El último año del siglo XX nos dejó una interesante cosecha musical en el panorama internacional, repleta de grandes canciones de Wilco, Tom Petty o The Black Crowes. Por Fernando Ballesteros.
Selección y texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Fue una buena cosecha la de 1999. ¿Lo dudan? Pues si hacen el favor de seguir leyendo, es posible que acaben convencidos de ello. Seguramente aquel no fuera un año mágico, de esos que se quedan en la mente del aficionado a la música y que un amigo sostiene que suele coincidir con el año de la década que termina en 7, pero echando la vista atrás y comprobando cómo han envejecido una serie de discos, no se puede negar que se editaron muy buenos trabajos.
Algunos artistas consagrados revalidaron su maestría, hubo nuevos talentos que comenzaban a dar sus primeros pasos y grupos con más de un tiro pegado que demostraban que iban a despedir el año en un buen momento de forma.
Si se quedan un rato leyendo, no van a descubrir ningún nuevo grupo, pero sí que es muy posible que, al terminar o a mitad de la lectura, se levanten, le quiten el polvo a algún que otro disco y pasen un buen rato recordando. Eramos veinte años más jóvenes.
Tom Waits: Mule variations
Tras seis años de silencio, Tom Waits volvió y lo hizo por la puerta grande. El genio no había parado y aprovechó el periodo sin nuevo disco para colaborar con otros proyectos que le llevaron incluso a hacer sus pinitos en el mundo de la interpretación. A la hora de la verdad, en su vuelta, nos entregó un trabajo sobresaliente en el que convivía todo lo que se puede esperar de un disco de Tom Waits, aquello que llevaba entregando ya más de dos décadas atrás.
En el envite le acompañaban los clásicos, con Marc Ribot a la cabeza y un nutrido grupo de músicos —hasta 24 pasaron por aquellas sesiones de grabación— entre los que sobresalían nombres como el del bajista de Primus Les Claypool. Katheleen Brennan coescribió con Tom buena parte de los títulos y se encargó de la producción de un conjunto de canciones que se abría con «Big in Japan» para, a partir de ahí, pasearnos por una sucesión de sonidos —folk, blues, jazz— y estados de ánimo, desde la euforia y descaro inicial a la emoción de «Hold on» pasando por el carácter más juguetón y experimental de «What’s she building?» o «Cold water», el Waits que muerde.
En definitiva, un completo catálogo de todo lo que es capaz de ofrecer un artista que, con esta obra, vendió un millón de discos, una cifra nada desdeñable para una propuesta de estas características que, tan inclasificable, que, a más de uno le sorprendió que se llevara aquel año, el Grammy al mejor disco de folk contemporáneo.
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The Flaming Lips: The soft bulletin
Difícilmente clasificables y dados a la excentricidad, los Flaming Lips alcanzaron en The soft bulletin una de sus cimas creativas y un pasaporte hacia un público más numeroso. El álbum recibió los parabienes de la crítica, que lo encumbró casi de forma unánime entre lo mejor del curso. Se trataba de una obra total: los de Wayne Coyne se mostraban complejos, como de costumbre, y al tiempo, poseedores de esa habilidad que, a pesar de ello, les hacía brillar cuando abordaban el pop desde su particular punto de vista.
El Mercury Rev Dave Fridmann se ocupaba de la producción de un disco de atmósferas sosegadas y paisajes cargados de instrumentación. Los textos, como siempre, abiertos a miles de interpretaciones, y la voz de Wayne al borde del precipicio para terminar siempre cantando victoria.
«Race for the prize», «What is the light?», «Slow motion» no hay atisbo de relleno en un album sobresaliente. Un viaje sorprendente pero relajado, sin los sobresaltos del pasado. De acuerdo, antes de The soft bulletin ya habían facturado discos extraordinarios, y volvieron a repetir gestas en el nuevo siglo. Sin embargo, veinte años después no es nada descabellado seguir apostando por este como el mejor trabajo de la banda.
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Wilco: Summerteeth
Hace unos meses realizamos una lista con diez grandes discos de la década de los noventa, y nos acordamos de Summerteeth, por lo que, más allá de que los gustos evolucionen, su presencia en este vistazo a 1999 parecía obligada. Esta maravilla de Wilco, su tercer disco, es luminoso, pop, redondo…en fin, corremos el riesgo de agotar la lista de tópicos, pero es que los adjetivos se agolpan cuando se va a hablar del trabajo más beatle de Tweedy y compañía.
Wilco se presentaban como un grupo en continua expansión que había dado varios pasos adelante respecto al alt country de sus comienzos tras la disolución de Uncle Tupelo. Es verdad que Yankee Hotel Foxtrot siempre será el disco rupturista que lo cambió todo, pero a Summerteeth le corresponderá el honor de ser la obra en la que los de Chicago escribieron su, para muchos, mejor colección de canciones.
En Summerteeth manda Tweedy, pero Jay Bennet también reina y despliega toda su destreza en de multiinstrumentista, jugando un rol fundamental en la obra. Algunos críticos consideraron el elepé un punto y aparte en su trayectoria. Pocos podían imaginar que, a la vuelta de la esquina, lo que había era incluso un cambio de capítulo. En cualquier caso, el disco está plagado de títulos de un enorme potencial comercial. Entre ellos «Can´t stand it», «A shot in the arm», «Via Chicago», con esa parte final que sugiere nuevos caminos, o la efervescente «I´m always in love».
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Buckcherry: Buckcherry
El rock and roll no había vivido sus mejores años en la primera mitad de los noventa, al menos, no en su vertiente más clásica. Lo alternativo se había impuesto, y si los escandinavos fueron los encargados de recordarnos que otro camino era posible, los Buckcherry se convirtieron en la punta de lanza —en el mercado de Estados Unidos— de un sonido que bebía, en buena parte, de la pócima de aquello que había dominado en las listas del rock más fuerte antes de la irrupción de Nirvana y sus paisanos.
Contaban para ello con la baza del vocalista Josh Todd, un tío con carisma y la imagen adecuada y un single, directo, pegadizo y hasta con su ración de polémica. Total, que se hartaron de despachar discos al ritmo de «I love the cocaina, I love the cocaine» de su célebre Lit up. En el elepé había ramalazos callejeros de esos que parecen apuntar al punk, aunque lo que domina es el hard rock.
Terry Date y el Sex Pistol Steve Jones le daban el sonido adecuado a un conjunto de canciones con pocas fisuras. Potencia para «Lawless and Lulu» con su chulería o la efectividad de «Get back». «Dead again» y «Dirty mind» les muestra macarras, y como si quisieran equilibrar la balanza, «For the movies» y «Borderline» son de esas canciones en las que tiran de su lado más tranquilo. Intensos medios tiempos que van a más y redondean un trabajo disfrutable veinte años después.
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The Black Crowes: By your side
Habían pasado tres años desde la publicación de «Three snakes and one charm». Tanto aquel como «Amorica» tendían a la expansión. Los cuervos habían ganado en profundidad, pero habían perdido buena parte de la inmediatez de sus primeros tiempos. Así que los Robinson tomaron la decisión de evaluar los logros y echar la vista atrás.
Todo en By your side parece remitir al pasado, desde la imagen de un rejuvenecido Chris en la portada. Y lo cierto es que es empezar el disco y confirmar esas impresiones: «Go faster» es un gancho sin rodeos y «Kickin´my heart around» es aún más directa. Los Crowes parecían haber viajado una década atrás en el tiempo.
Y aunque la canción que da título al trabajo, «By your side», también siga esos derroteros, no todo es rock de efectos instantáneos. Cuando hay que echar un vistazo a su vena soul y recordar los logros de sus dos anteriores obras, aparecen canciones como «Horsehead» y «Only a fool», inmediatas y brillantes, mientras que «Welcome to the goodtimes» es estoniana, relajada y, sobre todo, rebosante de clase.
La segunda parte de la carrera de los Black Crowes había arrancado con buena nota. El siguiente paso tampoco tuvo desperdicio. El día menos pensado hablamos de Lions. Prometido.
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The Magnetic Fields: 69 love songs
Conviene aclarar que 69 love songs fue publicado en 1999. Más que nada, porque aquel disco fue distinguido en bastantes publicaciones europeas como lo mejor del año 2000. El motivo es que fue distribuido en Europa con algunos meses de retraso. Pero la obra cumbre de Stephin Merritt está aquí sin romper ninguna regla.
Merritt, que lo dejó claro desde el título, se descolgó con 69 canciones. Decir que fue un proyecto ambicioso es quedarse muy corto. Concluir que firmó una obra maestra es ceñirse a la realidad de un triple elepé desbordante de talento.
Los Magnetic Fields, el proyecto prioritario de Stephin, ya había dado muestras de grandeza. “Get lost” era un magnífico trabajo, pero el sigiuente paso fue gigante. Tres discos, más de tres horas de música, el equivalente a un Box Set de una buena banda para hacernos una idea, lo había parido él a un ritmo de una canción por día y el monumental conjunto no se resentía.
Más allá de algún título anecdótico o de transición, no hay practicamente grasa a lo largo del disco. Este viaje por todos los estados que se pueden experimentar desde el principo al final del amor, depara pop, rock, sintetizadores, algún arranque punk, guitarras, folk, magníficas voces invitadas. Un goce para los sentidos.
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Gigolo Aunts: Minor chords and major themes
No nos engañemos: este no fue un disco especialmente aclamado por la crítica. Quizá porque habían pasado cinco años desde Flippin out. Por el camino tuvieron que superar varios problemas. Para sortear los obstáculos contaron con manos amigas, una de ellas, providencial: la del vocalista de Counting Crows Adam Duritz, para cuyo sello grabaron el esperado disco.
Suele pasar en muchos casos que la expectación prolongada en el tiempo termina perjudicando al artista. Sea por una causa o por otra, la verdad es que el recibimiento no fue todo lo caluroso que se esperaba y que, digámoslo claramente, el elepé se merecía.
Porque estas doce canciones con Dave Gibbs llevando el timón, completan una colección potente en la que no faltan los singles potenciales. «C´mon c´mon»ó «The big lie» con su estribillo para dejarse la garganta, eran ases en la manga y «Everything is wrong» es pura belleza melódica. El grupo, después de todo, se mostraba maduro, había encontrado su camino y rebosaba personalidad.
En España, el lanzamiento del disco vino precedido de su versión de «Chica de ayer» y su actuación en el FIB. Su cartel aquí mejoró y, nunca ha dejado de hacerlo en un país en el que cuentan con una sólida base de fans que espera una nueva visita.
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Paul Westerberg: Suicaine gratification
Sus últimos pasos con los Replacements ya eran practicamente trabajos solistas, de manera que a nadie le extrañó que, tras la disolución de la banda, Paul Westerberg comenzara una carrera con su propio nombre.
Ya no quedaba aquí rastro de su pasado punk. La aceleración hardcore había quedado parecía lejana. En su lugar, lo que domina es el reposo de un creador de canciones que ya comenzaba a dejar claro que iba a funcionar por libre. Definittivamente, el éxito no le iba a capturar.
El disco no es optimista. Quizá empezara a pasar factura en su ánimo el tibio recibimiento que tuvieron sus dos primeros discos, 14 songs y Eventually. Aún así, brillan con luz propia los pasajes acústicos de la apertura de “It´s a wonderful lie”, con un Westerberg cercano al folk, o de “Born for me”, recuperada y revitalizada diecisiete años más tarde para los sobresalientes The I Don´t Cares, su aventura junto a Juliana Hatfield.
Hay historias de amores que se han ido y crónicas de tedio, el maldito aburrimiento, algo marca de la casa en su trayectoria. También arrebatos de pop rock brioso como los de «Lookin ‘out forever» y » Tears rolling up our sleeves». O demostraciones de su cara más sarcástica en “Whatever makes you happy”.
No se trata de su mejor disco y se aceptan reclamaciones por su inclusión en una lista con compañeros tan ilustres. Pero, amigos, no se puede renunciar a las debilidades personales. Y esta es una de ellas.
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Tom Petty: Echo
Y aquí estamos, para finalizar, ante uno de esos discos denominados de ruptura. Piezas que merecen un apartado propio y que nos ha dejado verdaderas obras de arte. En “Echo”, como suele ocurrir en estos casos, Tom Petty se desnuda en un ramillete de canciones compuestas tras final de un matrimonio de veinte años.
Atrás han quedado los primeros tiempos de un Petty que, en este disco, refleja una etapa de madurez. De esa etapa, puede que estemos ante su mejor álbum.
Echo contiene grandes canciones con un hilo argumental común que, en los años siguientes, se fueron cayendo de su repertorio en directo. Aquellos sentimientos que había puesto negro sobre blanco eran tan personales, tan íntimos, se había dejado tanto en ellos, que no quería reproducirlos en el fragor de un show ante el público.
«Room at the top” es una brillante apertura; “Free girl now”, “Accused of love” y “One more day, one more night” no le van a la zaga y, en fin, mejor no seguir, porque la cosa se puede alargar. En Echo no sobra nada. Acabemos por la vía rápida y sin adornos: el último disco en el que colaboró con Rick Rubin y en el que participó Howie Epstein es sobresaliente.