«Nirvana pusieron en jaque a la gran industria de la música. Aquel mercado rancio y caduco. Una jungla que impedía estrechar el cerco entre el mainstream y la escena underground»
20 años de «Nevermind», el disco clave para casi toda la generación educada musicalmente en los años 90. Eduardo Tébar se suma a los festejos por la efeméride, analizando algunos aspectos sobre la influencia de este disco; además, destaca seis temas esenciales.
Texto: EDUARDO TÉBAR.
El bebé de la portada de “Nevermind” se llama Spencer Elden. Ahora tiene 21 años y aplica una técnica muy particular para seducir a las chicas: “¿Quieres ver mi pene por segunda vez?”. La vida del chaval quedó marcada por la obra definitiva de Nirvana, publicada en 1991. Lo mismo ocurre con la generación de adolescentes que entonces comenzaba a comprar discos. Ignoramos cuántos púberes se gastaron sus primeros ahorrillos en “Nevermind”, pero doy fe de que en España se extendió el fenómeno. Dos décadas más tarde –salió el 23 de septiembre–, se han despachado 25 millones de copias en todo el mundo. Con el tiempo, podemos hablar de un antes y un después de “Nevermind”.
1991 fue un año revolucionario para el rock, tan necesitado de nuevas referencias tras caer en un profundo ostracismo el decenio anterior. Aparece “Loveless”, de My Bloody Valentine: clásico instantáneo, piedra angular del noise-pop. U2 –con las manos sabias de Brian Eno y Daniel Lanois– se reciclan de manera magistral en “Achtung baby”: profundo, cínico y eléctrico, como el Berlín cambiante en el que se gesta. Al otro lado, veteranos como Aerosmith y grupos incipientes como Guns N’ Roses consiguen llenar estadios tocando hard-rock.
Lejos de la voracidad del punk por matar-al-padre, el grunge parecía un movimiento tan fresco como conciliador con el pasado. Pearl Jam reconocían a su progenitor en la figura de Neil Young. Desde el estado de Washington, Kurt Cobain cultivaba una cultura musical bastante nutrida y atípica. Lo resume Kiko Amat en su último libro “Mil violines” (Mondadori, 2011), cuando el periodista trata de legitimar su lúbrica pasión por las creaciones de Alison Statton (Young Marble Giants, Weekend): “El LP ‘Colossal youth’, de YMG, está lleno de canciones diminutas y amplias como cómodas en las que cabe cualquier cosa que deseemos guardar. Kurt Cobain era fan suyo, y Nirvana versionaron célebremente su ‘Credit in the straight world”.
Inevitable confrontación estética. Axl Rose encolerizaba con la pose, digamos, alternativa de Kurt Cobain. Una estrella del rock refractaria a las prerrogativas de su posición, azuzado por un hondo sentimiento de culpa por traicionar supuestos principios éticos del punk. Un cordero entre lobos. En efecto, Nirvana pusieron en jaque a la gran industria de la música. Aquel mercado rancio y caduco. Una jungla que impedía estrechar el cerco entre el mainstream y la escena underground. En realidad, la música alternativa empezaba a ser rentable con “Nevermind”. Con ventas más discretas, Sonic Youth –de quienes Nirvana habían sido teloneros y con quienes compartieron el documental “1991: The year that punk broke”– también estaban en nómina de la multinacional Geffen, paradigma de las majors del momento.
OPERACIÓN NOSTALGIA
El aniversario de “Nevermind” viene acompañado de cierto tufo nostálgico, de reediciones enfrascadas en cápsulas de añoranza. Algo comprensible: el grunge, los 90, forman parte de la educación sentimental de toda una prole de melómanos. Y lo documenta el crítico Simon Reynolds en su reciente “Retromanía” (Faber & Faber, 2011), jugosa argumentación sobre las necesidades revisionistas de la cultura pop. “La memoria colectiva plancha melodías, festivales, discos míticos, el ‘qué escuchabas tú cuando’. De ahí las reediciones rentables y el regreso de la tumba de grupos ya disueltos”.
Por supuesto, numerosos volúmenes ensayísticos invaden ahora las librerías. Tomando “Nevermind” como referencia, Mark Yarm –no confundir con el miembro de Mudhoney– estudia la corriente local de Soundgarden, Green River, Melvins o Malfunkshun en “Everybody loves our town: an oral history of grunge”. En octubre se lanzará “I want my MTV: The uncensored story of the music video revolution”, exhaustivo volumen bibliográfico que se detiene en 1992. Y Cameron Crowe estrenará en el Festival de Cine de Toronto su lectura de los últimos 20 años de Pearl Jam.
El éxito de “Nevermind” se debe a su capacidad de identificación emocional. Más aullidos de auxilio que gargajos contra el sistema. La rabia y la desesperanza de una generación. La “Generación X”, según el escritor Douglas Coupland. Nirvana confió en el productor de “Bleach”, Butch Vig, en contra de la voluntad de DGC. Mantenían la aspereza punk, la contundencia del rock duro y el hardcore, un ingenio con la melodía sucia muy Pixies, así como la incorporación del rodaje de los directos, con el salto del charco y el hito de Reading. Doce –más una– canciones, todas firmadas por Kurt Cobain. ¿Punk-rock en 1991? La tirada inicial de 48.000 ejemplares –8.000 de ellos para Gran Bretaña– se quedó corta. ¡Lo que se avecinaba!
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6 GEMAS DE “NEVERMIND”
‘Smells like teen spirit’:
Habitual en las absurdas listas de las mejores canciones de todos los tiempos, es el tema bandera del disco y del rock de los 90. Sigue funcionando como clásico popular hasta en las discotecas más infames del mundo. Kurt Cobain lamenta con furor la apatía de su generación. Paradójicamente, un hit con adobo de Pixies y Sonic Youth. La gran hazaña de Nirvana. Homologable al público generalista y no iniciado en vanguardias ni excentricidades eléctricas.
‘Come as you are’:
Según Cobain, “una anticuada canción de amor en un nuevo tipo de armonía”. Otra vez, Nirvana hacen fácil lo difícil. Y un juego entre el arpegio la distorsión marca de la casa. Para ser una letra sentimental, Kurt canta lindezas como “ven cubierta de lodo, empapada de lejía / como yo quiero que seas”.
‘Lithium’:
Un grito desesperado. La necesidad agónica de agarrarse a un clavo ardiendo. Para unos es el amor. Para otros la religión. Soledad, desasosiego y algo de ironía caústica. “Estoy tan contento porque he encontrado a mis amigos / están en mi cabeza / Soy tan feo, pero no importa, porque tú también lo eres / Hemos roto nuestros espejos”.
‘Polly’:
La balada del disco –cójase el término con muchas agujas–, en la que Kurt Cobain relata una violación con tono inocente (“Polly quiere una galleta / quizá querría más comida / me pide que la desate”). Colchón de guitarra acústica y el bajo sinuoso de Krist Novoselic. El rubio se inspiró en la experiencia personal de una amiga. En su momento explicó en «Les Inrockkuptibles». “le debía esa canción. Tardé bastante. Tenía que eliminar el trauma”.
‘Drain you’:
Típica arquitectura sonora de Nirvana. Acrimonia de guitarras, sección rítmica de plomo y una voz que progresa entre escombros melódicos. Desgarros de confusión, de incomprensión, de desamor, de autoestima herida.
‘On a plain’:
Pocos hablan sobre el humor latente en las composiciones de Cobain. Desde las alturas, el líder de Nirvana vomita su tragedia de éxito. “Subí tanto que me arañé hasta sangrar / Me quiero más que tú / Ya sé que está mal, ¿qué debo hacer?”.
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