LIBROS
«Una magnética narración que despliega aventuras de barrio, aventuras bélicas, aventuras en países extraños y aventuras en amores»
Carlos Vázquez Moreno
No se requiere corbata
EDITORIAL LINCE, 2022
Texto: CÉSAR PRIETO.
En los últimos tiempos se ha producido un repunte de obras que revisan ese espíritu quinqui que pareció asaltar nuestro país a finales de los años setenta, no solo en el mundo del cine, con Quinqui stars y algún cortometraje, sino también en volúmenes que lo estudian desde el punto ensayístico o narrativo. Entra aquí la colección Nueva picaresca de la editorial Gong, las obras sobre el macarrismo de Iñaki Domínguez, o este No se requiere corbata, la segunda parte de las memorias de Carlos Vázquez Moreno.
Aun así, no tiene que ver en demasía esta autobiografía —por lo menos en el eje diacrónico— con su anterior libro, Tibu, memoria de un mánager, en el que hablaba de las cloacas de la industria musical. Tibu —el apodo que le pusieron de joven— ha sido uno de los uno de los promotores musicales más importante de la industria. En su booking se encontraba Juan Pardo, Hombres G, Miguel Ríos, Aute o El Canto del Loco, por lo menos hasta el momento en que, debido a unas malas artes, acabó en prisión. Hay algún rastro tangencial de estas mañas en su nuevo libro, pero este va mucho más allá, va a su vida.
En el prólogo, deja bien claro que no es un profesional; ni falta que hace, diríamos. Es una forma de captatio benevolentiae como justificación de que escribe del tirón y de que no se plantea una reflexión sobre la escritura. Nadie le pide eso, únicamente que sea correcto y haya jugo vital. Y lo hay. Quizá no en su infancia, común a otras infancias de los sesenta, que se solventaron en música con copla y canción ligera; pero sí un poco más en Carabanchel, que no era más que un pueblo de nueva construcción lleno de gentes trasladadas a la ciudad, sin arraigo, y que por la tanto necesitan arraigarse allí. Y la forma más fácil entre los jóvenes era unirse a una banda juvenil.
Donde sí que hay una diferencia fundamental es el sistema social. A diferencia de sus compañeros y de las otras bandas callejeras con las que peleaban, Carlos viene de una familia con muchos posibles, así que al llegar a casa desde su elitista instituto iba al almacén del edificio, se cambiaba su uniforme por ropa de rockero y salía a dar vueltas por el barrio con los colegas.
También hay diferencia en la caradura con que se apaña para entrar en su primer grupo. En una tienda de instrumentos a la que acude frecuentemente para calmar su ansiedad de música, ve un anuncio en el que se solicita un bajista. Ahí acude, sin tener ni idea de tocar el bajo. Se trata de una orquesta verbenera que le introduce en los entresijos de los conciertos. Va actuando con ella de manera esporádica, porque pasa temporadas en México, donde tiene un tío y una prima que le hace tilín. No es más que el primero de una larga ristra de episodios amorosos que comenta con detalle; el de temblores más románticos en Estambul, como una versión masculina de La pasión turca.
Aún tiene otras estancias en el extranjero. No por placer: decide apuntarse a la legión y probar como mercenario en el Mozambique en guerra por su independencia. Al volver, se topa con la movida madrileña, de la que no deja títere con cabeza, lo suyo es más bien el rock urbano. A partir de ahí, y hastasu entrada en prisión, vienen las vacas gordas: entra en la banda de Luz Casal, monta una academia de música y se convierte en mánager de los grupos más importantes del país.
Si tuviéramos que clasificar la novela en un género determinado, la colocaríamos en la estantería del amor y las aventuras, porque eso es el relato, una magnética narración que despliega aventuras de barrio, aventuras bélicas, aventuras en países extraños y aventuras en amores que le llevan al inesperado, al estremecedor final.
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