New York Land: Antes de la tormenta

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«Resucitado como cantante y escritor de blues cósmico y folk aterido que cojea con saludable erudición de mil influencias, crooner desolado y supremo agitador de cementerios sónicos que en su garganta vuelven a levantarse, ha puesto en pie un fresco que aprovecha con maestría sus presentes debilidades»

Julio Valdeón Blanco está nervioso. Espera ansioso la salida de «Tempest», la nueva obra de Bob Dylan. Y mientras cuenta los días hasta el lanzamiento, especula, piensa, recuenta, analiza y lamenta las grabaciones escamoteados por Dylan. Y, claro, se pregunta, ¿será este disco tan bueno como aseguran?

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Apoyados en el teclado, seguidores, discípulos y admiradores de Bob Dylan, y también críticos, colegas y enemigos, aguardan a que el 11 de septiembre publique su trigésimo quinto disco de estudio. «Tempest», se llama, y la maquinaria comercial silba a pleno rendimiento. Algunas reseñas, críticas en «Uncut «y «Mojo», etc., anuncian que se trata de una obra mayor. Una bestia sin herrar con ribetes de blues, jirones country, letras enrarecidas, fantasmas rubios, balizas de la Carter Family, sombras salvajes que remiten al cancionero americano, la antología de Harry Smith, el western swing de Bob Willis y sus Texas Cowboys, etc.

Ante tanta fanfarria recomiendo sosiego. El mantra es-su-mejor-disco-desde-«Blood-on-the tracks» asusta. O cansa. Acaso el escogido, de obligarme a elegir uno, fuera aquel burbujeante «Slow train coming», si bien inquieta tanto fervor integrista. Pudieron ocupar el podio «Shot of love», «Infidels», «Oh mercy» y «Time out of mind», tan brillantes como imperfectos, pero las dudas del cierre, la manía de juzgar con perversa desconfianza su propio material y otras inquietantes consideraciones le hicieron descartar canciones fundamentales, necesarias para cerrar la obra maestra tantas veces acariciada durante el periodo.

Ahí susurran, por si alguien quiere jugar en el mp3 a restituir la cegadora gloria en su conjunto, ‘Groom’s still waiting at the altar’, incluida en 1985 en la reedición de «Shot of love»; ‘Caribbean wind’, que apareció en «Biograph»; ‘Angelina’, en «Bootleg series Vol. 1-3»; ‘Yonder comes sin’, todavía inédita; ‘Need a woman’, también recuperada en «BS. Vol.1-3»; ‘Clean cut kid’, destrozada en su reencarnación para «Empire burlesque»; ‘Blind Willie McTell’, asombrosa tanto en la toma acústica incluida en «BS. Vol.1-3 «como en la eléctrica, todavía inédita; ‘Tell me’, ‘Lord protect my child’ y ‘Foot of pride’, las tres disponibles en «BS. Vol.1-3»; ‘When the night comes falling from the sky’, destrozada por la estéril producción de Arthur Baker en «Empire burlesque», y gloriosa en la incendiaria toma, con Steve Van Zandt y Roy Bittan, incluida en «BS. Vol 1-3»; ‘New Danville girl’, inédita, disminuida en su reencarnación como ‘Brownsville girl’ para el desastroso «Knocked out load»; ‘Born in time’, que si en «Oh mercy» seducía, noquea en la versión aparecida veinte años más tarde en «Tell tale signs»; la nunca rematada ‘Dignity; Series of dreams’, rescatada para «BS. Vol. 1-3»; una ‘Can’t wait’ resucitada en las versiones de «TTS»; la inmensa ‘Mississippi’, que resurge, regrabada, en «Love and theft»; la legendaria ‘Red river shore’, pospuesta hasta «TTS»; o ‘Dreamin’ of you’ y ‘Marching to the city’, ambas en «TTS».

Incluso en un disco tan brillante como «Modern times», seguro candidato al podio junto a «Love & theft», lamento la ausencia de ‘Cross the Green Mountain’, ‘Tell O’Bill’, la increíble lectura de ‘Someday baby’ que aparece en «TTS», muy superior a la escogida para «MT», y ‘Huck’s tune’. Resta el consuelo de que al menos «Oh mercy», «Time out of mind», «Love & theft» y «Modern times» presentan material de sobra para relamerse, mientras que en los citados discos de los ochenta la ausencia de ‘Caribbean wind’, ‘Blind Willie McTell’, etc., resultó devastadora. Por lo demás, los temas post-1996 aludidos, más ‘Standing in the doorway’, ‘Tryin’ to get to heaven’, ‘Cold irons bound’, ‘Not dark yet’, ‘Things have changed’, ‘Love sick’, ‘When the deals goes down’, ‘Hight water’, ‘Workingman blues #2’, ‘Ain’t talkin’, ‘Nettie Moore’, o ‘Fogertful heart’, justifican reverencias. Igual de importante se antoja el que haya sido capaz de reinventarse con éxito por enésima vez. Quemada la voz, atrapado en un periodo de amnesia respecto a la composición (de 1991 a 1996), acusado de falsario por una Joni Mitchell que, siendo estimable su carrera, no le alcanza ni al tafilete de la bota izquierda, condenado por la crítica durante años a ser un espectro del que fue, vilipendiado por quienes no se enteran y abrazado con excesivo fervor por la terrible secta de sus psicofantes, a menudo olvidamos el increíble mérito de su renacimiento. Resucitado como cantante y escritor de blues cósmico y folk aterido que cojea con saludable erudición de mil influencias, crooner desolado y supremo agitador de cementerios sónicos que en su garganta vuelven a levantarse, ha puesto en pie un fresco que aprovecha con maestría sus presentes debilidades. Solo el tiempo dirá si el conjunto forma un todo maestro, a la altura sin hipérbole de sus clásicos de los sesenta/setenta, o solo un conjunto irregular, a ratos genérico y a ratos deslumbrante. Yo apuesto por lo primero. En caso contrario, y como me comentó durante una entrevista uno de sus biógrafos más recomendables, Clinton Heylin, en el disco «Together through life», a todas luces el elemento más débil de este collage, «sólo hay una obra maestra, ‘Forgetful heart’, pero si lo piensas Es Una Obra Maestra Más de las que tú o yo, o el 99% de la humanidad, hayamos escrito en nuestra vida». Como se trata de un vano consuelo, añado: ‘Forgetful heart’ es Una Obra Maestra Más de las que cualquiera de sus pares generacionales haya entregado en las últimas dos décadas.

A falta de escuchar «Tempest» al completo, disponemos ya de tres adelantos. En puridad, dos y un quinto. Primero escuchamos ‘Early roman kings’, un blues basado en las clásica estructura de ‘Hoochie coochie man’, ‘I’m a man’ y ‘Manish boy’ de Muddy Waters, Willie Dixon y Bo Diddley. Mas tarde, un minuto de ‘Scarlet town’, folk emparentado con el gótico de la tradicional Barbara Allen y el ominoso tempo de la apasionante ‘Ain’t talkin’. Finalmente, ‘Duquesne whistle’, primer single del disco. ‘Early roman kings’ retrotrae a otros números recientes del Dylan/bluesman, de la fantástica ‘Rollin’& tumblin» a la pueril ‘Jolene’. Lo mejor, la voz, mas fuerte y clara, y el aprovechamiento de un retablo literario lejos de Mississippi, que subvierte cualquier cliché con visiones terroríficas de unos viejos reyes romanos que lo mismo podían asesinar en el Foro que pasear por el moderno Wall Street. ‘Duquesne whistle’, con su risueña melodía y sus versos ominosos, tiene algo de caramelo envenenado, rosa por fuera y azul infierno por dentro, en otra demostración de que el de Duluth hace tiempo que adoptó una visión tremebunda del vivir, convencido de que no hay salvación posible y que por cada bocado de alegría nos tocará pagar con sangre. Me atrae, en principio, su encaje en un disco que quienes han podido escucharlo pronostican como oscuro, siniestro y pesimista.

Por lo demás, llaman la atención estas declaraciones del interesado: «Quería hacer algo más religioso. Simplemente no teníamos suficientes [canciones religiosas]. Eran canciones intencionadamente, específicamente religiosas lo que quería hacer. Para eso se necesita mucha más concentración a fin de llevar a cabo eso diez veces con el mismo hilo conductor. Así que acabé haciendo un disco como el que he hecho». ¿Un reconocimiento de que las fuerzas no acompañan u otro regalo del eterno bromista, complacido en enloquecer a los estudiosos? En puridad, todas sus entregas desde el 78 han sido propulsadas por un aliento entre visionario y apocalíptico. Quien dude al respecto hará bien en releer la letra de ‘Jokerman’, el temazo que abría su primer trabajo teóricamente profano tras la furia religiosa del periodo evangélico. Más que abandonar el lento tren del Juicio Final, hace treinta años que juega a disfrazar sus aristas a fin de no liquidar imagen y/o sus réditos comerciales. Por qué si no, me pregunto, la eterna negativa de Jeff Rosen y la gente de Columbia a incluir en las «Bootleg series», de una maldita vez, el increíble directo de abril de 1980 en el Massey Hall de Toronto. Dylan lo grabó en vídeo, con su propio dinero, fastidiado por la negativa de CBS a meter otro dólar en su aventura apostólica. Puede encontrarse, con calidad variable, en internet. Y no, en el set-list no encontrarás ‘Like a rolling stone’, ‘Desolation row’, ‘Tangled up in blue’ o ‘Love minus Zero’, pero en su fascinante ambición –solo ofrece material escrito a partir de 1978–, en la heroica negativa a complacer a nadie excepto a su instinto, y en la desmelenada fiereza con la que canta, flamea una llama equiparable a los directos de 1966 y 1975/76. Solo por la descomunal lectura que hace de ‘Pressing on’ ya merecería hace siglos un lugar soleado en el canon.

Claro que si citamos olvidos recuerden que seguimos esperado unas «Basement tapes» al completo. Limpias de los pegotes que le añadió Robbie Robertson y con los necesarios añadidos de ‘I shall be released’, ‘Sing of the cross’, ‘Quinn the Eskimo (The mighty queen)’ o ‘I’m not there’. O una edición doble, como corresponde por la importancia de los cambios introducidos, de «Blood on the tracks», que añada a la versión oficial la grabación de Nueva York. O el directo del teatro Warfield de San Francisco de noviembre de 1980: según Heylin, Greil Marcus y Paul Williams –y también según el arribafirmante, menos acreditado pero igual de sediento– contiene la versión definitiva de ‘Caribbean wind’. O el especial para la NBC de 1976, del que disponemos del disco, «Hard rain», pero no el DVD (y que cuenta, entre otras, con la versión definitiva de ‘One too many mornings’ y una arrebatadora, vitriólica, dolorosa ‘Idiot wind’) O un ejemplo de su gira con Tom Petty y los Heartbreakers en 1986, por ejemplo el fabuloso concierto de julio en Nueva York… En una maniobra típica, en 1987 publicó otro live, este espantoso, extraído de su discutible gira junto a los Greateful Dead. Que dispongamos del abismal «Dylan & The Dead», y no del torbellino con Petty grabado en Orchard Park, o que en los noventa publicara un prescindible «MTV Unplugged», cuando se plegó a las ordenes de la discográfica y registró una suerte de cansino Grandes Éxitos en lugar del repertorio de covers tradicionales que había preparado, que ese churro fuera editado y no el mágico directo del Supper Club, demuestra que la lista de agravios continúa siendo laaarga. Garantiza, a partes iguales, placeres y berrinches para quienes siguen la carrera del compositor estadounidense más interesante de los últimos cincuenta años. También el más sádico e irregular. Un genio, con la arrogancia y tropiezos de cualquiera multiplicadas por mil merced a un talento que ridiculiza a quienes osan imitarlo y martiriza/enamora a los que reconocen la talla de un cancionero sublime. Un brujo, con días de perfección y otros de abochornarnos. Un hombre que baila y canta, según sus propias palabras, y que ha hecho de la carretera una forma de vida, una alborotada vuelta al mundo con paradas en pueblos de mala muerte y grandes capitales, con conciertos cardiacos e interpretaciones miserables, que escribe poemas eléctricos y a veces olvida los mejores entre las sombras del camino. Un hombre, en fin, con los sentidos afilados por los dioses para indagar mejor que nadie en las frutas del corazón y sus zumos de sangre.

De momento, y a la espera de esas «Bootleg series» soñadas, me conformo con que «Tempest» sea la mitad de bueno de lo que pronostican los extasiados críticos de «LA Times», «The Guardian», «Telegraph», «Billboard» o «Rolling Stone».




‘Precious angel’ del directo del Massey Hall de 1980, también en vídeo:

Un audio de ‘Slow train coming’ sacado de ese mismo concierto:

El ‘Gotta serve somebody’ de la ceremonia de los Grammys de 1980:

Video chat by Stickam.com

Una versión alternativa, en audio, y posiblemente superior a la finalmente publicada, de ‘Caribbean wind’:

Una gloriosa versión de ‘Abandoned love’, de «Desire», grabada en directo en The Other End (hoy conocido como The Bitter End), el club de NY:

‘Shelter from the storm’ y, madre mía, ‘One too many mornings’ de Hard Rain en vídeo:

‘New danville girl’, la canción, inédita, que escribió con Sam Shepard, antes de que empezara a destrozarla:

La maravillosa ‘Blind Willie McTell’ eléctrica, también inédita, con Mark Knopfler y Mick Taylor a las guitarras:

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