COMBUSTIONES
“Lejos de languidecer en una suerte de perpetuo homenaje a sus héroes, Rateliff y los suyos extraen genuinas pepitas de un tesoro que saben renovar con pulso infalible”
Julio Valdeón regresa a la sección de opinión con “Combustiones” para dar buena cuenta de los aspectos musicales que respira y vive en Nueva York. Esta semana se detiene en la nueva obra de Nathaniel Rateliff y The Night Sweats.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Han vuelto a hacerlo. El barbudo soulero, cantautor con pedernal en las cuerdas vocales, su majestad Nathaniel Rateliff, y sus tremendos The Night Sweats han publicado un segundo disco que huele a dinamita. Si en 2015 arrasaron con aquel trabajo homónimo, este “Tearing at the seams” amplia la exuberancia de una paleta que mezcla a Van Morrison y The Band con las grandes fieras del rhythm and blues y ecos de Paul Simon o Leonard Cohen. Lejos de languidecer en una suerte de perpetuo homenaje a sus héroes, de facturar robustas copias anémicas de primicias, Rateliff y los suyos extraen genuinas pepitas de un tesoro que saben renovar con pulso infalible.
Un potaje sabroso y picante, aderezado con especias sesenteras y peritado por Stax, el sacrosanto sello de Memphis fundado a finales de los cincuenta por Jim Stewart y su hermana Estelle Axton y por el que pasaron, entre otros mil, Rufus y Carla Thomas, Booker T. & the M.G.’s, Otis Redding… y William Bell, maravilloso veterano que por cierto en 2016 regresó a Stax para grabar “This is where I live”: galardonado con el Grammy al mejor disco de americana, no le rendimos los honores que merecía.
De vuelta a Nathaniel, al cantautor de Misuri criado en una familia de recias convicciones religiosas, al tipo que perdió la fe y encontró consuelo en la botella, primero, y después en la música, bastaría con decir que su futuro se antoja imparable. Entre bolo y bolo, en el asiento de atrás del autobús, en cafeterías y drugstores y aeropuertos, por bares y camerinos y platós, ha encontrado tiempo para escribir catorce canciones como catorce puñales. Toca descubrirse ante monumentos como ‘Shoe boot’, burbujeante y pantanosa, la sureña ‘A little honey’, que el gran Fernando Neira (imprescindible su serie de un disco al día en Facebook), sitúa acertadamente en la órbita de Levon Helm y cía. La enternecedora ‘Hey mama’, country y soul de pura cepa que habría enorgullecido a Solomon Burke. O ese momentazo Sam Cooke, ‘Baby I know’, que suple con toneladas de pellizco la distancia entre la garganta primitiva y poderosa de Nathaniel y el oro puro, terciopelo ardiente, que latía en las cuerdas vocales del genio que escribió y cantó ‘A change is gonna come’, ‘Bring it home to me’ o ‘Having a party’.
Por si fuera poco, “Los Sudores Nocturnos” demuestran su extraordinaria ductilidad. El músculo adquirido en más de un lustro de girar sin pausa. La condición de moderna E Street Band al servicio de un intérprete y compositor en estado de gracia. Pero el fuego del combo no debiera de ocultar que Nathaniel también sabe ejercer entre los claroscuros de la confesión y el intimismo folk. Sirvan los maravillosos ‘In memory of loss’ y ‘Falling faster tan you can run’ como estupendas canoas para navegar por sus carreteras secundarias. Recuperar canciones como ‘You should´ve seen the other guy’ o ‘Don´t get to close’ resulta indispensable para entender la fértil elasticidad de una escritura en permanente crecimiento.
Mientras acabo de teclear aquí, husmeo en su web. Tocan en el estadio de Forest Hills, Queens, el próximo 9 de junio. Los acompañan los luminosos The Head and The Heart y un combo tan introspectivo e intenso como Hiss Golden Messenger. Si no tienen nada mejor que hacer, acérquense a Nueva York esa noche. Huele a concierto serio, y Nathaniel a potencial gigante en un negociado, el de la música popular, donde desde hace demasiado tiempo gobiernan los enanos.
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Anterior entrega de Combustiones: Los diamantes y el óxido de Joan Baez.