«En sus buenos días nadie pudo discutirle nada a Adamo, su reino fue tan específico de ese mundo y de esos años 60-70, que si su legado tuviese hoy que pasar un tribunal igual era injustamente condenado sin piedad»
Tras doce años de publicación mensual, Vicente Fabuel echa el cierre a su mítica sección «Objeto de deseo»: él mismo expone sus razones mientras recomienda un LP de Adamo que puede conseguirse por un euro. Que nadie llore, el maestro de los vinilos seguirá por aquí, deleitándonos con sus textos, y con sus «extravagantes».
Adamo
«Canta en español»
LP: EMI, 1966
VALOR: 1 euro.
Una sección de VICENTE FABUEL.
No hay razón musical alguna que justifique el alto precio de un disco original, y menos aún en estos tiempos de avanzada tecnología rampante. Aquellos capaces de pagar ese cuestionable importe saben perfectamente que están comprando otra cosa, que reciben algo más que música, incluso más que un soporte musical, saben que adquieren caprichosamente un oscuro objeto de deseo y que lo pagan a precio de mercado. Claro que ese disco lleva música, atraído por ella es por lo que has decidido embarcarte en su búsqueda, pero ni siquiera la certeza de que solo sorteando imponderables de precio, dificultad y competencia podrás llegar a él, disminuye su atractivo. Es más, es justamente lo contrario. Si la opción fuese adquirir música en cualquier soporte nuevo actualmente vigente en los estantes, elegir el camino adecuado no admitiría dudas: el de mejor precio o el más próximo a casa. Arreglado.
Pero el coleccionista sabe bien que comprar discos originales es otra cosa. Si nos olvidamos de ciertas razones interesadas como la inversión económica o el prestigio social, podremos encontrar algunos ejemplos concluyentes. Por ejemplo, uno puede decir que rastrea aquel huidizo single de Dean Carter, ‘Rebel woman’ (1967); que llevas décadas soñando despierto con la posibilidad de encontrar el ‘Moon River’ de Audrey Hepburn (1960) en cualquier soporte de vinilo, o que no te importaría suspender tus vacaciones de por vida si te topases con el acetato original del «Velvet Underground & Nico» (1967). La culpable realidad de la que parte el coleccionista es la de asumir en propia carne no haber tomado la decisión correcta –por falta de ubicuidad, frivolidad o estupidez supina– en el momento apropiado: comprar en su día esos gloriosos discos que al editarse mostraban el –hoy– habitual y ridículo precio estándar del momento. Llegando a un cierto paroxismo, ese sentimiento de culpa podría llegar incluso a lamentar haber nacido demasiado tarde y por ello haberse perdido grandes acontecimientos históricos, se pone por caso, presenciar cuando el bluesmen Robert Johnson brindaba sus canciones al diablo en un minúsculo estudio tejano en 1936. Seguro que nadie le hubiese puesto el menor impedimento.
Pero vamos a decir que no nos hace falta llegar tan lejos, que todos estamos relativamente cuerdos, y que lo que en realidad lamenta el coleccionista es haber optado por Scott McKenzie y su ‘San Francisco’, en vez de intuir que lo que intentó este otro norteamericano ese mismo año, el rocker Dean Carter, era uno de los híbridos más fascinantes jamás escuchados en la historia del rock. Lamenta igualmente que cuando vio en un cine entonar a Holly Golightly el clásico eterno de Mancini en “Breakfast at Tiffany´s”, no intuyese que Audrey Hepburn estaba preludiando cuatros años antes y sin saberlo el tono susurrante y confesional de Astrud Gilberto y la bossa nova. El coleccionista es capaz de maldecir las horas dedicadas a recorrer tiendas, ferias, rastros y garitos varios para –olvidando neciamente los extraordinarios discos adquiridos en ellos– no valorar más que el reconcome de no haber dado jamás con una pieza de verdadera altura histórica. Inevitablemente, junto a muchas e increíbles sensaciones orgiásticas de difícil explicación fuera del circuito de allegados, el hecho de coleccionar puede acarrear ese tipo de constante frustración que explica como nadie aquel viejo axioma que dice “somos lo que nos falta”.
Sin embargo, nunca le faltó a nadie que lo buscase un buen disco de Adamo. Fue éste un extraordinario compositor melódico, quizás el italo-francés más dotado de su generación, un enorme potentado de la melodía sentimental que hizo todas las canciones que quiso, que todas las vendió a espuertas y que probablemente, tras ese desbordante caudal melódico y un leve tono existencialista quizás difícil hoy de detectar, no había mucho más. Pero en sus buenos días nadie pudo discutirle nada, su reino fue tan específico de ese mundo y de esos años 60-70, que si su legado tuviese hoy que pasar un tribunal igual era injustamente condenado sin piedad. Que no cuenten con mi voto. Recién acabo de reencontrarme con su primer LP en español del año 1966 (hacía mucho tiempo que no lo hacía) y tropiezo de nuevo con mi favorita, la aún excitante ‘Porque yo quiero’, mecida con los magnéticos arreglos de Jean Claude Vannier, y otras clásicas de la soledad juvenil como ‘En bandolera’, ‘Mi gran noche’, ‘Mis manos en tu cintura’ o ‘El tiempo se detiene’, y recuerdo que esas pesarosas melodías ejercieron de contrapeso sentimental de mi otro lado soul-garage-psicodelia en los años de instituto. Todo ello en un disco que si nadie lo quiere por un euro, yo me lo quedo sin mayor problema.
Tras doce años de andadura, esta sección de “Objeto de Deseo” se despide. Precios aleatoriamente cambiantes que bailan al ritmo del apocalipsis financiero que nos gobierna; un cierto hartazgo –dado el vuelo ferozmente individual que a un servidor le place– a la hora de elegir el menú mensual de la sección, así como otras razones personales, así me lo piden. Sin embargo, habrá que confesar que la más importante pudiera ser la de que esta sección se ha elaborado sobre una cierta impostura, una forma de engaño mensual cuando al escribir sobre esos discos deseados, en la mayoría de los casos –por incapacidad, exceso de recato o falta de empeño– únicamente hablé de música y básicamente música, cuando sobre lo que realmente habría que haber hablado era sobre la obsesión y sobre la fascinación que un disco puede llegar a ejercer; sobre los sueños (y pesadillas) que conseguirlos provoca habitualmente y, en definitiva, sobre los logros y frustraciones que en general conlleva esto de coleccionar. Pero no se hizo así, y lo lamento. El asunto fue no hablar suficiente de vinilo, pero de eso solo, simplemente de vinilo, de ese material sagrado del que –como ya explicaba “El halcón maltés” de Dashiell Hammett– también están hechos los sueños de los coleccionistas de rock.
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