Camarón
La leyenda del tiempo
LP: PHILIPS, 1979
VALOR: 70 Euros.
Una sección de VICENTE FABUEL.
Piedra angular en el eterno debate entre ortodoxia y renovación, incluso más allá del mundo flamenco, como toda obra maestra innovadora que se precie, La leyenda del tiempo de Camarón ha ido recuperando paso a paso, cada día que pasa y con creces, toda aquella desbordante inversión creativa que aportara en su día, un buen día mayor de finales de los 70 que amaneció tocado por el halo de la creatividad y la nebulosa lisérgica. A pesar de cuanto sobre él se haya dicho en términos de ruptura y salto al vacío sin red, en mi opinión, LLDT es una obra mucho más de abrir puertas que de dar portazos a nadie: el genial cantaor de San Fernando y el equipo gestor que le impulsó en tamaña proeza (Ricardo Pachón, Kilo Veneno, Tomatito, los músicos del grupo Dolores, Lorca, el poeta, claro…) partió de los orígenes para llegar de nuevo –aunque de la mano de una cierta trasgresión– a la esencia. Hoy no cuesta nada comprobar cómo casi treinta años después su influencia se ha hecho omnipresente en nuestra culturilla cotidiana: basta recorrer el dial de la radio hispana y escuchar su eco en cualquier cosilla pop que coquetee levemente con el flamenco, no hace falta dar nombres, simplemente cualquier cosa… Dispénsele pues de esas culpas y pasen a mayores dejándose llevar por la obra mayúscula en sí.
Pero más allá de su función pedagógica, si realmente pudiésemos hacer abstracción de que este disco hubo de tener un antes y un después (Pachón ya había producido los debuts de Lole y Manuel y Veneno) La leyenda del tiempo aparece hoy como un modelo de controlada experimentación, modernidad y vigencia. Desde el inicial pulso rock de “La leyenda del tiempo” hasta el flamenco raga final de la “Nana del caballo viejo”, con el omnipresente sitar de Gualberto, es éste un disco que ya venía firmado solo por Camarón, sin el “de la Isla”, con una espléndida foto de portada a contraluz (obra de Mario Pacheco) en la que el gitano de San Fernando aparecía por primera vez con barba, y en sus surcos con el debe de la poco entendida ausencia de su habitual Paco de Lucía, con el que, sin embargo, no tardaría en reencontrarse arriando velas en el siguiente disco, Como el agua, maravilla de conjunción entre voz y guitarrista acercándose a un plano mayor de hondo y cabal clasicismo que no abandonaría al cantaor hasta su desaparición hace quince años ya.
Un momento mercurial de nuestra música por el que no solo no ha pasado el tiempo, es que –diríase que a pesar de su enorme calado e influencia– nadie ha sido capaz en el planeta jondo de adelantarle por la izquierda. Ahí está su logro, su generosidad y el consiguiente reto aún pendiente de una grabación bruja en la que pocos llegaron a creer ciegamente, probablemente ni el propio cantaor, ni mucho menos sus habituales seguidores que lo marginarían con un injusto silencio logrando que fuese uno de los discos menos vendidos de su trayectoria, aunque con las reediciones y el prestigio acumulado día a día esas paupérrimas cifras iniciales hayan acabado maquillándose. De una u otra forma, con ventas o sin ellas, ahí está, arriba, en lo más alto, y de eso hace casi treinta años ya, esperando que algún osado suba a saludarle.