Negro tal vez, de Attila Veres

Autor:

LIBROS

«Son cuentos extraños y siempre iluminan zonas oscuras, detalladas con el más estricto realismo»

 

Attila Veres
Negro tal vez
SEXTO PISO, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Attila Veres es un autor oscuro, tanto por su origen húngaro —díganme cuántos autores húngaros conocen—, con una lengua tan alejada de las románicas y una traducción que ha debido de ser un infierno, como por la temática de sus cuentos. Veres se inició en el mundo del cine, pero su paso al universo de lo narrativo fue explosivo, sobre todo a partir de su edición en Estados Unidos.

Su variedad de registros es amplia, y en algunas ocasiones sus cuentos de terror no parecen de terror. Es el caso de “El tiempo que le queda”, donde, poco a poco, los niños de una ciudad asisten a los desgarrones constantes de sus peluches —están ya viejos y a punto de morir, les dicen las madres, mientras los críos intentan salvarlos por todos los medios posibles. ¡Qué forma más sutil de hablar de la inocencia y de la muerte!

Otros se inscriben perfectamente en la estela de Lovecraft y son digna continuación de los mitos de Cthulhu. Es horror cósmico y desasosegante “Multiplicado por cero”, un viaje turístico en busca de antiguos ritos con casas cegadas, sacerdotes automutilados, antiguos sacrificios y librerías en donde se puede comprar el Necronomicón. También tiene lo suyo “El complejo ámbar”, la prueba final de una cata en unas bodegas hundidas en el corazón de una montaña, que pone al degustador en contacto con los orígenes del universo y los dioses primigenios.

Hay un par relacionados con ámbitos musicales, muy bien tratados. “Ciudad de Niebla” está montado sobre un manuscrito perdido de la época comunista en el que un fanzinero recopilaba información sobre bandas locales porque quería recuperar una juventud que no vivió en el instituto, dedicado en cuerpo y alma a estudiar, hasta que se topa con un grupo fantasma, Ciudad de Niebla, que le obsesiona. También trata el tema “El cielo lleno de cuervos. Y luego nada en absoluto”, en donde un viejo cantante de una banda heavy, ya decrépito —sin subsidios, con facturas impagadas—, quiere terminar un disco inacabado. La presencia de un narrador a la vez testigo y omnisciente le da un aire especial al relato y un final inesperado y ciertamente poético.

En algunas ocasiones hay relatos que se deslizan hacía el absurdo y que hubieran encantado a los surrealistas. “No es mamífero” consigue ese ambiente onírico y cruel, que en “Retorno a la escuela de la medianoche” se vuelve incluso apocalíptico con las cosechas y los extraños cultivos de un pueblo que recuerda en parte a las historias de Cristina Fernández Cubas. Pertenece a esta misma ambientación el que da título al conjunto, con levitaciones, extraños rituales y un mundo juvenil que en ocasiones adquiere tintes de un insólito beatus ille cósmico.

También es aterrador “La máquina de color sangre”, en el que un artefacto se pone a funcionar como deus ex machina y, de golpe, la vida empieza a cambiar poco a poco. Los perros recorren gruñendo las calles, los periódicos ya no dan noticias, en la televisión solo se emiten monólogos incongruentes —más o menos como pasa en nuestro mundo—, aunque uno cree ver, según se acerca el final, mecanismos irónicos.

Los cuentos de Attila Veres no dejan indiferente. Son extraños, a veces muy directos y, otras, muy barrocos, y siempre iluminan zonas oscuras, detalladas con el más estricto realismo. Tienen la difícil capacidad de absorber al lector y crear desde sus primeras líneas un pacto de verosimilitud por el cual no solo creemos que eso que nos están explicando es real, sino además que es lo único real. Aunque sea la parte más oscura de la ficción, la parte más inquietante y sombría de lo fantástico.

Anterior crítica de libros: Ciudades de la música, de Guia Cortassa.

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