«Era como que el reloj había marcado el inexorable final del grupo. Para terminar de arreglarlo, las cosas internamente tampoco iban bien»
Gabinete Caligari
«Subid la música»
GET, 1998
Texto: JUAN PUCHADES.
En 2002, entrevistando a Enrique Bunbury, y mientras hablábamos de Jaime Urrutia, me dijo: «Creo que algún día alguien rescatará los discos más desconocidos de Gabinete, porque ‘Subid la música’ es un disco que contiene grandes canciones». Bien, diez años después de aquellas declaraciones, y catorce desde que se editó «Subid la música», vamos a por ello, a «rescatar» el último álbum que grabó el trío madrileño.
Durante los años noventa a Gabinete Caligari hacía tiempo que el éxito le había dado de lado y las cosas, poco a poco, se iban torciendo. Tanto que en 1998 estaban sin contrato discográfico y «Subid la música» lo editó un sello llamado Get del que nada más se supo, aunque recuerdo que el lanzamiento incluyó spots televisivos y ‘Underground’, el single, se escuchó un poco en la radio, pero no pasó gran cosa. Era como que el reloj había marcado el inexorable final del grupo. Para terminar de arreglarlo, las cosas internamente tampoco iban bien: Edi Clavo y Ferni Presas querían derivar hacia un rock más rudo mientras que Jaime Urrutia (el compositor) prefería dejarse llevar por esos sonidos del rock and roll primigenio y los ramalazos de la tradición hispana con los que tan cómodo se mueve, han definido el grueso de su trayectoria y con los que ha demostrado su excelencia y magisterio. Además, tenían un acuerdo tácito: las músicas las firmaba Jaime y las letras los tres, así todos cobraban derechos de autor. Pero Jaime pidió firmar en solitario la letra de ‘Layla’ (así la escribió, él solo), canción dedicada a su hija, y saltaron chispas. Finalmente lo logró, pero la relación estaba claramente tocada: con Edi y Ferni en un lado y Jaime, solo, en otro.
Para la producción de «Subid la música» no recurrieron a un productor experimentado, sino que confiaron en Pancho Varona y Sergio Castillo, quienes buscaron una cierta sonoridad natural, apoyada en el trío y en algunos colaboradores (guitarras de Ariel Rot y Álvaro Urquijo, teclados de Javier Marchante). Todo bien, la idea era buena, pero la mezcla final resultó un tanto opaca, falta de matices, de brillo. Pese a ello, es un disco que esconde algunas excelentes canciones.
Comienza con ‘Underground’, un tema con mucho swing en el que se mofan no se sabe bien si de los indies o de los grupos del momento que poblaban malasaña con su rock garajero («Con mi dominio del inglés / you can flow forever, / me desenvuelvo a un gran nivel / underground, underground») mientras también lanzan alguna puya a los periodistas de tendencias («Soy la firma más mordaz / de un suplemento semanal, / underground, underground»). Urrutia canta con desenvoltura y algo de mala leche mientras Ariel Rot toca la guitarra. Canción reflejo de su tiempo, las arrugas, sin embargo, no han hecho mella en ella y sigue bien viva.
‘La pipa de la paz’ tendríamos que archivarla junto a las grandes canciones de Urrutia, por su melodía perfecta, ácida e inquietante y por esa letra alrededor de las reconciliaciones en las relaciones de pareja con una pipa de la paz cuyo sentido queda a la imaginación del oyente: «Comienza un ritual de amor, sentados en la oscuridad los dos. / Préndela, no esperes más, / que el humo purgará nuestras discordias. / Préndela sin mirar atrás, / aspira los rescoldos de la pipa de la paz, / la pipa de la paz. / Observo al resplandor tus ojos, / chispeantes y alegres, pidiéndome perdón. / Préndela, no esperes más, / que el humo limpiará desavenencias, / venga ya, ponte a fumar, / si quieres olvidar / me encontrarás fumándome la pipa de la paz». Ah, ¡qué ganas de encenderse (por lo menos) un cigarrillo! También es magnífica ‘Dulce e inocente’, con sus crescendos de gran orquesta y leves dejes operísticos tan propios de las grabaciones de Orbison. Es un tema dedicado claramente a una niña (¿la hija de Urrutia?) que empieza a saludar a la vida: “Bienvenida al club / de los que como tú / van a echar a volar. / Has de comprender, / pequeño cascabel, / que lo normal no es la virtud. / Que sepas que has de conquistar / un mundo que jamás será / tan dulce e inocente como tú».
‘En paro’ se mueve entre el pasodoble (tan apegado a algunas canciones de Gabinete) y el rock denso. Pese al título, no es lo que parece, pues el desempleo al que hace referencia es amoroso: «Baila parado esta triste canción, / mueve tus pies en paro, / que no hay trabajo y estás boquerón / y has de salir del paro. / Busco empleo y sueldo en tu taller, / no me envíes al paro. / Busco empleo y sueldo en tu querer, mujer, / dámelo por caridad».
El Jaime Urrutia adicto a las melodías inspiradas por el rock and roll clásico es el que brota lúcido en ‘La historia se vuelve a repetir’ (un tema sobre esos amores que duran para siempre: «hay millones de besos para reiterar / un amor condenado a perpetuidad») y la excelsa ‘Nadie me va a añorar’ (con Calamaro en la segunda voz y coros), una de las grandes gemas que oculta la discografía de Gabinete, un tema de agria despedida, en el que un solitario amargado anuncia su marcha. La melodía es de aquellas que explican porqué Urrutia es un músico inmenso al que algunos admiramos sin reservas. La letra, tan triste como inexcusable: «Adiós, mi amor, bye, bye, bye, / no dejo huellas ni ilusiones, / ni una sola amistad. / Me voy sabiendo que nadie me va a añorar. / No llores más, mi corazón, / confieso no tener perdón, / fui incapaz de demostrar / mi simpatía a los demás / y mi amistad». Casi que podría haber sido la despedida de Gabinete Caligari, a los que siempre se acusó de altivos y engreídos.
‘Layla’, el tema de la controversia, el dedicado a la hija de Jaime, es una canción optimista, feliz (y en esta época eso no era muy frecuente en el cancionero de Gabinete), que se aproxima, como para subrayar la alegría, al pop aflamencado, toda una rareza en la discografía del grupo pero no tanto si tenemos en cuenta que Urrutia es un compositor de oídos bien abiertos y permeable a influencias del más diverso signo.
Los Gabinete más oscuros atacan ‘Subid la música’, un corte que no está demasiado bien resuelto (tiene muchas posibilidades, la verdad, pero no termina de cuajar) en el que destaca la voz de Jaime, impostando a la manera de Holly u Orbison. Es celebración del hecho musical: «Quiero que apaguéis la luz, prende la oscuridad. / ¡Apagad la luz! Notad la intensidad, / la inmensa intensidad / del placer que nos puede dar esa maldita canción». Tras él llega el tema más flojo del cedé, ‘Doble fila’, un rock saltarín que no le pega mucho a Gabinete y que aporta el momento grunge del disco: ¿Tuvo Urrutia que complacer a sus compañeros? Ni idea, pero él mismo parece extrañado de cantar en este registro.
Sin embargo el final, con ‘La canción de mi vida’, vuelve a alzar el vuelo, y mucho: una balada profunda, acústica e insinuante, que saca lo mejor de los Gabinete más intensos, centrados de nuevo en asuntos musicales: «Una melodía simple y banal / fluye por mi vida / como un manantial. / Una melodía suelo silbar / cuando acaba el día / y me dispongo a soñar. / A su son mi libertad / baila, baila. / A su son mi soledad / se arrulla en las olas del mar». Otro de esos temas que muestran la grandeza de Jaime Urrutia. Grandeza del que sabe acercarse con sensibilidad a las cosas pequeñas y transformarlas en canción.
En realidad, ‘La canción de mi vida’ es un cierre en falso, pues, casi a modo de bonus tracks (aunque no están indicados como tales), todavía restan dos canciones más: una versión reprise de ‘En paro’ (que no aporta nada) y otra, casi como un juego, del ‘Like a shot’ de los primerizos Burning (una de las primeras referencias rock locales de Urrutia) en el que consiguen mantener el tono vacilón del original.
Pese a no ser perfecto al cien por cien, un disco absolutamente recuperable. Y Bunbury tenía razón, plagado de grandes canciones.