«Le supuso a Raimundo salir de esa marginalidad para entendidos en la que se movía con el grupo y dejar de ser ese invitado de excepción que colaboraba con una generosidad sin igual con otros músicos en discos ajenos»
Raimundo Amador
«Gerundina»
MCA/BMG, 1995
Texto: JUAN PUCHADES.
Pocos podían prever que Raimundo Amador se decidiera a dar el paso de lanzarse como artista solista. Tímido por naturaleza (aunque dicharachero), parece hombre de grupo, de esos que gustan permanecer en segundo plano. De los que prefieren entablar una conversación entregada con su guitarra antes que con un humano. Pero tras su salida de Pata Negra, el glorioso grupo que tenía con su hermano Rafaelillo, Raimundo tenía que tomar una decisión. Y la tomó. Ya no discutiría con nadie más. Su futuro pasaba por caminar por su cuenta. Así que durante 1994 estuvo fogueándose en directo y en 1995 debutó con disco en solitario.
Su estreno fue este «Gerundina», nombre que hace referencia al apelativo de su guitarra más querida (algunos guitarristas le ponen nombre a sus instrumentos). Un disco que resultó un éxito (por lo menos a una escala razonable, lo que en 1995 no era ninguna broma) y que le supuso a Raimundo salir de esa marginalidad para entendidos en la que se movía con el grupo y dejar de ser ese invitado de excepción que colaboraba con una generosidad sin igual con otros músicos en discos ajenos.
Producido por Fernando Illán y Arturo Soriano, «Gerundina» no bebe del sonido natural (orgánico, si se quiere) que alumbró el camino de los Pata Negra. No, aquí se apuesta por la electricidad y por una sónica exuberante y cosmopolita que uno recordaba mucho más gélida de lo que se la encuentra en esta escucha tras años sin echarse el disco a los oídos: aquí hay corazón y calor. Seguramente fue un acierto que Raimundo se alejara de lo sabido, de ese abecé que se podía esperar de él y que en esta obra se desparramen teclados y cada poco entre una sección de vientos, con bajos que por momentos se apuntalan en el funky. Lo cierto es que fue toda una novedad y llevó a Mundi a otra dimensión. Los productores no solo supieron impulsar su sonido (de blues rock y pellizco flamenco), sino que lograron poner orden en el caos natural (porque Pata Negra, hasta «Blues de la frontera», tenían tendencia a perderse en el caos. Maravilloso caos, pero caos).
Quedan en este disco en el que Carlos Lencero echó una mano con las letras, algunas canciones memorables: la misma ‘Gerundina’, surgida ante la pérdida y posterior recuperación de su guitarra. A la que define, así lo canta, como su segunda mujer, clavándose en un funky bluseado. ‘Ay morena’, en la que B.B. King metió su guitarra de lujo en diálogo con la de Raimundo. ‘Antonia’, dedicada (esta sí) a su mujer y marcando pulso flamenco muy próximo a la línea argumental de los Pata Negra. ‘Gitano de temporá’, sobre el racismo hacia los gitanos. O ese cierre bien rockero con ‘La viciosa de los gatos’, que cuenta con la voz de Nacho García Vega (Nacha Pop).
Por supuesto, no hay que olvidar ‘Ay qué gustito pa’ mis orejas’ y ‘Bolleré’. Dos monumentos. El primero un reggae vacilón que predica los placeres del cunnilingus (pero tal cual: ‘Ay qué gustito pa mis orejas / enterraíto entre tus piernas. […] Si saliera el sol, aquí me verías / como un conejillo entre tus piernas, / bebiendo tu esencia, / siguiendo tu senda»), con letra de Pablo Carbonell y con Andrés Calamaro en la voz: una virguería. ‘Bolleré’, escrita por la gran Cathy Claret, es otra oda, en este caso ¡a una marca de papel de fumar! Lo nunca visto. Pero hay tanto cariño, tanto amor que apetece comprobar si la combustión del papel en cuestión realmente «quita las penas». Y ahí está de nuevo B.B. King aportando su guitarra.
Mucha guasa. Y mucha música queda guardada en «Gerundina».
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Anterior entrega de Operación rescate: “Bringing down the horse”, de The Wallflowers.