticos y electrizantes: ‘I’m cuttin’ out’ es otra de las sorpresas del disco. Los increíbles registros de Mike resultan ideales para esta mole de beat y soul que vive de una sección rítmica que intimida, unos vientos punzantes, unos coros desgarrados y una guitarra sucia y traicionera. Tras una pieza de estas características tan solo podría llegar otro tierno medio tiempo. ‘Two kinds of lovers’, compuesto por Al Kasha y Joel Hirschhorn (efectivamente, los de los dos Oscar), es tan dramático como desconcertante. Sin duda, huele más a digno tema de banda sonora (ya apuntaban maneras sus autores) que a típica pieza de repertorio de grupo sesentero.
‘You won’t get far’, la revisión de ‘La primera amistad’, de Díaz, irrumpe sin llamar demasiado la atención, y consigue que el último tema de este elepé nos pille con la guarda baja. Sin lugar a dudas, ‘Baby, believe me’ representa otro de los momentos cumbre de esta colección de canciones. No es otra cosa que la adaptación para el mercado internacional, de ‘La moto’, llevada a cabo por Raymonde. Y menuda adaptación. De hecho, cualquiera diría que nos encontramos ante el mismo tema. Este ‘Baby, believe me’, efectivamente, confirma una de las ideas que planteábamos al principio: Ivor no tenía en mente una banda cuando ideaba sus arreglos y estructuras musicales. Por contra, la versión original de ‘La moto’, claro que sí, representa todo lo contrario: Los Bravos, es decir, Mike, Manolo, Tony, Miguel y Pablo, en estado puro; como auténtica banda de beat (ese solo de guitarra), curtida en cientos de conciertos (aquellos Runaways que, de club en club, en Colonia, acabaron topándose con un explosivo alemán llamado Michael Volker Kögel). De hecho, esa pista cruda, desnuda, directa de ‘La moto’, la que más repercusión tuvo en el mercado hispano, fue la única grabada por los miembros originales del conjunto, en Londres, aprisa, casi en directo, de tapadillo, aprovechando un descanso de los músicos de sesión. ‘Baby, believe me’ no tiene nada que ver con todo esto. Eso sí, no deja de ser un ejercicio de artesanía de altura, a partir de una composición, en principio, sencilla aunque, por supuesto, resultona. Huele a elegante orquesta pop sesentera, invita a descubrir incontables arreglos, a disfrutar con deliciosas pinceladas de percusión, a degustar un Mike que siempre se sintió más cómodo tratando de paladear el inglés que vomitando el castellano, y a sentir la euforia que emana de su estribillo. Dignísimo final de fiesta para un elepé que cumple las expectativas con las que fue ideado: convertirse en un producto internacional, casi de laboratorio, para lucimiento de una voz con futuro.
Como no podía ser de otra manera, aquel primer elepé de Los Bravos fue editado en medio mundo. Una edición norteamericana, sin ir más lejos, sustituyó los temas ‘Will you always love me’, ‘Give me a chance’ y ‘Two kinds of lovers’, por ‘I want a name’ (cara B del sencillo ‘Black is black’, firmada, también, por Raymonde y Díaz), y ‘I don’t care’ y ‘Don’t be left out in the cold’, dos temas que habían formado parte de un single que no fue editado en España.
Aparte de tratar de encontrar un ejemplar original de la época, el melómano tiene la opción de disfrutar de esta fabulosa creación, en formato cedé, bien buscando en el mercado una reedición de 1999, que incluía, tanto este elepé como el último del grupo, “Ilustrísimos Bravos” (publicado, originalmente, en 1969), como una completísima revisión, de 2002, acompañada de doce temas extra. Ambas, bajo el sello de BMG.
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