Tras la debacle olímpica de Madrid, Diego A. Manrique nos dice en “El País” que descubrió “la enormidad del deterioro del prestigio nacional el pasado agosto, por un asunto aparentemente trivial. Supe que Prince había ofrecido un show en Lisboa. Una graciosa concesión de Su Majestad Púrpura: las entradas costaban 50 euros, la quinta parte de lo que pide por conciertos similares en EEUU … Considerando que Prince había vivido en España, lo entendí como un desaire (ya ven lo fácil que uno se deja llevar por ese orgullo tan español).”
Pero “un veterano del musical me tiró de las orejas. Según Emilio Santamaría, los números cantan. En España, el 31 % de cada entrada desaparece para satisfacer IVA (21 %) y Autores (10 %). En Portugal, sin embargo, son más razonables: 13 % de IVA, 8 % de Autores.” A esto hay que sumar “el alquiler del local, producción técnica, otros impuestos y dos partidas … la tajada del promotor … y la publicidad del acto.” Además, Madrid no cuenta con teatros de grandes aforos, como en el que actuó Prince en Lisboa.
“En 35 años de democracia, enormes inversiones públicas se han materializado en ciudades de las artes, museos, palacios para la música clásica, instalaciones deportivas; en esto sí que hay unanimidad entre las administraciones de diferentes signos. Por el contrario, el pop y sus parientes siempre van de realquilados, encajados en polideportivos (o incluso en un circo). Y la opción de montarlo al aire libre, que es muy sano.”
En Madrid, gobernada por el PP, a los menores de 18 años “se les impide el acceso a ‘cualesquiera lugares o establecimientos públicos en los que pueda padecer su salud y su moralidad’.” En países como “Bélgica u Holanda, la edad mínima son los 16 años. En Francia o Dinamarca, no hay limitaciones: hasta los niños pueden acudir con sus padres.”
“Mientras sigan mandando semejantes políticos, permítanme un secreto regocijo en el rechazo de la candidatura olímpica madrileño. En el improbable caso de que hubieran triunfado en su empeño, los tendríamos ad eternum”, concluye.
Desde aquí puedes acceder al artículo de Diego A. Manrique “Nos quieren sin música”.