No hay mejores o peores discos de Pata Negra

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“En Blues de la frontera está el genio en estado puro. El abc del nuevo flamenco”

 

Entrevistamos a Marcos Gendre, autor de “Blues de la frontera. Anarquía y libertad de los Amador”, el libro que ha escrito sobre el soberbio disco de Pata Negra.

 

Texto: EFE EME.

 

La primera pregunta parece obvia: ¿por qué un libro dedicado a “Blues de la frontera” (1987), de Pata Negra?
Pues porque ya iba siendo hora de que se comenzaran a poner las cosas en su sitio. Quiero decir, con todo lo que se está hablando de dudosos nuevos renovadores del flamenco, como Refree, Rosalía o El Niño de Elche, era de primera necesidad recordar que gente como Lole y Manuel, Ketama, Camarón y Pata Negra fueron los que verdaderamente empujaron el flamenco hacia dimensiones sónicas anteriormente impensables. Por eso y porque me parece que, hoy en día, la mayoría de nuevos rostros del flamenco no tienen en cuenta el acervo popular de esta cultura, a la que se ha estereotipado con no poca falta de juicio y chiste fácil, sino que aún por encima desligan la parte gitana de la estampa final. En este sentido, “Blues de la frontera” es el cierre proverbial a un concepto en sí mismo. Un disco a través del que se puede otear la inigualable explosión creativa gitana que se vivió en aquellos años setenta y ochenta, cuyo eco se tradujo en un meridiano imposible de alcanzar.

¿Qué papel jugó Pata Negra en el nuevo flamenco, y en concreto este disco?
Entre otras tantas cosas, Pata Negra vino a demostrar que, al igual que Ketama con la música Malí y El Lebrijano con la marroquí, el flamenco era una fuente musical de sabores gustosos de mezclarse con otros, aparentemente, lejanos. En su caso, el blues y el jazz.

¿Más allá del nuevo flamenco, qué importancia tiene Pata Negra en el rock español?
Más que importancia, nos quedamos con “lo que pudo haber sido” si, como bien reflexionaba Raúl Rodríguez, la rama del flamenco electrificado hubiera sido recogida por los demás grupos gitanos. Pero no fue así, y el mundo del rock se quedó con el cartón piedra de una esencia que necesitaba de un trasvase en clave gitana para poder ser inoculado por las camadas rock, que solo se quedaron con apuntes rumberos, algún tic blues, pero sin ahondar en las posibilidades de una comunión sonora que, por otro lado, sin la parte gitana estaba abocada a una terrible pérdida de identidad.

¿Piensas que “Blues de la frontera” es el mejor álbum de Pata Negra?
No creo que haya mejores o peores discos de Pata Negra, desde “Veneno” a “Blues de la frontera”, Rafalillo y Raimundo engarzaron cinco obras de personalidad muy autónoma, imposibles de testar bajo la comparación. Y lo digo porque el taranto rock de “Rock gitano” (1982) no parece ser del mismo grupo que hizo “Guitarras callejeras” (1978/1985), documento imprescindible de cómo podar una macedonia de estilos hasta dejarla en un tallo firme y rocoso. Por su parte, “Veneno” (1977) es la anarquía absoluta, una obra tan adelantada a su tiempo que nadie ha podido mirarla de tú a tú, quizá por su propia naturaleza marciana. Cualquiera de estos discos creo que ha sido más importante, por cronología, que “Blues de la frontera”, pero es que este cuenta con el ramillete más esplendoroso de canciones que hayan compuesto jamás. Seis clásicos, perfectamente cosidos por tres instrumentales de aúpa.

Si a alguien que nunca ha escuchado “Blues de la frontera” tuvieras qué explicarle qué se va a encontrar en el disco, ¿qué le dirías?
Pues que se va a topar con una rara avis: el genio en estado puro. El abc del nuevo flamenco. Un elixir de canciones gitanas sazonadas desde la tradición a la irreverencia, donde rumba, flamenco, blues y jazz no parecen haber sido mezclados, sino imaginados bajo un rostro de rasgos irreconocibles.

Una figura esencial en “Blues de la frontera” es Ricardo Pachón. ¿Es este uno de esos discos que podríamos llamar “de productor”, o es fruto del trabajo de todos y de las circunstancias?
Sin duda alguna es un disco de todos y las circunstancias. Durante los días de grabación, por el estudio pasaba gente a visitar que luego tocaba, y cosas así. Se respiraba una libertad que hoy no existe. Hay que entender que Pachón dio alguna idea —también Mario Pacheco— y fue importante en la medida de saber engarzar el océano de músicas que le llevaron los hermanos, pero ellos estuvieron trabajando en las canciones más de un año. Ni mucho menos no hay que restarle méritos a Pachón, pero, parafraseando a Lolo Ortega, este disco lo habría mezclado un sordo.

Fue el último álbum que grabaron juntos los dos hermanos Amador, Raimundo y Rafael, ¿crees que les quedaba más que decir juntos? ¿Por dónde habrían ido de haber continuado?
Creo que Diego Amador deja bastante claro que, a pesar de maravillas como “Inspiración y locura” (1990), Raimundo y Rafael ya habían llegado al límite que pueden alcanzar dos personas que, durante más de dos décadas, viven juntos, duermen juntos y trabajan juntos. No, no creo que pudieran seguir juntos. Ya hicieron bastante aguantando lo que aguantaron. Que podrían haber hecho más cosas de peso a cuatro manos, por supuesto que sí, pero conociendo su pasado siamés dicha opción resultaba de locos.

El libro tiene una estructura muy ágil, casi de documental cinematográfico, con infinidad de voces, ¿por qué lo planteaste de este modo?
Primeramente, porque es algo que ya había hecho en mi libro “Hüsker Dü. Encrucijada en la cumbre”, y me gustó el resultado. En el caso del libro sobre Pata Negra, visto el caudal de posibles entrevistas, resultaba muy apetitosa la idea de montar un documental, conmigo de “voz en off”. Siendo gente tan auténtica y autónoma como Cathy Claret, el Sebas o Guadiana, creo que era básico preservar el acento gitano en todo momento. Mostrar un relato donde, aunque también se mezcla con otra clase de voces, el humor y la forma de ver la vida gitana marcaran el guion de lo que yo entendía como una historial con el suficiente potencias de ser concebida como una película en modo lectura.

Incluyes decenas de testimonios de gente que participó en la grabación de “Blues de la frontera” o estuvo cerca de Pata Negra, pero no has podido contar con los dos hermanos, ¿qué ha pasado?
Por razones a las que no voy a faltar, porque lo prometí, no puedo decir el porqué no aparecieron. Lo que sí puedo decir es que su ausencia abrió el campo de las posibilidades a la hora de sembrar más cuestiones en torno a la naturaleza del duende y otros misterios de la creación que, por muchas aplicaciones nuevas que haya, jamás podrán ser aclaradas. Su presencia habría acotado ciertas reflexiones que, en su grado de subjetividad, entiendo que resultan todavía más realistas desde la palabra de gente como Raúl Rodríguez o Lolo Ortega.

Sin embargo, has logrado que su ausencia no se note, bien con las declaraciones de ellos que has recogido de la prensa, bien porque el resto de implicados sí han hablado para el libro. Da la sensación de que quienes participaron en el disco son muy conscientes de que es una obra muy especial, ¿es así?
No se nota porque al final sus voces se filtran a través de Diego Amador, Luis Amador o Cathy Claret. Por decir tres ejemplos muy significativos. Han estado tanto tiempo junto a ellos, que lo que al final lo que queda es la palabra de la sangre de los Amador. Y ahí está la madre del cordero.
En cuanto a la importancia, quien no se la dé, le pago una sesión al psiquiatra. Lo que también me parece muy interesante es que el disco tiene un significado diferente—-también a nivel de valor— para cada uno de los entrevistados. No tiene nada que ver lo que Carlos Fuentes piensa sobre el disco que Cathy Claret, lo cual también invita a que el lector-oyente no se quede únicamente en el (merecido) epíteto, sino que pueda contemplar las múltiples dimensiones argumentales que van pasando de voz en voz.

A lo largo del libro sobrevuela el recuerdo de Nuevos Medios, la discográfica que editó “Blues de la frontera”, y de su director, Mario Pacheco. ¿Tan importante fueron discográfica y editor para que el disco saliera adelante?
Hay que entender que, sin Mario Pacheco, a lo mejor a día de hoy “Guitarras callejeras” seguía guardado bajo llave en la casa de Pachón… Sobre “Blues de la frontera”, tiene todavía más mérito, porque no solo es que lo sacaran, sino la paciencia que tuvieron durante todo el tiempo que necesitaron las canciones para tomar forma.

¿Qué canciones destacas del disco, cuáles son tus preferidas?
Buff, ya ha llegado la pregunta trampa [risas]. Vale, pues me quedo con las canciones donde Charo Manzano toma las riendas del estribillo; especialmente, “Calle Betis”, dedicada a la calle del mismo nombre, a la cual me acerqué cuando estaba escribiendo el libro. Ni que decir tiene que si dicha calle necesitara de banda sonora, no hay una más descriptiva que esta: era estar allí, en dicha calle, a la vera del puente de Triana, en frente del Guadalquivir, y sentir cómo las guitarras bailaban sobre el agua. Juro que lo vi.

¿Estás planeando un próximo libro?
Pues después de seis años infernales a nivel de publicación, mi cuerpo ha dicho basta. Lo cual no quiere decir que no tenga proyectos, aunque los veo más a largo plazo. Lo que sí está planeado es la reedición de mi libro sobre “Parálisis Permanente” con Efe Eme, aunque me gustaría hacerlo con calma, repasarlo y añadir cosas que me impidieron las prisas del momento. Vamos, dejarlo bien “guapeao”. También me gustaría volver a adentrarme en el mundo del nuevo flamenco, cosas como “Shongai”, que han quedado soterradas muy injustamente por adefesios como el invento ese del flamenquito.

“Blues de la frontera”, de Marcos Gendre, está a la venta en librerías y en La Tienda de Efe Eme.

 

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