DISCOS
«Ese acercamiento al pop en detrimento del rock es el cambio más notable, y el resultado es igualmente acertado y disfrutable»
Rafael Berrio
Niño futuro
ROSI RECORDS, 2019
Texto: Javier Escorzo.
En realidad, Berrio siempre ha estado ahí, sin preocuparse por si el público le seguía o no, fabricando su obra y empujándola, como Sísifo, hasta las montañas más altas del pop rock nacional. Así ha sido desde los setenta, cuando formó sus primeros grupos para engrosar las filas, pocos años después, de aquel primerizo Donosti Sound con su banda de aquel entonces, UHF. Algunos supimos de él en los noventa, de la mano de ilustres paisanos suyos; Diego Vasallo creó una discográfica (Galerna) con el único objeto de publicar las canciones que Rafa había compuesto con su proyecto Amor a Traición (Una canción de mala muerte, 1997), y Mikel Erentxun recurrió a él para que escribiese algunas letras de su incipiente carrera en solitario (cosa que también hizo La Oreja de Van Gogh). Sin embargo, fue bien entrado el nuevo milenio cuando alcanzó una mayor popularidad gracias a dos discos, 1971 y Diarios, en los que se alejaba del pop y del rock y abrazaba los sonidos orquestales. Con ellos cosechó el aplauso unánime de la crítica y la atención de un público selecto, y después, en un movimiento pendular, volvió al rock de guitarras distorsionadas con “Paradoja”. Ahora, en un nuevo quiebro (aunque no tan brusco como el anterior), publica Niño futuro.
Esta última entrega del donostiarra es, de alguna manera, continuadora de su anterior álbum, si bien aquí Berrio se muestra musicalmente más atemperado. Es, de nuevo, un disco de guitarras, lo que lo aleja de 1971 y Diarios, pero, a diferencia de lo que sucedía en “Paradoja”, el piano también juega un papel fundamental, lo que le otorga un carácter más melódico. Eso se percibe ya desde el inicio, con “Dadme la vida que amo” y, muy especialmente, “Considerando”, en la que Paul San Martín traza imaginativos dibujos con sus teclas. Por su parte, Joseba Irazoki se muestra elegante y contenido con su guitarra durante todos los cortes, tocando con precisión y sutileza, encrespándose en ocasiones (“Sísifo releva a Sísifo”, “Abolir el alma”, “Las tornas cambian”), aunque sin llegar a estallar nunca del todo, como sí sucedía en su anterior disco. Los coros femeninos, presentes en varias canciones, contribuyen también a dulcificar el sonido del álbum. Esa determinación de acercarse al pop en detrimento del rock es el cambio más notable que encontramos en Niño futuro, y el resultado es igualmente acertado y disfrutable.
Donde no hay novedades es en las letras, magníficas, como siempre. En ellas, Berrio vuelve a ahondar en su ya conocida visión del mundo. En “Dadme la vida que amo” reniega de la existencia plácida, abogando por otra llena de experiencias intensas (y, en ocasiones, algo sórdidas). Lector empedernido y escritor más que reputado, para este disco ha contado con la ayuda de su hermano, Iñaki, y de otro optimista recalcitrante, Emil Cioran. El primero le cede la doliente “Tu nombre”, mientras que de los textos del nihilista rumano extrae el mensaje de “Abolir el alma” (así se titulaba, por cierto, el espectáculo que Rafael llevó a varios teatros hace tres años, basado también en la obra de Cioran y ciertos acompañamientos musicales creados para la ocasión). En “Las tornas cambian” se muestra cínico y descreído, refiriéndose, quién sabe, al éxito (relativo) y al reconocimiento que ha alcanzado su obra en los últimos tiempos: “El arte es largo, la vida es corta, ahora que ya acaso no importa. Es mi turno, es mi vez, las tornas cambian al parecer”.
“Niño futuro” es la canción «especial» del disco, una ristra de adjetivos (muchos de ellos prácticamente en desuso) y posibilidades vitales no demasiado halagüeñas, que son recitadas, no cantadas, a modo de cascada interminable. “El truco era un resorte”, reza el título del último tema. Pero, en realidad, no hay truco. Solo talento.
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