“El concierto ya navegaba a una velocidad de crucero anclada en el excelente, y de ahí no bajó, con mención especial a los momentos en los que Neil cogía su vieja ‘old black’, la Gibson Les Paul”
Tras pasar por Madrid y actuar en el Mad Cool Festival, el directo de Neil Young junto a Promise of the Real recaló en Barcelona. A su concierto Poble Espanyol asistió Eduardo Izquierdo.
Neil Young
Poble Espanyol, Barcelona
20 de junio de 2016
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Foto: MIREIA FUSTÉ.
Hay veces en que es suficiente con prestar atención a los comentarios que hace la gente al salir de un concierto para acabar construyéndose una crónica perfecta del mismo. Comentarios como “Uno de los tres mejores conciertos de mi vida (o directamente el mejor)” o “La mejor versión que nunca le he oído de ‘Rockin ’in the free world’, y mira que le he visto veces” eran algunas de las perlas que podían oírse en la salida del inmejorable recinto barcelonés del Poble Espanyol tras el concierto de Neil Young. Pero hay una que se me antoja esencial. Debió ser más o menos así: “Increíble ver como Neil absorbía la juventud y se contagiaba de las ganas de comerse el mundo de unos hambrientos Promise of the Real”. Una definición perfecta de lo que habíamos visto. Ante sentencias así, poco más se puede decir.
El canadiense apareció en escena de manera casi sombría para sentarse al piano y acariciar las teclas en una notable versión de “After the gold rush”. Estábamos avisados, el concierto iba a empezar acústico, suave, aterciopelado y crudo a la vez, para acabar agarrado a la electricidad más rotunda. Cinco piezas fueron las necesarias para ver entrar a Promise of the Real, entre las que destacó poderosamente un ‘Heart of gold’ que desaletargó al público y ese ‘Mother earth (Natural Anthem)’ sentado al órgano que cerraba el espléndido “Ragged glory” (1990).
La aparición de la banda del hijo de Willie Nelson, que se erigió en escudera de lujo a partir de “Out on the weekend”, demostró que a día de hoy es mejor grupo de acompañamiento que titular y que la compañía del tío Neil les hace mucho bien, y viceversa. El concierto ya navegaba a una velocidad de crucero anclada en el excelente, y de ahí no bajó, con mención especial a los momentos en los que Neil cogía su vieja “old black”, la Gibson Les Paul que en 1969 intercambiaba con su entonces compañero en Buffalo Springfield, Jim Messina.
Servidor se queda con varios momentos del concierto grabados en la retina y en los oídos. Una emotiva ‘Alabama’. Una insuperable ‘Mansion on the hill’. Un furioso ‘Revolution blues’. Un apabullante ‘Rockin’in the free world’ que parecía no acabar nunca, cosa que a todos nos hubiera hecho tremendamente felices. Y un bis estratosférico de casi veinte minutos de ‘Cortez de killer’. Un final insuperable que dio paso al grupo abrazado en corro en el escenario con un Young que no desentonaba entre aquella panda de chavales a los que saca cuarenta años. La magia del rock and roll. La magia de Neil Young.