DISCOS
«En estas canciones, inesperadas y espontáneas, se traza un mapa más amplio de la personalidad de Berrio, dura y tímida a la vez, abierta y oxigenada, temblorosa»
Rafael Berrio
No es para menos
WARNER, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
No ha habido nadie en este país que haya llevado la música tan adentro como Rafael Berrio. Vivía en ella, ya que no pudo vivir de ella —uno de sus trabajos fue el de pintor de interiores— y lo hacía a conciencia. Este ilustre donostiarra del barrio del Gros no la dejó nunca, hasta su muerte, de la que se cumplen cinco años, efeméride que ha propiciado que Warner recupere casi medio centenar de canciones perdidas y excelentes en distintos estados de gestación.
Ya las había hecho con esa calidad compositiva en todos los grupos en los que estuvo –U.H.F, Amor a Traición y Deriva—, en sus seis discos en solitario —el último, un epé póstumo— y en las composiciones para La Oreja de Van Gogh o Mikel Erentxun. Pero en estas canciones, inesperadas y espontáneas, se traza un mapa más amplio de la personalidad de Berrio, dura y tímida a la vez, abierta y oxigenada, temblorosa.
El caudal se divide en dos discos de diferente factura. El primero, con canciones interpretadas entre 1984 y 1992, es mucho más eléctrico y cubre temas descartados de UHF y Amor a Traición. Ahí está “Candy dice” —no es la de la Velvet Undreground—, “El amor a traición”, más oscura, que defiende el amor por detrás, en todos los sentidos, o “Héroes del Báltico”, con geniales juegos de guitarras y que hoy en día, tal como está el mundo, cobra todo su sentido y se alinea con “Ataque preventivo de la URSS”, de Polanski y el Ardor, en esa moda de los ochenta que retrataba episodios de la guerra fría.
Los registros son variados, y también toca la desfachatez de los sesenta o de Los Rodríguez en “Hola y adiós” o el deje canalla y de barrio en el paseo amoroso, lento y acariciante, de la preciosa “Bienvenida al barrio”. Y los sentimientos, apuntalados en la estampa costumbrista de “La calle mayor” —bellísima, como esas baladas de Burning— o la inmensa declaración de amor que es “Dame esperanzas”.
Hay mucha claridad en sus referencias. Los Rolling Stones aparecen en “Necesito sufrir un poco”, “Ni odio ni amor” y “Barrio obrero”, está última de cuando Mick Jagger y los suyos se ponían funkies. También hay la parte Bob Dylan en “Alta sociedad” —con compases calcados de “Like a Rolling Stone”— o esos recuerdos de la infancia que expone en “Buchenhain”. También con gotitas de Dylan en “A quién le importa el qué dirán” y sus riffs afilados, aunque en este caso el plato principal es Lou Reed, como en “A través de la noche” —también con algo del poderío latino de Mink de Ville— o “Pecado original”, con su intensa temática religiosa.
Lo curioso es que el segundo disco, acústico exclusivamente, también tiene de plantilla en algunas canciones al músico neoyorquino, como “Bebemos de más” o “La mala vida”. Una guitarra limpia acompaña a toda esta segunda parte, con “Todo y nada queda” —y los amores que desaparecen— o esa otra preciosa rodaja de amor y fábula de fantasía que es “Amalia”. Es un Berrio más sentido, como demuestra en “Travestida de Ulises”, y de más pasión, la que vuelca completa en “Esto es lo que hay”. Quizá más variado, porque combina blues, “Se les nota en la mirada”, proclamas para que no nos durmamos, “Utopía” —con la cadencia recitativa típica en él— y una preciosa balada que sobrecoge en su belleza: “Lo que importa” Parece escrita por la mismísima Carole King en su fraseo cercano e íntimo.
También es más cuidadoso en sus letras, verdadera poesía que resulta tan tierna como combativa, completas ya, a pesar de que muchos de los cortes son meros esbozos de lo que podría haber sido, su esqueleto, aún en desarrollo. Lástima que no hubiera dado tiempo a vestir estos meros apuntes, diseñados al completo, eso sí, de aparato más eléctrico.
La edición es cuidadísima. De su preparación se han encargado su productor de cabecera, Joserra Senperena, y su amigo Cheli Lanzagorta. Su hermano Iñaki y Ricardo Aldarondo son quienes han escrito los textos que acompañan el disco. El trabajo de seleccionar, valorar, discernir y escoger ha sido agotador, pero necesario. No sé si para el público en general —ojalá llegase a ocupar el lugar que merece—, pero para sus seguidores era imprescindible conseguir rescatar estas canciones que nos siguen diciendo cómo era Rafael Berrio y como sus canciones abordaban la ironía tanto como el drama, la crítica social tanto como el erotismo. En definitiva, lo que es el hombre.
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Anterior crítica de discos: Elegía y chachachá, de Marta & Micó.