David Bowie
Outside
SONY, 1995
Texto: JUANJO ORDÁS.
A finales de los años ochenta Bowie se esforzó por recuperarse de la caída creativa que había venido firmando durante es década. Discos superfluos, indignos de su persona, y tours realmente cómicos le habían situado en un estatus de estrella masiva vacua y previsible. El Glass Spider Tour fue el colmo del exceso mal dirigido, con un Bowie sobreactuado y una puesta en escena teatral y hortera. A nivel musical no funcionaba mal, pero se le veía absorbido por su faceta de «performer», encontrándose la música en un segundo plano: El vídeo oficial que se puso a la venta testimoniaba lo surrealista de verle aparecer ante el público sobre una silla y con un teléfono en la mano, por no hablar de sus alas desplegables en «Time» o de los chabacanos bailes junto a su terrible grupo de bailarines.
White tie white noise y el proyecto grupal Tin Machine le ayudaron a levantar cabeza, pero necesitaba dar al timón un golpe decisorio. Y ese inventado as en la manga sería Outside, un trabajo aún a día de hoy polémico que poco a poco se va situando entre lo más granado de la producción del camaleón inglés. Es de ley reconocerlo, levantó de nuevo su carrera a la misma velocidad con la que permitió que decayera. A día de hoy no es sólo un clásico, sino un icono que durante los años noventa vivió una nueva resurrección mediante trabajos como el que nos ocupa, discos futuros (el impresionante Earthling) y actuaciones en directo centradas exclusivamente en su soberbia música en las que recreaba sus clásicos mediante sonoridades de actualidad. Es interesante localizar bootlegs de la época –y los hay con sonido de mesa de mezclas– y disfrutar de las nuevas encarnaciones de «The man who sold the world» o «Andy Warhol», totalmente distintas a las originales.
Quizá el motor pecuniario tras esta compleja obra tuviera lugar poco tiempo antes de su concepción, gracias al Sound and Vision Tour: una rentable gira de grandes éxitos intercalada entre los dos discos comandando a los Tin Machine. Sin duda, el empuje económico debió de ser fundamental para que Bowie decidiera finiquitar su experiencia grupal tras un segundo disco y acto seguido parir Outside: Un trabajo complejo, escultural, de generosa duración. ¿Y quién mejor para acompañarle en semejante aventura que Brian Eno, experto en escapadas sonoras y grabaciones poco convencionales? El ex Roxy Music aplicó sus «estrategias oblicuas» (una especie de juego de cartas con instrucciones aleatorias que aplicar a la música). Además, es fundamental señalar en el equipo creativo la labor del pianista Mike Garson y del guitarrista Reeves Gabrels, quien fue uno de los principales artífices en la remodelación y resurrección del sonido de Bowie en la década de los 90 gracias a su afán experimental.
Originalmente planeado como la primera parte de una trilogía, finalmente sería este el único volumen que narraría a modo de pasaje conceptual una novela negra cyberpunk tan confusa que se podía disfrutar a la perfección intercalando cortes y obviando los pocos fragmentos narrativos que la completaban. Precisamente esa falta de claridad argumental hace de Outside algo especial, un pasaje azotado por vapor industrial y niebla. Pero en esta ocasión, a diferencia de otras etapas artísticas, Bowie no pretendió marcar tendencia sino sumarse a ella, fijando sus sentidos en el moderno rock industrial con el efebo Trent Reznor y sus Nine Inch Nails a la cabeza. Tal fue su fijación con el joven músico que no solo vampirizó su concepción sonora, sino que protagonizaron una gira conjunta en la que ambos llegaban incluso a entremezclarse en el escenario. Para constatarlo, existe Live hate: un pirata que recoge en gran calidad una noche del doble cartel (es impresionante escuchar a Bowie cantar «Hurt», el tema de Reznor que muchos años después versionearía con gran éxito Johnny Cash). No obstante, el músico no sólo se alimentó de la juventud. La figura de John Cale (quizá vía Brian Eno) también aparece a lo largo del disco de forma fantasmagórica, y es que las reminiscencias de su etapa en la discográfica Island se dejan sentir en el planteamiento sonoro de Outside: Ese interés por conectar los formalismos clásicos con el rock vanguardista ya lo había registrado el ex Velvet Underground en la época que pasó en el citado sello. Y aun así, es justo reconocer y seguir cierto hilo argumental en la trayectoria de Bowie que nos llevaría hacia su denominada etapa berlinesa, la de la experimentación en obras ya clásicas como Low, Heroes y Lodger, aunque las atmósferas, la ambientación de los pasajes y claroscuros remitan más a Cale que al propio Bowie.
Outside trajo de vuelta las clásicas melodías que el camaleón había abandonado en sus últimos discos con canciones como «I have not been to Oxford town», la esencia dramática retornaba en las tremendamente oscuras «I’m derranged» o «The motel», por primera vez descubría su personalidad más tenebrista en «Heart’s filthy lesson» y la conjugaba con el luminoso romanticismo de «Strangers when we meet». Se dice que visto el peso anticomercial del disco, Sony le obligo a grabar un puñado de temas más accesibles para dotar al trabajo de un componente más radiable. Precisamente de esas sesiones procede la regrabación de «Strangers when we meet», uno de los cortes más accesibles que ya había aparecido en la BSO de la película de televisión Buddha of Suburbia, también firmada por el músico. Dentro del repertorio menos convencional –es decir, la gran mayoría del disco– destacaban la casi techno «We prick you», el difícil single industrial «Hallo spaceboy» (con la que retomaba la ambigüedad sexual que había abandonado desde la época de Ziggy Stardust) o la estremecedora «A small plot of land» con una batería y piano absolutamente jazz.
Es cierto que, en su día, la nueva dirección de Bowie pudo resultar difícil de digerir a quien deseara que retornase a sonidos más clásicos. Pero en la actualidad contemplar Outside como la gran obra que es no es sólo un ejercicio interesante, sino casi una cuestión de justicia. Embarcarse en esta odisea sonora sin prejuicios es altamente gratificante.