FONDO DE CATÁLOGO
«Pocas veces encontraremos en la historia de la música contemporánea tanta unanimidad como la que hay alrededor de Night beat»
Eduardo Izquierdo recupera uno de los mil discos que, según The Guardian, hay que escuchar antes de morir: Night beat de Sam Cooke. Estos son los motivos.
Sam Cooke
Night beat
RCA VICTOR, 1963
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Si hiciéramos una encuesta entre los fans de Sam Cooke sobre su disco favorito, probablemente uno de los tres siguientes se llevaría la palma: Mr. Soul, el directo en el Harlem Jazz Club (Live at the Harlem Square Club) o el directo en el Copa (Live at the Copa). Curioso, sí. Dos álbumes grabados con público, donde el magnetismo de Sam Cooke se hacía aún más evidente. La explicación, quizá, iría un poco más allá. Y es que el de Clarksdale alcanzó el estrellato en una época en la que los sencillos se imponían a los elepés y, por lo tanto, buena parte de su producción en ese sentido eran simples conjuntos de canciones editadas previamente en solitario puestas una detrás de otra, y andando. Pero ese no es el caso de Night beat, su décimo trabajo de estudio, que recuperamos hoy del fondo de nuestro catálogo.
Entre el 22 y el 25 de febrero de 1963, en los estudios que RCA disponía en Hollywood se graban las doce canciones que integran el que para la gran mayoría de la crítica es el mejor disco en estudio de Sam Cooke. Su décimo larga duración. Con la dirección musical de René Hall, pero la producción del tándem que formaban Luigi Creatore y Hugo Peretti, habituales en los mandos de los discos de Perry Como y coescritores junto a George David Weiss del éxito de Elvis Presley “Can’t help falling in love”. A la docena de temas de Night beat, Sam Cooke aporta tres composiciones: “Mean old world”, “You gotta move” y “Laughin’ and clownin”, a las que se suma su papel como arreglista de la tradicional “Nobody knows the trouble I’ve seen”. Esta es precisamente la pieza que abre el disco, con un magistral trabajo al contrabajo de Cliff Hills pero, sobre todo, esa voz, la voz de Cooke, imponiéndose desde el principio.
A pesar de eso, y visto el resultado, es necesario hablar de la banda que acompaña a Sam en esta grabación. Al citado Hills cabe añadir al enorme y jovencísimo entonces Billy Preston al órgano, Ray Johnson al piano, René Hall, Barney Kessel y Clifton White alternándose el papel de las guitarras, y Edward Hall y Hal Blaine haciendo lo propio con la batería. “Lost and lookin’” es la prueba de su excepcional conjunción. Y hay más. El órgano de Preston en “Please don’t drive me away” o el piano de “Get yourself another fool”. Hay donde escoger.
Sam, a estas alturas, ya era tan grande que ni siquiera le acobarda abordar “Little red rooster”, el blues de Willie Dixon que popularizó Howlin’ Wolf o “Shake, rattle and roll”, la composición de Jesse Stone que primero Big Joe Turner, luego Bill Haley y sobre todo Elvis Presley parecían haber llevado al máximo de su rendimiento. Cooke le da una nueva vuelta de tuerca y demuestra que el apodo de Mr. Soul le va de todo menos grande.
Incluido en 2007 por el periódico The Guardian en su lista de los mil discos que hay que escuchar antes de morir, pocas veces encontraremos en la historia de la música contemporánea tanta unanimidad como la que hay alrededor de Night beat. John Bush lo resume de maravilla en pocas palabras en su comentario para Allmusic: «El material en solitario de Sam Cooke a menudo enmascara la parte más importante de su genialidad, su gloriosa voz, por lo que esta extraña cita con un grupo pequeño supone algo especial en su discografía».
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