FONDO DE CATÁLOGO
«Nino Bravo imprime carácter y personalidad. Fulge como intérprete e impone su estilo»
Hasta en sus álbumes menos mediáticos hay un Nino Bravo que emerge con fuerza, arrebato y tremenda personalidad vocal. Luis García Gil recupera su disco homónimo, en el que se rodeó de Augusto Algueró y Fernando Arbex, entre otros.
Nino Bravo
Nino Bravo
POLYDOR, 1971
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
Nino Bravo era mucho más que una gran voz. Su meticulosidad y profesionalidad marcaron cada una de sus impolutas grabaciones en un lapso tan corto como intenso, que apenas duró un lustro en una trayectoria musical que segó un trágico accidente de carretera acaecido en abril de 1973.
Dos años antes de aquella fatalidad, en otro mes de abril, en plena expansión de su carrera, el cantante valenciano grabó su segundo elepé, titulado solo con su nombre y el fogonazo de su imagen en portada. En este disco de 1971 no encontramos ninguno de los grandes éxitos que suelen traerse a la memoria cuando se piensa en Nino Bravo. Por eso mismo resulta mucho más interesante volver a estas canciones, posar la mirada en ellas, por no estar tan trilladas y porque demuestran la calidad de un repertorio que va más allá de las piezas más recurrentes.
Ocho de los registros del nuevo disco pertenecen al mes de febrero de aquel año y otros cuatro rescatan grabaciones aparecidas el año anterior. A nivel compositivo y de arreglos, el disco es heterogéneo, pero no hay sensación de dispersión sino todo lo contrario. Nino Bravo imprime carácter y personalidad. Fulge como intérprete e impone su estilo, sus crescendos característicos en unas grabaciones muy bien arropadas instrumentalmente.
Las canciones
“Puerta de amor” sirve de colosal obertura al disco, vigorosa adaptación de la canción “A street called hope” de Gene Pitney. El amor revelado en un sueño en una calle de un pueblo llamado libertad. El mérito como adaptador de Vicente López, bajista de Nino, es innegable, ya que hace de “Puerta de amor” una de las canciones más identificativas de la personalidad torrencial del valenciano, capaz de asumir distintos registros melódicos.
El disco refuerza esa impresión de estar ante un cantante capaz de iluminar cada canción que cae en sus manos. Es el caso de “El tren se va”, otra canción deslumbrante que Nino Bravo agiganta con su interpretación. «Llorando estoy en la estación / el tren se va y ya no puedo retenerte junto a mí…». He aquí, en el arranque, la soledad de quien ha de despedirse para siempre de su amada en un andén. La vibrante orquestación acompaña el quejumbroso soliloquio amoroso: «Mi vida sin querer se marcha en ese tren», canta Nino Bravo. La parte musical de “El tren se va” la firma Pedro San Antonio, y la letra Jesús González López, quien se ocultaba tras el seudónimo de Cholo Baltasar.
El gran Augusto Algueró entra en escena con “El adiós”, una pieza que comparte con Fernando Arbex en otro arreglo brillante reforzado por los coros femeninos. Tras esta canción llegaba “Ni el viento ni el tiempo”, cuyos artífices son Pepe Juesas y Vicente López, que formaban parte del grupo que giraba con Nino Bravo. El estribillo de esta canción decía: «El viento pasa arrancando flores / el tiempo pasa marchitando amores…». Muchos años más tarde, con el viento y el tiempo como conceptos fusionados, Luis Eduardo Aute construiría una bellísima canción titulada “El viento, el tiempo”.
El lamento amoroso es una constante del disco, que musicalmente rehúye recurrencias y transita por territorios diversos, incluidos los jazzísticos presentes en “Por culpa tuya”, que le entregan Manuel de la Calva y Ramón Arcusa tras la gloria sesentera del Dúo Dinámico. También de su cosecha salen la muy sugestiva “Elisabeth”, que abría la cara B, y la curiosísima “Flor de invernadero”, dedicada a una joven enclaustrada a la que Nino Bravo impele a cambiar su vida. Le dice: «Tú que creíste equivocada que el amor era pecado…». Y más tarde: «Yo te enseñaré lo más hermoso del amor».
En cuanto a “Elisabeth”, nombre de mujer que no tendrá el recorrido de la aclamada “Noelia”, tiene su desarrollo dramático y épico, casi de ópera-rock, y también su misterio con el retorno de los coros femeninos. El vibrante arreglo de Algueró hace el resto mientras el vozarrón de Nino Bravo no parece tener fin en el rotundo final. “Elisabeth” sirvió de carta de presentación del cantante en el Festival Internacional de Río de Janeiro.
“Mis noches sin ti”, que culmina la cara A del disco, forma junto a “Puerta de amor” y “Hoy soy feliz” una relación de canciones versionadas que llevó a su propio territorio expresivo, dotándolas de su incuestionable personalidad vocal. En el caso de “Mis noches sin ti” se trataba de una canción de los años cuarenta que dedicó a su madre el compositor paraguayo Demetrio Ortiz, con letra de la cantante y autora bonaerense María Teresa Márquez. Como en otros capítulos del disco, la dirección musical corresponde a José Torregosa, cuyo nombre va unido a varios éxitos musicales del cantante valenciano.
Habrá otras canciones que merecen cierta estimación y en las que se canta al amor perdido. Es el caso de la suplicatoria “Amanecer”, en la que comparecen José Luis Armenteros y Pablo Herrero, otro tándem compositivo de altura que aporta a esta colección una canción titulada “Ese hombre” —la penúltima del conjunto— que constituye una letra de mayor riesgo en la que el protagonista de la canción advierte a su amada que su prometido no la ama. Seguimos en el territorio resbaladizo y voluble de los sentimientos. Con todo, Nino Bravo sortea todos los tópicos y recurrencias. Dignifica todo lo que canta, incluso aquellas letras que incurren en lo sentimentaloide. En otra canción, “Perdona”, estimulante en lo rítmico, volvía a figurar en la parcela compositiva Augusto Algueró, en este caso con su inseparable letrista Antonio Guijarro, con quien compuso un tándem sin el que no se podría explicar el pop español de los años sesenta.
El disco toca a su fin con “Hoy soy feliz”, en la senda de concordia universal del “Himno a la alegría” en la que Vicente López adaptaba el original en inglés “Can you believe” de Hawkshaw y Cameron, que grabó la cantante de gospel Dorothy Morrison a principios de los años setenta. El colofón de un disco en el que Nino Bravo se revela en toda su plenitud vocal, encontrando una serie de canciones construidas a su medida y a las que solo él podía otorgarles verdadero sentido.
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