“Esa voz rota, desgarrada y vital del buen frontman, que con pequeños pasitos de baile o tirando una pandereta con rabia al suelo supo llevar el concierto con mano maestra”
La pasada semana, la gira internacional de Nathaniel Rateliff pasó por nuestro país. César Prieto acudió al concierto que ofreció el músico de Missouri junto a su banda en la sala Barts de Barcelona.
Nathaniel Rateliff
Sala Barts, Barcelona
6 de julio de 2016
Texto: CÉSAR PRIETO.
Fotos: PAU GIRÓ.
La historia sucedió en la sala Barts, esa última reconversión del antiguo Studio 54 de Barcelona en sala multiusos que igual sirve para un monólogo que para una entrega de premios. En esta ocasión apareció Nathaniel Rateliff en escena, y poco a poco cinco músicos más y a los tres segundos empezaron a sonar los acordes que presagiaban ‘I need never get old’, su canción de fantasía, desgarrada pero con punch fogoso, impetuosa y adictiva. Hubiera hecho bailar en ese mismo Studio 54 que estaba ahí en los 80. A partir de este momento, la historia debería contar cómo se lleva adelante un concierto habiendo ofrecido ya lo mejor en la primera canción.
Derivaron en su repertorio inicial hacia interpretaciones más folk, olvidando su parte negra. Los norteamericanos interpretaban ‘Look it here’ o ‘Howling at nothing’, que parecían tocadas desde un granero, y uno soñaba en armonías de The Band o Neil Young. Pero pronto hubo cambio de bando estético y en la parte central ‘Shake’ o ‘Out on the weekend’ apostaron por el ruido, acercando toda la electrónica a los amplis para crear un estrépito elegante y ordenado. O se dieron a las miserias del corazón, esa voz rota, desgarrada y vital del buen frontman que es Nathaniel, que con pequeños pasitos de baile o destrozando una pandereta tirándola con rabia al suelo supo llevar el concierto con mano maestra y capitalizar el escenario.
También el quinteto instrumental ayudaba, y mucho. Ese órgano llevando la base sin demasiadas florituras, el saxo que daba ambiente nocturno cuando se precisaba, y sobre todo la coordinación y la fuerza, esa que sabe mantener la excitación del público solo con una garganta y unas palmas o un chasquido de dedos de los seis a la vez, sin nada más. Mucha tradición y muchas historias de décadas y décadas andaban ahí detrás. Con todo ello crearon un clima que les guio hasta la última canción.
La parte final de un concierto que se hizo corto –una hora y bien poco más, dieciséis canciones– volvió a esa zona pantanosa que se mueve entre el folk y el blues, y aquí la táctica fue movilizar al público, unos tres cuartos de entrada bien completos, que se sabía por lo menos los estribillos y a partir de ‘I’d be waiting’ ya hizo suyo el concierto, cantando a voz en grito ‘I did it’ o ‘Trying so hard’. De hecho, el público siguió cantando el estribillo de la bluesera ‘S.O.B’ para reclamar el bis, uno solo.
En todo caso, buenas esencias, personalidad, tablas bastantes y disfrute. Es uno de esos conciertos con unos tantos fieles –de hecho vino en el marco del Festival Grec reclamado por el público que lo vio hace dos años–, pero que merecen la asistencia de cualquier aficionado al que le guste de un grupo el baile, la música y el sudor.