Bob Dylan and The Grateful Dead
Dylan and the Dead
COLUMBIA, 1989
Texto: JUANJO ORDÁS.
Las críticas hacia Dylan and the Dead siempre han sido un alud sentencioso y, un tanto, severo. Cierto, existen muchos mejores trabajos en vivo de la leyenda americana, tanto Before the flood como Rolling thunder o Live 1966 superan tranquilamente a este disco en vivo, pero veinte años después de su edición ya es hora de disfrutar de Dylan and the Dead sin complejos.
La historia es de sobra conocida. La mitad de la década de los 80 fue una travesía por el desierto para el de Minessota. En los 60 y en los 70 Dylan había abierto el camino hacia la libertad artística y máxima expresión musical dentro de la música pop y el rock and roll. Ahora se encontraba sin rumbo, perdido en un aceptable tour de grandes éxitos en compañía de Tom Petty and The Heartbreakers, un periplo que se vio interrumpido para que Dylan uniera fuerzas a Grateful Dead en seis únicos conciertos, en julio de 1987.
Pero ni los Dead ni Dylan dieron lo mejor de sí mismos, el choque de mundos debería haber puesto sobre el tapete algunas de las más peculiares revisiones del cancionero dylaniano mediante el buen hacer del lisérgico folk rock de la mítica banda de San Francisco. Pero a nivel histórico la gira, el momento recogido en Dylan and the Dead, resulta fundamental, pues durante estas fechas (y las posteriores junto a Petty y compañía) el músico volvió a recuperar la inspiración de forma casi mística y catártica mientras –quizá hundido– contempla una noche la técnica de un cantante de jazz de bar. Ese momento y el cruce de pensamientos salvaron a Dylan de caer en la muerte artística. No es baladí, a partir de esa noche se dio el pistoletazo de salida a la resurrección del genio.
Centrándonos en el corto disco (solamente siete canciones), resulta claro que Dylan no se encuentra en su mejor momento sobre las tablas, no muestra fuerza a la hora de dirigir a la banda y hablamos de alguien que trabajó con The Band, ¡precisamente un combinado atómico de grandes personalidades! Pero a pesar de la buena voluntad de otro monstruo mítico como Grateful Dead, el líder no encuentra su lugar entre la maraña sonora que la banda teje sobre la esencia de las canciones que se ejecutan. “Joy” y “Queen Jane approximately” (dos de los de las gemas del repertorio por tratarse de temas poco explotados) resultan aburridas y monótonas, sin garra. Quizá fueran concesiones a la idea de los de San Francisco de ejecutar en el escenario piezas menos conocidas del cancionero de su colega, pero Dylan no echa toda la carne en el asador y una banda tan orgánica y viva como Grateful Dead parece obedecer a la emoción de su compañero poniendo en pie los temas como si fueran muertos vivientes que se resisten a caminar.
Pero hay razones para rescatar a Dylan and the Dead del ostracismo. Las desbalazadas “Slow train” y “Serve somebody” cuentan con un Dylan centrado y una banda capaz de seguirle dotando a las canciones de coros llenos de alma e instrumentación dinámica y rica con grandes diálogos entre instrumentos aunque no excesivamente cohesionada, ¡nunca ha resultado fácil acompañar a Dylan en directo! Esa fértil capacidad de los Grateful Dead a la hora de crecerse en directo y enriquecer las canciones ante el público ayuda a ofrecer una sabrosa versión de “I want you”, trabajando los motivos y arreglos clásicos del tema, incluso añadiendo profundidad.
Cerrando el disco se encontraba una salvaje redención de “All along the watchtower” sobre la que Dylan logra insertar su voz de forma precisa (llegando a alternar su fraseo con punteos de guitarra realmente vibrantes) y una “Knockin’ on heaven’s door” que conserva el componente espiritual inherente a la pieza, aunque el creador parece interesado en desmitificarla mediante una línea vocal improvisada que choca con los medidos coros de la banda en una versión entretenida, que no llega al paroxismo pero tampoco desmerece.