Celeste Carballo
Ahora estoy en libertad
WEA, 1984
Texto: JOSEMI VALLE.
Celeste Carballo era una absoluta desconocida para el mercado español cuando aterrizó en nuestro país en 1984. En Argentina era una diosa, una mujer que a través del rock y la contracultura había accedido al palacio de las celebridades, pero en España era alguien sin sedimento biográfico, sin prehistoria, sin aura social. Alguien con el cuentakilómetros a cero. En una época en que los vacíos de información eran abismales e irritantes y saber qué se cocía en el mundo del rock te obligaba a esperar al mes siguiente y cruzar los dedos para que tu revista favorita te contara algo relacionado con tu curiosidad, Celeste Carballo publica en España Ahora estoy en libertad. Un vinilo que almacena rock atemporal, blues pantanoso y folk presentado con la épica familiaridad del costumbrismo rural.
Hasta ese momento Celeste Carballo había publicado dos discos de increíble repercusión en su país. Era la Janis Joplin argentina, una discípula aventajada que había asimilado a la perfección el magisterio de su mentora (años después, en el 95, editará un álbum en directo como tributo a Janis). Su parecido con Joplin era irrefutable. No sólo por poseer una voz salvaje, deshilachada, ansiosa por expresarse, por su desprecio por el espíritu gregario y sus ansias de disturbar el orden de las cosas. También había mimetismo en el archipiélago sonoro por el que navegaba. Pero aún había más. La pose, la imagen, la larga melena, de Celeste Carballo te hacían jurar y perjurar que Janis Joplin había resucitado y se había encarnado en esta chica de Buenos Aires.
Cuando Celeste llega a Madrid presenta una hoja de servicios intachable. Era la primera mujer que en su país había editado discos de rock de semejante resonancia, su debut en solitario en el 82 había alcanzado el disco de oro antes incluso de su lanzamiento, su figura se había erigido en una maza derribando prejuicios de género. Celeste Carballo se benefició del boicot nacional a la cultura anglosajona como respuesta a la guerra de las Malvinas con los ingleses. El gobierno prohibió la difusión de música en el idioma de Shakespeare, lo que favoreció la divulgación de música expresada en español.
Celeste Carballo llega a España para suplir la orfandad que viven los heavys patrios, un ecosistema protagonizado por hombres que sueñan con encontrar su musa. La por entonces bisoña Luz Casal les resulta pusilánime, aunque justo este año irrumpe en escena una leona llamada Azucena poniendo voz al proyecto de Jerónimo Ramírez en Santa. Celeste Carballo será promocionada por WEA que la incluirá en su escudería más dura. Cece (como se la conoce en Argentina) se alistará en una gira bautizada sin equívocos como “El poder del heavy” junto a Banzai y Ángeles del Infierno, dos formaciones emergentes que aspiran a ascender a la División de Honor liderada por Barón Rojo y Obús. No olvidemos que estamos en los ochenta, la época dorada del heavy patrio, los años luminosos del género que a día de hoy viven su particular proceso de beatificación. Surge la inevitable pregunta. ¿Qué hace una tía con ese patrimonio sonoro y temático entre los heavies de los ochenta, una tribu infectada por el integrismo y un marcado afán de repudiar todo lo que escapara del estereotipo que idolatraban?
Ahora estoy en libertad es un disco a la carta pensado para el público español. De hecho no figura entre la discografía oficial de Celeste Carballo. Se reúne el repertorio más rockero de sus dos primeros trabajos, Me vuelvo cada día más loca, de 1982, y Mi voz renacerá, de 1983. El cancionero recolectado estaba ideado para satisfacer el apetito heavy, aunque resultaba inevitable que se colara en esa cosecha alguna perla folk y alguna balada. El álbum es un mosaico muy interesante que retrata a la perfección el ansia multifacética de Celeste. Se pasea por el rock, el blues, el folk, la balada tremenda. Tiene dos gemas indiscutibles. La autobiográfica, explosiva y desprejuiciada «Me vuelvo cada día más loca» (primer single de su primer álbum y su banderín de enganche en Argentina, una invectiva contra el conformismo apolillado), y una égloga amartillada también con elementos de diario íntimo y metafísica campestre titulada «Querido Coronel Pringles», una tonada que habla de esa zona rural en el sur de la provincia de Buenos Aires en la que Celeste se crió hasta su marcha a la gran metrópoli. Esas canciones han aguantado muy bien el óxido del tiempo. De hecho hace unos años las volvió a grabar en acústico y suenan tan luminosas como entonces, con un plus de hondura biográfica y ese aliño que los avatares de la vida dan a la voz ausente en la grabación primigenia. El disco español incide en temáticas pastoriles y hedonistas («El blues del veraneo»), nos recuerda los asesinatos masivos ejecutados impunemente por el despreciable Videla y su siniestra Junta Militar en la explícita («Adónde van»), la desconfianza en sus congéneres por permitir la aparición de ese monstruo y su perpetuación a través del consenso social («Confiamos en los demás»), suspira por el adiós de la dictadura en esa crónica de exaltación libertaria («Ahora estoy en libertad»), da una lección magistral de blues canónico y testifica que lleva ese estilo cosido a su persona («Desconfío», «El último blues»), demuestra que Celeste posee enorme capacidad para desnudar emociones intimas y amarteladas («Qué suerte que viniste»). Es un disco que no ha envejecido. No tiene arrugas ni canas. Está inmunizado a la erosión del tiempo y a las mutaciones culturales.
Desde aquel 1984 no volvimos a saber nada de Celeste Carballo. El disco pasó muy inadvertido. Su vozarrón y ella desaparecieron inopinadamente del mapa. De forma abrupta. Era como si a aquella émula de Janis Joplin se la hubiera tragado la tierra. Gracias a las autopistas de la información y su consustancial espeleología cultural supe hace unos diez años que estaba vivita y coleando, que tenía una ingente obra publicada y que continuaba siendo una diosa en su tierra natal. Su afán camaleónico y su regodeo por la alquimia sonora la hicieron aparcar este tipo de rock, para saltar al punk en el 85, luego a la balada, al blues sin aditamentos rockeros, a los sonidos acústicos, al tango. Siempre en permanente estado de cambio, de mutación. Pero ya nunca más defendiendo el rock blusero y aplastante de sus inicios.
Ahora estoy en libertad es una rareza, pieza de coleccionista, joya inencontrable, como muchos de los discos inventariados en esta sección. Yo tengo la casete original, pero un día a finales de los noventa me encontré el vinilo en los subterráneos de una discoteca de un amigo, aplastado entre unos cinco mil elepés. Necesitaría mucho más espacio del que dispongo aquí para relatar la alegría que sentí. Luego llegó Internet y encontrar tesoros así es tan fácil que le ha usurpado toda excitación. Te encona no encontrarlos. No te abduce dar con ellos. El deseo satisfecho inmediatamente convierte el contenido de ese deseo en algo incandescente. Es así. Ocurre con todo. Con los vinilos también.