«Se destapó, por encima de cualquier otra consideración, como un muy sólido compositor, poseedor de una poética luminosa tan callejera como culta, heredera, precisamente, de la de los rockeros de su país»
Gato Pérez
«Carabruta»
OCRE/BELTER, 1978
Texto: JUAN PUCHADES.
El argentino Xavier Patricio Pérez grabó por vez primera integrado en el grupo de la onda layeta Secta Sónica, pero aquellos dos elepés no le hicieron muy feliz y él andaba buscando un lenguaje propio con el que desarrollarse como compositor e intérprete. Su cabeza bullía de ideas, pero no sabía cómo arrancar, cómo ponerlas en pie. La clave la halló en la rumba catalana, género por entonces en horas bajas pero que había definido en gran medida el sonido mestizo de la ciudad de Barcelona. Así, reconvertido en Gato Pérez, en 1978 publicó en el sello Ocre (la división «moderna» de la muy folclórica discográfica Belter, que también acogería los debuts de Burning y Pep Laguarda) su primer disco, «Carabruta» («cara sucia»), un disco en el que combinaba temas en catalán y en castellano y en el que asumía la tradición rumbera barcelonesa hermanándola con su educación rockera porteña, evidenciando, al tiempo, sus conocimientos del sentir latino (vía Fania). Como ejemplo de ello, la versión de ‘La balsa’, el tema de Tanguito y Litto Nebbia que dio el pistoletazo de salida al rock argentino y que en España conocimos gracias a, precisamente, la lectura entre rock y tropical que Gato incluyó en este álbum.
Arreglado por Josep Cunill, que fue pianista de Peret (y grabó en solitario como Rabbit Rumba), «Carabruta» es una obra hija de su época y de la Barcelona de aquel momento: libre y hippie, de la que emanan fuertes efluvios cannábicos y descontrol generalizado, dando lugar a un álbum levemente deslavazo que une géneros tratando de empastarlos con la rumba o, mejor, con como Gato la interpreta o imagina. Pero si algo destaca de «Carabruta» son las canciones del propio Gato Pérez, quien se destapó, por encima de cualquier otra consideración, como un muy sólido compositor, poseedor de una poética luminosa tan callejera como culta, heredera, precisamente, de la de los rockeros de su país (sustentada, a su vez, por la fértil lírica del tango y sus géneros hermanos).
Tipo sabio y muy despierto, siguió en este elepé (también lo haría en el siguiente) aquella hermosa y vieja tradición de indicar junto al título de cada canción el género de ésta: así, diferenciaba entre rumba, rumba catalana, rumba-rock, rumba-plena, milonga, apalanque o descarga rumbera. Detalle maravilloso y hoy utilísimo para el oyente curioso (aunque en las reediciones en cedé se haya perdido para siempre).
Como para dejar claro de qué iba lo suyo: abría el disco con ‘Ja soc aquí’, frase prestada de la mítica que diría en 1977 el Presidente de la Generalitat Josep Tarradellas al regresar del exilio. Pero Pérez, listo como un gato, le da la vuelta y la lleva hacia casa, a la rumba, introduciendo, casi como en una metacanción, referencias al género, idea que toma de los salseros de Fania y que, en el nuevo siglo, con el renacer de la rumba catalana será recurso frecuente entre algunos rumberos barceloneses: «Ya estoy aquí, ya he venido con la rumba, / y nadie me ha pedido que venga, / me he escogido solo entre otros rumberos, / mucho mejores en las pieles y en los hierros. / Ya estoy aquí, ya he venido con la rumba, / con un rollo terrible y salsero, / salta a la vista que montaremos un gran baile. / La pista llena en el Centro Gallego».
La misma idea de reivindicar y festejar el género rumbero es la que alumbra a ‘La rumba de Barcelona’, esa electrizante canción (¡menuda melodía!) en la que, con fraseos casi dylanianos, va repasando los nombres de los diferentes barrios de la ciudad mientras en el estribillo (en catalán) entona aquello de «La rumba que conocemos / no es de la China ni del Japón, / nuestra rumba de Barcelona / está mareada de dar vueltas al mundo». Rumba de Barcelona habría sido, precisamente, una buena forma (mucho más certera) de denominar a ese género que Peret y sus amigos parieron a finales de los años cincuenta en las calles del barrio del Portal, pero aunque, con los años, algunos críticos insistieron en ello, no prosperó.
Uno de los temas más inspirados es el sinuoso ‘Viejos automóviles’, donde narra una historia netamente suburbial sobre una base rumbera pero que nada tiene que ver con la poética de, pongamos por caso, Chichos o Chunguitos: él relata los encuentros nocturnos de unos ladrones de coches, pero desbordando poesía para confirmar el pacto de amistad que los une, destilando filosofía del vivir: «Los grandes planes que ellos hacen cada noche, / llevan a cabo en la más negra oscuridad, / vigilando, siempre huyendo, despistando, / los amigos son y están, son la verdad. / Si la existencia no depara otro destino / es bueno hacer lo que siempre has conocido, / otro día, otra mañana, ir adelante. / Nunca se cambia, nunca te dejan tranquilo».
‘Sabor de barrio’, el corte que abría la segunda cara, es una milonga que supura sensibilidad, sentimiento y nostalgia (vamos, todo lo que se le presupone a una milonga): «Distante en el recuerdo, / perdido en la memoria, / guarda un ritmo la especie / que siempre es natural. / Es grato su recuerdo, sincero y espontáneo. / Ruido de cuero y caños… sabor de barrio / […] / Si con el alma abierta / se deja hablar al cuerpo, / en un idioma propio que resulta familiar, / ruge desde dentro el pulso de la sangre, / la rabia y el orgullo, siglos de hambre». Por aquello de situarla en su origen geográfico, parte del estribillo lo interpreta según esa práctica porteña de hablar invirtiendo las sílabas: «Sabor de barrio, tesoro antiguo, / borsa de rioba, comusi colo. / Dequera, dequera el swing vetusto, / tango, milonga, candombe y rumba». ‘S.O.S’, el único tema del disco que Gato referenció como rumba catalana, es un canto a la libertad de pensamiento y obra, al salirse del camino establecido, al repudiar el uniforme y el pensamiento único, a la desconfianza que nos despierta el gobernante: «S.O.S. socorro urgente / el mundo en manos de delincuentes».
Disco irregular (sí, pero muy revelador y recuperable, con algunas joyas imprescindibles, como ya se ha visto), los temas menores que acoge son ‘Qué rama más mala’ (en la que festeja la marihuana: «Perlas en los ojos, / risas en la boca, / si la rama es fresca, / delirio provoca») y ‘Nyigo nyago’. El cierre llega con ‘La mundial’, una improvisación instrumental que abre la puerta directamente al jazz latino y que Gato definió como descarga rumbera, justo como hacía el cubano Cachao, especialista en descargas. Como curiosidad, Manzanita colaboró en este tema con su guitarra.
Tras este elepé, que solo fue disfrutado por unos pocos, Gato daría lugar a su primera obra maestra, «Romesco», que merece, por supuesto, una «operación rescate». Aunque toda su discografía es rica en canciones inolvidables. Pero es que este hombre era un portento.
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