Nine Inch Nails: The downward spiral (1994), el descenso triunfal de Trent Reznor

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TREINTA ANIVERSARIO

«La personalidad de su autor está presente en canciones de atmósferas poderosas, capaces de llevarte desde la rabia y la desesperación al relax, pero siempre con una capa de oscuridad que lo envuelve todo»

 

Hasta el segundo álbum de estudio de la banda estadounidense regresa Fernando Ballesteros para analizar su concepción, sus canciones y su legado. Un álbum referencial de los noventa, que Treznor se empeñó en grabar en la casa en la que tuvo lugar la matanza llevada a cabo por Charles Manson y sus secuaces, y cuyo halo de misterio y terror impregnado para siempre.

 

Nine Inch Nails
The downward spiral
NOTHING RECORDS, 1994

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Hay discos que son especiales desde el momento en el que se empiezan a gestar, que encierran toda una historia en sí mismos. Todo lo que rodea a The downward spiral le dota de una capa de misterio, desde el mismo lugar en el que fue grabado. El escenario elegido por Trent Reznor fue el número 10050 de Cielo Drive, en Beverly Hills, sí, el mismo lugar en el que se cometió  la matanza llevada a cabo por los seguidores de Charles Manson. El cerebro tras Nine Inch Nails renombró aquel sitio como “Le Pig”, haciendo una clara referencia a la palabra que los asesinos escribieron en la pared con la sangre de las víctimas, entre las que se encontraba Sharon Tate.

Reznor le quitaba, en cierto modo, importancia a la decisión y sostenía que eligió aquel emplazamiento porque era una casa bonita y un lugar tranquilo que tampoco distaba mucho de posibles destinos en los que buscar diversión, como el Whisky A Go-Go. Aquellas potenciales distracciones, sin embargo, no parecieron tentarle demasiado,  pues también recordaba años después que apenas abandonó la casa porque  estuvo allí encerrado durante semanas, un hecho que, en sus propias palabras, pudo coadyuvar a la sensación de aislamiento que transmite la obra.

Para entender mejor The downward spiral hay que acercarse a la situación que vivía Trent Reznor por aquel entonces. El disco comenzó a dibujarse en un momento de dificultades para él:  muchos problemas personales, un estado mental complejo y el abuso de las  drogas eran realidades que afectaban a la vida de un Reznor que se descolgó con un disco de más de una hora de duración que era todo un viaje. Eran catorce canciones, pero por encima de su suma, aquella grabación  tenía algo más, estaba concebida como un todo, algo que se acercaba a —con perdón del término— un disco conceptual. El protagonista del álbum es un personaje que no difiere en exceso de lo que era su autor, en aquellos momentos,  alguien que lucha contra sus problemas y que se refugia, o encuentra vías de escape, en el sexo, las drogas e incluso los pensamientos suicidas. ¿Cómo había llegado hasta aquí el atormentado creador?

 

Decidido a explorar y trascender los sonidos industriales

Los NIN se habían hecho ya un hueco en lo que podríamos denominar la escena industrial, con su debut Pretty hate machine, editado en 1989. Fue tras la exigente gira que siguió a aquel primer disco, cuando germinó la idea que terminaría derivando en The downward spiral. Entre medias, el mini elepé Broken, supone un salto intermedio que le iba a acercar a lo que estaba por venir. En Pretty hate machine, Reznor tocaba todos los instrumentos, durante la gira posterior, las canciones fueron ganando en agresividad, crecieron noche tras noche, con la interpretación sobre las tablas de una banda. Sus representaciones en vivo hacían gala de una capa de violencia que las llevaba hacia otro lugar, un sitio diferente al que se iba a acercar en Broken para terminar llegando a él en su gran obra maestra.

Trent estaba decidido a explorar nuevos territorios sonoros y Broken solo había sido una primera aproximación. Para llevar a cabo sus ambiciosos planes, supo rodearse bien, un hecho que demostró tirando de músicos amigos como el batería de Jane’s Addiction, Stephen Perkins, o Adrian Belew, que aportaron bastante a aquellas sesiones en las que la  formación de lujo la integraban junto a Trent, Chris Vrenna, Danny Lohner y Robin Fink. Mención especial merece Flood, que trabajó en la producción codo con codo junto a Reznor. Y no debía ser fácil. El capo de NIN siempre ha tenido fama de perfeccionista. Un tío capaz de tirarse días obsesionado con un momento determinado de la grabación, pero también es de los que cazan el instante de inspiración y graba del tirón y a toda prisa la voz de una canción, como sucedió en más de una ocasión en este trabajo. La labor del productor fue tan atinado que, treinta años después,  sigue ocupando un lugar más que destacado en su extensísima hoja de servicios.

La personalidad de su autor está presente en canciones de atmósferas poderosas, capaces de llevarte desde la rabia y la desesperación al relax, pero siempre con una capa de oscuridad que lo envuelve todo.  Pocas dudas sobre su temática puede ofrecer un trabajo que se abre con una canción titulada “Mr. Self Destruct”, cuyo primer verso descerraja de entrada: «I am the voice inside your head (and I control you)», una muestra perfecta de lo que nos espera, desgarradora e ideal para meternos de lleno en la espiral descendente que vamos a vivir junto al personaje sin nombre  y para hacerlo a un ritmo frenético.

En abierta oposición al rutilante punto de partida, “Piggy” se presenta perezosa y tranquila, envolvente y casi relajante. Trent deja caer el texto, que podría estar dedicado a su ex socio en la banda, Richard Patrick, como quien no quiere la cosa, y  sobre un colchón deliberadamente sobrio. “Heresy” vuelve a poblar el ambiente de ruido y rabia, mientras nos escupe una y otra vez ese estribillo que le debe algo a Nietzsche y que asegura que tu Dios ha muerto, que a nadie le importa y que si existe el infierno, allí nos veremos. Una inyección de nihilismo realmente impactante, aunque quizás no tanto como “March of the pigs”, una de esas canciones que te transportan, que te alteran y te llenan de adrenalina hasta que, en el puente, comienzan a tranquilizarse las cosas para dar paso a un estribillo en el que el piano y su voz casi acarician antes de que vuelva la tormenta.

“Closer” es pegadiza y funky. Realmente irresistible, Ahora lo piensas y te das cuenta de que, en el contexto del año 94, una canción como esta, a pesar del “I wanna fuck your like an animal” de su estribillo,  lo tenía casi  todo para seducir a un público bastante más amplio del que podías imaginar en un principio para un disco como este que no era nada sencillo. “Ruiner” comienza con cierta suavidad pero pronto cambia la decoración y nos embarcamos en otra odisea repleta de ruidos industriales y contundencia, mientras que “The becoming”  y “I do not want this” son puro desasosiego. Está claro, a estas alturas del disco, que Reznor ha conseguido llevarme con él. Hasta aquí, no hemos escuchado un ramillete de canciones, no quería sonar grandilocuente, pero me temo que lo haré al asegurar con firmeza que estamos inmersos en una experiencia que va mucho más allá.

“Big man with a gun” es otro de los momentos álgidos de Downward y es tal el derroche de furia desatado en sus menos de dos minutos, que la instrumental “A warm place” llega para calmar las aguas, casi como una necesidad. “Eraser” es tenebrosa y violenta por este orden, “Reptile” hipnotizante y la canción titular otra inmersión terrorífica plagada de gritos y susurros al fondo. Y si esto era un viaje, el destino es “Hurt”. Todos los miedos, los problemas, la deshumanización propia y ajena, la rabia, los intentos de redención y la pérdida de fe, finalizan en una canción que ya es eterna y que incluso tiene una vida más allá de su autor y de un disco, como este.

 

“Hurt” una enorme canción que ya son dos

Trent compuso una canción, para algunos una nota de despedida, que para su propio autor es «un pequeño poema que escribió en su habitación durante los momentos de soledad que vivía». Con sus referencias a la adicción a la heroína y a la autolesión, se hace difícil encontrarle una lectura esperanzadora. Y entonces, en 2002, llegó Johnny Cash. El veterano cantante, con 70 años, lanzó una versión de “Hurt”. A estas alturas, estaba retirado de los escenarios, pero seguía grabando discos de estudio tras ser rescatado en los noventa por Rick Rubin para vivir una extraordinaria recta final de  carrera.

Y fue en el último capítulo de esas gloriosas American Recordings, American IV: The man comes around, en la que se incluyó su “Hurt”, que no es ni peor ni mejor que la de NIN. Sencillamente es otra canción, en la que Cash hace un canto crepuscular sobre el paso del tiempo y sus consecuencias. A su manera, también fue una nota de despedida de June y del mundo.

Sería estéril y finalmente injusto compararlas, a pesar de que el propio autor ha reconocido en alguna ocasión que la canción dejó de ser suya, que ahora ya es de Cash. Lo cierto es que son dos canciones. De acuerdo, Johnny partió de la de Trent para hacer la suya, pero la llevó a un nuevo lugar. En todo caso, “Hurt”, la que cierra este disco, también se ha beneficiado de su hermana desnuda y folk. Me ocurre con ella algo parecido a lo que dicen los seguidores de Gardel, eso de que cada día canta mejor. Pues sí, “Hurt”, cada día es mejor. Sublime. Una de las mejores y más emocionantes canciones escritas en las tres últimas décadas.

 

Woodstock 94. Los Nine Inch Nails en la cima.

Y si hay aspectos, como el lugar en el que se graba un disco, que contribuyen a aumentar su leyenda, también hay cosas que suceden meses después de que este vea la luz que ponen de su parte para hacerlo aún más icónico. En el caso de Nine Inch Nails, un momento clave es el de su actuación en Woodstock en agosto del 94. Su fotografía, cubiertos de barro hasta las cejas y reinando en aquel festival ante más de trescientas mil personas,  es una de las imágenes que definen el rock and roll en la década de los noventa.

Para entonces, el disco llevaba ya cinco meses en las tiendas. Fue publicado el 8 de marzo y logró escalar hasta el número dos del Billboard, todo un logro teniendo en cuenta lo áspero de la propuesta. Su triunfo en Woodstock, en cualquier caso, multiplicó todo aquel reconocimiento y, sí, en agosto del 94, eran el grupo del momento, solo así se entienden las ventas millonarias de un elepé al que no se le podía encasquetar la etiqueta de metal ni la de industrial, pero que tampoco era completamente ajeno a ellas ni a unas cuantas más, ni a nombres sagrados a los que, de una u otra forma, Trent les debe algo, con Bowie, cuyo Low es un faro que le guía,  e Iggy Pop  a la cabeza. Pero, por encima de todo, lo que supo hacer, aunque suene a tópico, fue captar el espíritu de su tiempo y esa, aunque sea manida, es una realidad de la que uno no puede huir cuando se pone a analizar este disco.

Hoy lo paro aquí, podríamos añadir varias cosas de una carrera, la de Reznor que aún promete dar grandes frutos en el futuro o detenernos en la odisea que supuso para él darle continuidad a una obra magna como esta con el extraordinario y ambicioso The fragile o como creó en su laboratorio los mejores momentos de Marilyn Manson. Pero no, hoy se hablaba de The downward spiral, la aventura  empezaba y terminaba con sus catorce canciones y ahí lo dejamos. Agotados y conmocionados, porque así te deja un elepé tan enorme como este.

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