OPERACIÓN RESCATE
«En sus surcos todavía quedan trazas de la arrebatadora personalidad y la irreverencia que marcaron su subida al Olimpo»
Manel Celeiro se detiene en esta ocasión en el sexto trabajo de Red Hot Chilli Peppers, One hot minute, el disco que siguió al exitoso Blood sugar sex magik que acabó con la marcha de John Frusciante.
Red Hot Chilli Peppers
One hot minute
Warner Bros Records, 1995
Texto: MANEL CELEIRO.
Irremediablemente el tiempo pasa para todos. Aunque para unos mejor que para otros. Poco queda en la actualidad de aquellos chicos subversivos y airados que han recorrido un largo trecho desde los peores garitos de Los Ángeles hasta reventar grandes recintos y vender entradas como churros. Escasos son los puntos en común que se conservan de la pandilla que salía a escena vestida solamente con un calcetín que les cubría las partes blandas con la que graba discos tan decepcionantes y carentes de garra como The getaway (Warner Bros., 2016). Es obvio que el millonario éxito de ventas y la edad, entre otros factores a tener en cuenta, les han domesticado hasta transformarlos en un grupo para todos los públicos, aquella iracunda batidora de funk, punk y rock se ha convertido en un combo que factura música inofensiva y toralmente aceptada por el mainstream. Y quizás fuera One hot minute el elepé que sentó, a lo mejor sin ser conscientes del todo, las primeras bases de esa transformación.
Pongámonos en situación, Mother’s milk y, sobre todo, Blood sugar sex & magik, los habían llevado al estrellato masivo y sus vidas habían experimentado un cambio radical. Tanto que el guitarrista John Frusciante no acabó de encajarlo demasiado bien, agriando su carácter, zambulléndose en la heroína y bajando sus prestaciones como intérprete durante la gira hasta abandonar la banda. Golpe duro que resolvieron metiéndose en un carrusel de audiciones que no les proporcionaron ningún candidato que les gustase. En mitad de esa encrucijada vuelve a surgir el nombre de Dave Navarro, antes en Jane’s Addiction, un tipo que endureció el sonido del grupo con sus seis cuerdas y al que le encantaba la vida de estrella del rock. Ningún problema en ese aspecto. Navarro estaba hecho para lucir bajo los focos mediáticos y las limusinas. Hubo algo más: la vuelta del vocalista Anthony Kiedis a sus coqueteos, por llamarlo de alguna manera, con las drogas tras permanecer razonablemente limpio durante unos años. Eso afectó a sus cuerdas vocales y a su capacidad para cantar, algo que, sumado a la difícil adaptación de Navarro a los métodos de trabajo del grupo —según él, se iban por las ramas en exceso y no concretaban— y a la ausencia de un miembro con tanto peso como Frusciante, hizo que la grabación se prolongara más de lo previsto.
El resultado final anda razonablemente alejado de ser el desastre que aparentemente pareció a primera vista, mejor a primera escucha, y que desorientó a muchos de sus seguidores más veteranos. Es cierto que el disco carece de la furia que guiaba a sus predecesores, asimismo tampoco tiene temas punta de lanza de aquellos que te dejan noqueado tal y como salían por primera vez de los altavoces, caso de «Knock me down», la versión de Stevie Wonder «Higher ground», “Suck my kiss» o “Give it away”, y —como comentábamos con anterioridad— había que acostumbrarse a la diferente manera de trabajar las partes de guitarra de Dave, pero hay que reconocer que ha envejecido más que bien y que es una colección de canciones bastante más disfrutable de lo que la opinión general aseveró en su momento.
A pesar de que muchas de las letras, en las que su bajista Flea mete mano por primera vez, hacen referencia al oscuro periodo por el que pasaba su cantante, la terrible losa de la culpa por haber recaído en sus adicciones y la pérdida de amigos y seres queridos, la grabación posee un tono general de desenfado, incluso en su diseño gráfico inocente e infantil, que aporta un pátina de confianza y la impresión de que dentro del grupo revolotea con letras de neón la sensación de: «Estamos jodidos, pero vamos a salir de esta».
Hay ciertas conexiones con el pasado en los temas más acelerados, “Warped”, “Coffe shop” o “One big mob” por ejemplo, pero también pronostican en cierta medida lo que vendrá con los pegajosos estribillos y la pegada comercial de composiciones sin aristas como “Aeroplane”, “Walkabout”, “Tearjecker” (pese a su inspiración en el suicidio de Kurt Cobain), “Falling into grace” o la balada “My friends”, tan dulce como la anterior y exitosa “Under the bridge”, pero mucho más banal en espíritu si uno rasca bajo la superficie.
One hot minute es una grabación que marca una clara línea de frontera entre su antes y su después, pero que se mantiene sorprendentemente fresca a día de hoy y proporciona mayor placer auditivo que casi todo lo que editaron con posterioridad, ya que en sus surcos todavía quedan trazas de la arrebatadora personalidad y la irreverencia que marcaron su subida al Olimpo de la escena alternativa de finales de los ochenta y principios de los noventa.
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Anterior entrega de Operación rescate: Learning to flich (1993), de Warren Zevon.