DISCOS
«Sabina nos pertenece a unos y a otros, pues es algo así como patrimonio sonoro de la humanidad. Por lo menos de la humanidad que habla castellano»
Varios artistas
Ni tan joven ni tan viejo. Tributo a Sabina
SONY/WARNER, 2019
Texto: JUAN PUCHADES.
A tenor de algunos comentarios leídos aquí o allá parece que hay quienes no han comprendido ni el sentido de Ni tan joven ni tan viejo, el disco de homenaje a Sabina, ni la realidad musical del propio Joaquín Sabina. Opiniones que se lamentan de la selección de artistas o de incluir a algunos excesivamente «comerciales». Que comerciales, cada uno en lo suyo, lo son la mayoría. Aunque comprendo lo que sorprende: la amplia variedad estilística de los participantes, que no se ciñe a una única cuerda.
Pero hay que tener en cuenta que este es el cuarto álbum de tributo que se dedica a Sabina y que los anteriores unían a mujeres (Entre todas las mujeres, 2003), a cubanos (La Habana canta a Sabina, 2011), y a flamencos (De purísima y oro, 2012), aparte de que también hay aproximaciones de María Jiménez y la italiana Lu Colombo en obras monográficas personales. Y ese dato ya nos ofrece una pista esencial: Joaquín Sabina, como creador, hace décadas que superó los compartimentos estancos y las fronteras sonoras. En concreto desde que en 1986, con el directo Sabina y Viceversa en directo, saltó a las grandes audiencias. Desde ese momento, y en expansión permanente, su música ha llegado a públicos de todo tipo. Por tanto, también, a artistas de toda condición que han crecido con sus canciones. Por ello se entiende que este doble álbum acoja a intérpretes tan dispares, porque esa es la innegable realidad de Sabina. Un artista que, además (y no es asunto menor), rompió conscientemente la barrera de los géneros en su propia obra, asentándose en la música popular contemporánea, sin mayores etiquetajes.
Entiendo que habrá a quien, desde el rincón del rock, pongamos por caso, le choque encontrarse con Alejandro Sanz, Pablo Alborán, Pablo López, Manuel Carrasco o Melendi junto a Bunbury, Coque Malla, Amaral, Fito & Fitipaldis, M Clan o Los Rodríguez. Incluso a algunos les sorprenderá tropezarse con cantautores como Ismael Serrano, Marwan o Andrés Suárez. O vaya usted a saber qué les incomoda o irrita. Sin embargo, en esa mezcolanza es donde reside precisamente el interés y la grandeza de un álbum que refleja algo que hay que tener en cuenta: Sabina nos pertenece a unos y a otros, pues es, desde hace mucho, algo así como patrimonio sonoro de la humanidad. Por lo menos de la humanidad que habla castellano.
Unos y otros, todos, disfrutamos de su obra. Y este homenaje —como los mencionados— subraya que sus canciones, permeables, permiten lecturas de lo más diverso, de los aires melódicos de Pablo López (italianizando “Quién me ha robado el mes de abril”, con su piano al frente, excelente interpretación vocal e intención en arreglos y producción), Manuel Carrasco (cantando con arrojo y entrega una preciosa e intensa versión de “La canción más hermosa del mundo”), Melendi (que cae de pie y está estupendo en “Amor se llama el juego”, una de las joyas sabineras sentimentales), la unión de Alborán y López (con una sentida y leve “Peces de ciudad”, solo a piano y voz), o los aires sureños y sentimentales de Alejandro Sanz (con una gran producción de “Contigo”). Y no hay de qué sorprenderse. Es más, seguramente ninguno de ellos ha interpretado nunca letras de tal nivel; pero no seamos obtusos: tampoco los demás. El viaje musical también pasa por el rock de la escuela clásica de Leiva (que recurre a la versión rápida de “El caso de la rubia platino” en una toma que resuelve con soltura) o a la inmediatez de unos sencillos y directos Estopa (que rockean “Pacto entre caballeros” sin salirse del guion original). Todos ellos, como tantos otros, probablemente se han enamorado, han disfrutado o incluso han aprendido con las canciones de Sabina, y ahora las hacen suyas y las interpretan a su manera, que es de lo que se trata (porque la música es mucha y muy amplia). Con agradecimiento y respeto, que es la sensación principal que sobrevuela casi todo el disco.
Quedan momentos fascinantes, como el de Vanesa Martín con una mestiza y vibrante “Yo también sé jugarme la boca” o el de Marwan y la puertorriqueña Kany García (que junto a Calamaro pone la nota internacional en un disco netamente español) rumbeando con gusto en “Nos sobran los motivos”. Los dúos son, precisamente, uno de los mayores aportes de este disco, y ahí está Amaral dándole su pátina personal a una dramática “Con la frente marchita” con la suma vocal del maestro Manolo García: es un lujo disfrutar de las voces de ambos en comunión. O Rubén Pozo y Lichis (ya pareja de hecho y de derecho) recordando la lejana “Pongamos que hablo de Madrid”, el primer himno sabiniano, imprimiéndole rock en la recta final. En solitario se presenta Bunbury, muy dado a las relecturas extrañas cuando participa en álbumes de homenaje, tomando la bella “Donde habita el olvido” para transformarla en una pieza densa y oscura, inquietante, cantada con enorme dominio, aunque los arabescos instrumentales se antojen innecesarios.
También hay relecturas de una expresividad y fuerza extraordinarias, como ese explosivo y descomunal “Ruido” (uno de los momentos álgidos) que han elaborado Fito Fitipaldi y Coque Malla, y que une con naturalidad sus dos mundos: el de la escuela guitarrera de Fito y el más soulero y bailable de Coque pero manteniendo en algunos pasajes el pulso rumbero que late en la canción original. O qué decir del feliz encuentro de M Clan y Alejo Stivel, juntando dos de las voces más carismáticas del rock español (las de Stivel y Tarque), casi como si llevaran toda la vida formando pareja artística, aumentando la impronta dylaniana con la que nació “A mis cuarenta y diez” en una versión absolutamente escalofriante. O la gloriosa “Calle Melancolía” que Robe metaboliza plenamente, arañándola e imprimiéndole velocidad en una toma original y formidable. Brutal es la relectura de “Cerrado por derribo” que se marcan Niño de Elche y Guitarricadelafuente (joven fenómeno al que hay que seguir la pista y que ha surgido desde Youtube y las redes sociales), entregando la píldora más flamenca de toda la colección.
Mención especial merece la hermosura de “Y sin embargo te quiero” atada a “Y sin embargo” (canciones que Sabina lleva dos décadas emparejando en directo), que reúne a Zahara y Dani Martín y aporta el placer de escuchar a Zahara marcándose con lo mínimo la copla eterna de Quintero, León y Quiroga para después sumar su voz a la de Martín (ambos espléndidos) en la inoxidable “Y sin embargo”. Especial resulta también el dueto entre Joan Manuel Serrat y la cada día más imprescindible Rozalén en “A la orilla de la chimenea”, una de esas joyas de Sabina que quizá no sea de las más conocidas y que aquí sirve para que dos generaciones de cantautores se den la mano: uno con la voz gastada tras darlo todo durante décadas, la otra en pleno desarrollo. La magia también brota, siguiendo con los cantautores, entre Ismael Serrano y Funambulista, que clavan y elevan la inconmensurable “Eclipse de mar”. Por su parte, Andrés Suárez se ha reservado una de las grandes gemas: “Una canción para la Magadalena”, en una sentida versión que cuenta con la ayuda de la escritora Elvira Sastre recitando. Y sin duda fascina encontrarse a Macaco y Carlos Sadness poniendo en reggae de ascendencia urban una sinuosa y adherente “Ganas de…”, una sorprendente golosina en la que, pese al giro, permanecen las materias primas del original.
Un clásico ineludible en los discos de homenaje es el tropezón de alguien dispuesto a ejercer por una vez de Ferran Adrià frente a los fogones y darle a la deconstrucción y a una experimentación que nada tiene que ver con su propia música, olvidando que el asunto consiste en llevarse el tema elegido a terreno propio, pero con respeto a la obra original. Aquí es Mikel Erentxun quien resbala en compañía de Rufus T. Firefly y la necesaria complicidad del productor Paco Loco. Juntos ejecutan (porque esto no es una reelaboración, es una ejecución) en lisérgico delirio con pinceladas beatlelescas la inmensa “Lo niego todo”. Si no les gustaba la canción, ¡¿por qué carajo la han versionado?! ¿Por qué no se intentó invocar al espíritu de Duncan Dhu, a ver si el dúo se materializaba? Diego Vasallo es admirador de la obra de Sabina.
Pero, sin duda, hay dos canciones en este Ni tan joven ni tan viejo que, por distintas razones, destacan entre todas las demás. La primera es “Princesa”, que nos devuelve a Los Rodríguez veintitrés años después. Reunidos en exclusiva para festejar la obra de Sabina en una especie de círculo que se cierra, pues “Princesa” fue la primera canción que ensayó la banda nada más cobrar vida. Y es emocionante casi hasta la lágrima escuchar a Ariel Rot, Andrés Calamaro y Germán Vilella juntos de nuevo, olvidando lejanas amarguras. Y aunque pesa el tiempo transcurrido desde la separación, qué duda cabe, son ellos, con ese sonido tan suyo y la manera inconfundible de elaborar los coros. Incluso Calamaro canta con bastante más contención y naturalidad que en episodios recientes, como en los viejos tiempos. Sí, la magia que hizo únicos a Los Rodríguez brilla por “Princesa” y por Sabina.
La otra pieza imprescindible es “19 días y 500 noches después”. Un tema que parte del original para, con una letra nueva de un sembradísimo Benjamín Prado, mostrarnos dos décadas más tarde la (supuesta) otra cara de la misma canción: la de la mujer que provocó los 19 días y las 500 noches tratando de olvidarla. Una idea originalísima y muy divertida hilvanada con guiños de Prado a su amigo Joaquín y que Travis Birds borda con una gracia y un desparpajo que desarman. Producida con tino por Javier Limón es la gran sorpresa del álbum, pero también la pieza maestra que lo completa: en un tributo también cabe una vuelta de tuerca como esta. Es tan maravillosa y graciosa que puedes quedarte colgado escuchándola en bucle una y otra vez. Disfrutando. Una pieza que enlaza con el cancionero satírico de Sabina, el que precisamente ha quedado ausente en el homenaje: pues pese a acumular un montón de canciones burlescas que son parte inexcusable de su obra, aquí nadie se ha atrevido a hincarle el diente a alguna. Apunto la idea: ¿qué tal un próximo homenaje únicamente con ese repertorio?
El cierre del disco queda para la ineludible “Y nos dieron las diez” en una versión tabernaria y colectiva, con las voces de gran parte de los participantes, puesta en pie por los doctores Antonio García de Diego y Pancho Varona. Autores de muchas de las músicas que ruedan en el disco, pues no en vano son los otros dos vértices del triángulo que ha forjado el grueso de la obra sabiniana.
Un aspecto curioso de Ni tan joven ni tan viejo, quizá por la edad media de los participantes, es que la mayor parte de las canciones escogidas se escora hacia el Sabina de los años noventa, con un total de dieciséis temas de ese decenio, y como era previsible es el álbum 19 días y 500 noches el que más piezas aporta: un total de siete. De la década de los ochenta entran cinco canciones, y del nuevo siglo, cuatro.
Más allá de gustos, de filias y de fobias, queda la sensación de estar ante un álbum espléndido, plenamente disfrutable e inexcusable para los seguidores de Joaquín Sabina. Algo no demasiado frecuente en estos tributos, que tienden en exceso a lo irregular y lo funcionarial. Sin embargo aquí se esconden unas cuantas versiones que rozan lo excelso. Pero, claro, Sabina es mucho Sabina y prácticamente nadie parecía dispuesto a fallar y bajar el listón. Además, con el cancionero tan descomunal que atesora estaba fácil (¡y la de composiciones magníficas que quedan en el tintero!), ya que su obra es tan poliédrica que prácticamente hay una canción para cada cual. Y eso hace que, como decíamos al principio, Sabina sea de todos. Ese es uno de sus poderes, el haber surcado prácticamente todas las aguas de la música popular siempre a la búsqueda de «la canción más hermosa del mundo». A veces lo consigue, otras queda próximo, pero lo intenta constamenete. Y casi siempre logra arañarnos el alma (o provocarnos una buena risotada).
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Anterior crítica de discos: From home, de The Rubinoos.