Juan Pardo
«Natural»
ERIKA/ZAFIRO, 1972.
Texto: DARÍO VICO.
A principios de los setenta Juan Pardo todavía era un músico con conexiones pop. Aún no se había comprado ese tremendo arsenal de chaquetas azul marino con botones dorados ni dado un giro radical a su manera de entender casi todo en esta vida que le convirtió en un icono del ideal de canción ligera, pero moderna, para el fascioprogresismo, y mucho menos en el trovador de las aldeas gallegas en el que ha devenido.
No estaban lejanos los tiempos de Los Brincos e incluso en su etapa junto a Junior había grabado canciones interesantes como “Nada”. Cierto es que, ya en sus primeras obras en solitario, había buscado un sonido ampuloso que daba que sospechar. Pero para este disco declaró aspirar a “un sonido natural, que no es algo nuevo ni una copia, sino un sentimiento que comparten muchos músicos ahora mismo”, como declaraba en las páginas de la revista «Mundo Joven». Entre esos músicos se refería, principalmente, al Cat Stevens premusulmán, que influye notablemente en el sonido de este disco y la imagen de su autor.
«Natural», una isla en su producción, es un disco casi acústico, grabado con músicos del calibre –bien es cierto que posterior– de Chris Spedinng y cantado en inglés. Sí señores, veintitantos años antes de que lo consiguieran Dover, Pardo llegó al número uno con un disco íntegramente en el idioma del Wall Street Institute. Aunque ha envejecido bastante, y contiene temas que rechinan bastante, hay canciones como la que le da título en la que la atmósfera posthippy aún idealista de los primeros setenta está recogida con precisión de realidad virtual. En la promoción de su continuador, “My guitar”, Pardo renegó del disco, de su sonido y del productor, David Pardo: “El problema es que a él no le gustan ni mis canciones ni mi voz”. Y lo cierto es que en su decisión de atemperar la tendencia al lloriqueo del cantante y dejarlo en un deje de simple melancolía se encuentra gran parte del atractivo de este «Natural».
[Texto publicado originalmente en EFE EME 3, de enero de 1999]
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