Niños Mutantes: Hacia lo salvaje

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“Hemos padecido el desengaño de constatar que no todo es perfecto. Todas las relaciones tienen un desgaste”

 

Casi un año después de ser homenajeados por el indie nacional en “Metanciones”, Niños Mutantes publican “Diez”, al borde de su vigésimo aniversario discográfico y tras superar una crisis grupal. Una entrevista de Eduardo Tébar.

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.
Fotos: PEPE MARÍN.

 

Días antes de la publicación de “Diez” (Ernie), quedo con Niños Mutantes en el barrio granadino del Realejo, donde reside casi todo el grupo. Es la hora del té, pero ya ha caído algún lingotazo en el Papaupa, habitual espacio de reunión. Veo la portada y me llaman la atención dos factores: aparece la banda –que ya es raro– y cada uno de los cuatro miembros está mirando a un sitio distinto. Prevalece la sensación de desunión. Unos segundos de silencio. “No habíamos caído en ese detalle. Pero sí, refleja la realidad. Hemos superado una crisis”, confiesan. En abril de 2016 se subieron al escenario de La Riviera para repasar veintidós canciones de toda su trayectoria con invitados como Amaral, Fernando Alfaro, León Benavente, Lori Meyers, Maga o La Habitación Roja. El sorpresivo homenaje del indie nacional a la formación de Juan Alberto Martínez, Nani Castañeda, Miguel Haro y Andrés López quedó empaquetado en un doble álbum titulado “Mutanciones”, que ya se vende por encima de los cuarenta euros. Una semana después del concierto en Madrid, a la vuelta de un bolo en Murcia, tuvieron su mayor bronca en dos décadas.

“Incluso los matrimonios más longevos sufren peleas gordas. Sirven para valorar lo que tienes”, explica Nani, el batería. “Viene bien sacar la mierda de vez en cuando. Si no, se queda ahí acumulada”, añade Miguel, el bajista. Juan Alberto, el líder, matiza el asunto. “Hemos padecido el desengaño de constatar que no todo es perfecto. Todas las relaciones tienen un desgaste. Al cabo de veinte años, hay muchos aspectos en los que discrepamos. Existe cierta incompatibilidad de caracteres. Como en las familias, se mezclan el amor y el odio más grandes. Nos une algo: la música. Cuando nos colgamos los instrumentos, sentimos que hay magia. Surge algo que nos trasciende a los cuatro”. Ahora han incorporado a un quinto componente, Alonso Díaz, el taciturno jefe de Napoleón Solo. “Es el Manuel de Falla del indie. Es como hacer carne en salsa con un Vega Sicilia”.

 

 

Veinte años, diez discos. “Diez” es un trabajo sobrio, crudo. En parte, rupturista con la faceta pop de Niños Mutantes en el último decenio. La producción de Abraham Boba y César Verdú (León Benavente), que participaron en la criba del repertorio, acabó por determinar el giro salvaje del cancionero. “Nos ayudaron a coger músculo y recuperar energía. Abandonamos el pop y volvemos al rock”, apunta Miguel. “Tiene que ver con las ‘Mutanciones’. Terminas comparando las versiones que hicieron los artistas con los originales de finales de los noventa y principios de siglo. No es que queramos recuperar aquel sonido guitarrero. Este disco no tiene nada que ver con aquello. La nostalgia no existe en nuestro vocabulario. Ahora tenemos más mala leche. Hemos recuperado esencias más viscerales. Estos años andábamos en la búsqueda de la canción pop y estábamos más domesticados. Nos atrapamos en sonidos más acústicos, más folk. Nos hacía falta adrenalina. Aquí hay una agresividad consciente”. “Y escapar de la autocomplacencia”, agrega Miguel. “El aplauso fácil está muy instalado en el indie patrio”.

¿Y el difícil equilibrio entre sudor y cerebro? “El disco puede sonar directo, pero no es nada espontáneo. Nunca hemos revisado tanto las canciones. Muchas irrumpieron de una manera muy libre, con estructuras muy difusas basadas en la improvisación. Y se han convertido en piezas de orfebrería por el peso de la responsabilidad. No merece la pena grabar un álbum si no vamos a afrontar riesgos y desafíos. Seguro que mucha gente que se enganchó en nuestra etapa más suave se va a espantar”, medita Juan Alberto. “Es un disco muy de bolo. De ir al meollo del rocanrol”, sigue el bajista.

Dice Juan Alberto que “Diez” no es un disco de estribillos. “Los estribillos surgen después, pero hemos trabajado estrofas. No queremos participar en la competición por el pelotazo musical”. Por su parte, Andrés recalca el ADN de los Mutantes: Los Brincos y Pixies. “Aquí encuentra riffs que se quedan en la memoria. No son flor de un día”, señala Nani. Y toda la reflexión sobre su presunta vuelta a los orígenes conecta con las dos noches de actuaciones revisionistas que realizaron en la sala Planta Baja en 2015, donde repasaron material de “Mano, parque, paseo” (1998), “Otoño en agosto” (2000) o “El sol de invierno” (2002). “No fue por deseo nuestro”, subraya el cantante. “Ocurrió por la demanda de un séquito de fans de la primera época de Niños Mutantes. Echaban de menos unas canciones que nosotros habíamos expulsado totalmente del repertorio. Fue algo que nos encontramos, como las “Mutanciones”. En ningún caso se trató de una decisión nuestra. Lo curioso es que en ambas ocasiones experimentamos reacciones casi físicas”. A Juan Alberto le costó una crisis de agotamiento. Mirar hacia atrás le dejó destrozado. “Y las “Mutanciones” nos dieron un subidón enorme, pero después entramos en un bajón emocional. Desde luego, hace daño remover el pasado”. ¿La cara positiva de la terapia? “Algo habremos hecho bien cuando tantos compañeros del gremio nos reconocen”, espeta el batería. “Pero también te añade una carga: en este disco hemos sido muy exigentes”, continúa Haro. “Mutanciones” frenó el proceso de composición en su fase más creativa. Les entró la pájara y se levantaron. Luego, Abraham Boba y César Verdú les impulsaron para aflorar el ruido y la canallería.

 

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“Nos hacía falta adrenalina. Aquí hay una agresividad consciente”

 

Niños Mutantes grabaron “Diez” del 4 al 12 de diciembre de 2016 en la casa estudio de Martin Glover ‘Youth’, fundador de Killing Joke, en la localidad granadina de Albuñuelas, situada en la comarca del Valle de Lecrín. Corren habladurías de los fines de semana con Paul MacCartney y otras estrellas. El día antes de la entrada de los Mutantes en el palacete rústico, mezclaban allí The Jesus & Mary Chain su “Damage and joy”, producido por el propio ‘Youth’, que ejerce además de bajista. “Eso impone”, admiten. Las canciones se nutren de vivencias como los viajes de Juan Alberto a Costa Rica e Islandia, países sin ejército y de una presencia abrumadora de la naturaleza. Y su antigua obsesión por el paso del tiempo es cada vez más apremiante. “Llevamos veinte años diciendo que hay que aprovechar el tiempo porque llevamos veinte años perdiéndolo”. En relieve, todas las canciones de “Diez” hablan de las cadenas y de las formas de romperlas. “El tiempo es una cadena, pero también la culpa, el deseo, la alienación. En todas estas canciones subyace un grito de libertad”. Títulos como ‘Menú del día’ trazan un descarnado retrato social. “No hay más que montarse en el metro. Vivimos en una sociedad de autómatas. Hay decenas de personas y nadie repara en lo que hace el de al lado. No separan la vista de sus pantallas. Estamos superando las peores fantasías orwellianas. Nos creemos que hemos encontrado maravillosas formas de comunicación cuando internet es el elemento de control social más grande que ha existido nunca”.

Imposible no detenerse en ‘FLG’, letra de Nani Castañeda a partir de unos versos de “Poeta en Nueva York”, que luce cual lustroso pop británico. “Llevaba años queriendo hacer una canción sobre Federico García Lorca. Pero también es un tema que habla de Granada, una capital que es un tribunal permanente”. Salta Juan Alberto: “Granada es una ciudad supuestamente universal, pero en el fondo muy provinciana, con francotiradores en cada esquina”. Dejo de grabar y piden otro lingotazo.

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