Nebraska, de Stormy Mondays

Autor:

DISCOS

«Se han arrogado una empresa difícil, pero si alguien podía hacerlo son ellos»

 

Stormy Mondays
Nebraska

ELECTRIC SATELLITE RECORDS, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Stormy Mondays es una banda curiosa. Llevan treinta años en activo defendiendo la música de raíz norteamericana y, surgidos en un momento en que el estilo estaba de capa caída en nuestro país, supieron aguantar y reservarse un sitio. Un sitio que les ha llevado a diversos episodios desacostumbrados para una banda española. Ganan, por ejemplo, un concurso convocado por la NASA para sonar en el transbordador espacial Endeavour; fueron la única presencia española en el Festival de Woodstock de 1999 y han tocado en directo con Bruce Springsteen.

En él se han apoyado para su nuevo disco. Tras dieciocho en su haber, se han arrogado una empresa difícil, pero si alguien podía hacerlo —por lo menos en nuestro país— son ellos. La idea de su líder, Jorge Otero, fue grabar de nuevo Nebraska, el disco acústico del músico de New Jersey. Nebraska es un disco difícil, gestado tras el impacto de The river, en acústico, desde la casa de Springsteen, resulta crudo y acerado. Así que el cuarteto asturiano se preguntó cómo sería si el artista americano lo hubiera pensado para construirlo eléctrico y —sin pensar en la E Street Band ni en las versiones, incluso del propio autor en directo— los hubiera llamado a ellos para los arreglos.

Así, hay canciones que parecen más ajustadas al sonido correoso de la banda, “Atlantic City” —incluso con la voz más parecida al tono raspado de Springsteen— y otras en las que se nota la personalidad del grupo asturiano y se alejan de las hechuras de “Born to run” o “Hungry heart”. Dominan los medios tiempos, como la pieza que da título al disco, que comienza acústica y poco a poco va creciendo, y “Mansion on the hill” en la que el acordeón potencia el aire de frontera. La interpretación de “Highway patrolman” —con una slide ensoñadora— y “My father’s house” llega incluso a convertirlas en baladas de calma tensa; y “Used cars” mezcla el aire hillbilly, el bluegrass y el folk más tradicional.

También hay atisbos de esencias rockeras desde un disco original que, si de algo estaba alejado aparentemente, era de ellas. “Johnny 99” tiene este ambiente y lo potencia con un aire latino a lo “Rosalita”. Quizás la más moldeada a la manera americana sea la saltarina “Open all night”, en la que dominan unos poderosos vientos que la oxigenan y se construye con una banda a piñón y bien engrasada.

Es un disco que, en un principio, extraña. Uno se enfrenta al nuevo Nebraska desde la portada —una foto de Asturias similar a la de la portada original, pero rural— y espera electricidad y la voz del boss, y se encuentra con que no es su voz, se descoloca un poco y le permite nuevas escuchas. Y entonces es cuando le da valor y le parecen unas adaptaciones bien hechas, con clase. Falta saber qué opina el autor de las canciones, que las recibió de Willie Nile, un cantautor amigo común, y las guardó en forma de cedé en la mochila. Falta que de acuse de recibo, a ver qué le parece.

Anterior crítica de discos: Ventura, de Suu.

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