«No Ni Ná, una banda de rock a contracorriente, integrada por cinco músicos con actitud y pedigrí»
El pasado mes de junio, se presentaba en sociedad el primer álbum de No Ni Ná, una de las grandes apuestas del remozado sello Gong. Luis Lapuente habla con uno de sus miembros, Iván García Pelayo, sobre su historia, que no es una historia cualquiera.
Texto: LUIS LAPUENTE.
Fotos: EDUARDO LUIS RAMÍREZ DE CARTAGENA.
«Imagínate a Bob Dylan en un cuarto, con una botella de Tío Pepe, Diego el del Gastor a la guitarra, y la Fernanda y la Bernarda de Utrera haciendo el compás, y dile: canta ahora tus canciones. ¿Qué le entraría a Dylan por ese cuerpecito? Pues lo mismo que a Manuel [Molina] cuando empieza a cantar por bulerías con sonido eléctrico: “Aunque digan lo contrario / yo sé bien que esto es la guerra / puñalaítas de muerte / me darían si pudieran”».
En 1970, los sevillanos Smash publicaron el elepé Glorieta de los lotos, mientras Gonzalo García Pelayo y Julio Matito le daban forma al Manifiesto de lo borde, carta fundacional ambos de una nueva manera de hacer música y plantear la cultura desde los ámbitos de la contracultura mediterránea.
Seis décadas después, aquellos presupuestos estéticos e ideológicos siguen vigentes en toda su luminosidad y clarividencia, y hoy se encarnan en el primer álbum de No Ni Ná, una banda de rock a contracorriente, integrada por cinco músicos con actitud y pedigrí, que esconden su identidad bajo sendos apodos (Pepineti, El Baquetas, El Cocinilla, Canijo de Yecla y Atmosfer) y se reclaman herederos de King Crimson, los Beatles y los Kinks, Steely Dan y los Clash, Chabuca Granda y Aute, Triana y Smash entre otros.
«Por supuesto King Crimson, pero también las chirigotas gaditanas», afirma Iván García Pelayo, uno de los miembros del quinteto: «En nuestras canciones prima la idea de divertirnos haciendo una música coral que, inevitablemente, refleja nuestras influencias, y nuestras distintas y largas trayectorias profesionales». Desvelemos, pues, los nombres: Javier de Juan Roméu (baterista, ex miembro de Los Botines y Cadillac, entre otras aventuras), Eduardo Ramírez de Cartagena (bajista y cantante, ex miembro de Cadillac y mil cosas más), Iván García Pelayo (guitarrista y cantante, ex miembro de Lejos de Allí y de la Junta Directiva de la SGAE, francotirador multicultural), Ramiro Martínez-Quintanilla (guitarrista y bajista, veterano músico de sesión y profesor de música moderna) y Fernando García Salamanca (teclista, músico de sesión, devoto del rock progresivo).
«Iván García Pelayo: En nuestras canciones prima la idea de divertirnos haciendo una música coral que refleja nuestras influencias, y nuestras distintas y largas trayectorias profesionales»
«Nos pusimos el nombre No Ni Ná en homenaje a esa típica expresión gaditana, una aliteración que encadena tres negaciones distintas para expresar una afirmación atenuada», señala García Pelayo. Y ahí parece adivinarse la idea recurrente de fundir cultura y contracultura, chanza y profundidad, inmediatez y descaro, como en el rock and roll y el punk; meticuloso perfeccionismo y espontaneidad inteligente, como en las improvisaciones del jazz; y apego a las raíces, en el más puro sentido de las tradiciones poéticas de la cultura popular andaluza. De ahí también el desafío de ese título (no título) del disco, abierto al imaginario de cada oyente: Ponle el título tú. Son, quizá sin pretenderlo, los nuevos hombres de las praderas, según definición acuñada en el Manifiesto de lo borde («los hombres de las praderas son los únicos que están en el rollo y que han salido del huevo. Sus carnets de identidad son sus caritas»).
En los dos primeros temas elegidos para presentar el disco, “Por eso déjame” y “Cainoniná”, hay ecos, claro, de Triana; pero también del Hilario Camacho de aquel álbum venturoso (De paso) para el primitivo sello Gong, y de la lírica de Aute y la métrica de Steely Dan. Otras alusiones ignotas asoman en la extraordinaria “La fiesta la pagas tú”, casi una canción de juglares inspirada en el imaginario de Vinicio Capossela, donde no cuesta imaginar la voz y el espíritu de Ian Anderson y JethroTull, y donde se deslizan frases lapidarias («dejen ya de una vez de prohibir», «vamos todos de cara a la pobreza con glamour y no olvides que la fiesta la pagas tú»). Fiesta sin dejar de enarbolar la bandera del descontento, señal inequívoca de la juventud de espíritu, como decía el personaje encarnado por Charlton Heston al final de El planeta de los simios; virtuosismo instrumental, eso que decían de las huestes del rock progresivo, en un ambiente musical marcado por el amor por las melodías bien construidas y el gusto por retratar con exquisita ironía lo cotidiano, como en las obras maestras de los Kinks.
La guitarra y la voz de “No quiero” dejan un regusto a aquellas felices delicadezas de Pepe Robles con Módulos, y así podríamos seguir y seguir escudriñando referencias que alimentan el universo artístico de una banda que hace bandera de la alegría de vivir y de crear música con raíces, en el más preciso significado del término. ¿Una banda? No, ni ná —benditos sean No Ni Ná— que huye de las cuevas lúgubres y de las cuevas suntuosas porque sabe que «no se puede hacer música en las cuevas del infortunio; hay que abrirse hacia las praderas». No se los pierdan.