FONDO DE CATÁLOGO
«Hay detalles de composición y arreglos poco vistos en sus discos anteriores, más espartanos y escuetos»
Manel Celeiro nos lleva hasta 1999 para recuperar Nada, uno de los mejores discos de Los Enemigos atendiendo a sus letras, sonido y arreglos, entre otros factores. El último trabajo de estudio antes de anunciar su separación en 2002.
Los Enemigos
Nada
VIRGIN / CHEWAKA, 1999
Texto: MANEL CELEIRO.
Este podía haber sido el último disco de estudio de Los Enemigos. Y no cabe duda de que lo habrían dejado por todo lo alto, en la cima, en la cumbre, si realmente hubiera sido así. A pesar de tener que competir con obras de mucho empaque —joder, La vida mata es una grabación difícil de superar—, suelo pensar primero en Nada cuando me preguntan por mi pódium «enemigo». Tras él vinieron un par de recopilatorios: Obras escocidas 1985-2000 (2001) ejercía de grandes éxitos en vivo acompañados por invitados del calibre de Jorge Ilegal, Julián Hernández o Rosendo, entre otros, y Obras escondidas (2002), también en vivo, pero en el que investigaron su lado más reposado y acústico. Y la gira del supuesto adiós, donde protagonizaron conciertos de un nivel estratosférico, respaldados por la eufórica reacción de sus seguidores y por una precisión en la ejecución beneficiada al apartarse de ciertos hábitos poco saludables. Vaya, que uno tuvo muchas dudas ante el comunicado de su separación —en 2002— cuando Josele esgrimió que el tedio había llegado al local de ensayo y que sentían que no tenían mucho más que decir. Era complicado aceptarlo tras haberlos visto varias veces en esa despedida sobre las tablas, donde sonaban más rotundos y centrados que nunca. Como un cañón.
Lo cierto es que tres años antes, cuando lanzaron Nada, ya revoloteaba una tangible sensación de nostalgia y melancolía sobre el disco. Una sensación que, por otra parte, les ha sobrevolado en otros momentos. Basta repasar su cancionero para percibir ese halo de tono fatalista que les ha hecho compañía en numerosas ocasiones. La dura escuela del barrio y la azarosa vida de los personajes que protagonizan sus ripios han tenido un acogedor lugar de acomodo en la barra de sus temas. Jugando con el doble sentido del vacío, la soledad y el hastío, tanto en la piscina solitaria de la portada del disco como en el título, presentan un trabajo con tres pilares fundamentales en los que basar su excelencia.
El primero es el sonidazo que consiguieron con una producción excelente, a cargo de Carlos Martos y el propio grupo, y una masterización niquelada de Tim Burrell en los Town House londinenses. Las guitarras estallan en llamas en los temas rockeros, hay riffs que estarían entre los mejores de su trayectoria y que rozan el hard rock (“Me sobra carnaval”, “Sangre, sudor y chicles de fresa”, la pieza instrumental “T.T.L.”, “No se lo cuentes”, “Razas de Caín”), con una potencia que sobrepasa los altavoces si se le da cera al volumen y brillan limpias en las canciones más tranquilas junto a la versátil sección de ritmo que forman Fino Oyonarte al bajo y Chema Animal Pérez a los tambores, adaptándose de maravilla a lo que se requiere de ellos en cada momento. Suenan engrasadísimos y compenetrados como un solo hombre.
El segundo pilar son las letras, uno de los puntos clave de Los Enemigos. Es más, los versos de Josele son parte esencial de la idiosincrasia de la banda, pero es que aquí se sale, su escritura condensa una asombrosa variedad de sensaciones, hechos y sentimientos en frases escuetas, pero tan cortantes como el filo de una navaja. Temas universales que no pierden vigencia pese al paso del tiempo, y a los que es bueno dedicar atención cuando el disco torna a reposar en el reproductor. Aquí nos detendremos en “An-tonio”, quizá lo más cercano a un single de éxito que jamás ha compuesto, un ejemplo magistral de cómo captar la personalidad del fallecido músico andaluz al que va dedicada la canción con una lírica sencilla a la par que emotiva, que se apoya en el sentido del humor para esconder, entre acordes juguetones y un ritmo vacilón, lamentos que hielan la sangre en las venas y lanzan dardos de fastidio por la pérdida del amigo: «Hoy me ha dicho el Antonio que no va a cantar / se le habrán quitao las ganas / que no va a cantar más ná… / guardián de la espuma salpimentá / ¿es que no tienes bastante con su dolor?».
El tercer pilar que aguanta estoicamente este disco es el enorme trabajo que dejan entrever las canciones. Hay mucho rock and roll, como antes mencionábamos, pero también detalles de composición y arreglos poco vistos en sus discos anteriores, más espartanos y escuetos. Funcionan igual de bien por separado, escuchadas aleatoriamente fuera del conjunto, como dejándolas fluir siguiendo la secuencia del orden final escogido. Y al repasarlo de nuevo para esta ocasión, un servidor tiene la sensación de que Josele deja algunas pistas de lo que tenía en mente para su posterior trayectoria. Es relativamente sencillo (a toro pasado, evidentemente) visualizar “Na de na” (pese a estar compuesta a pachas con Manolo Benítez), la propia “An-tonio” o “Claro que arde” entre su repertorio solista.
Afortunadamente, Los Enemigos volvieron a la arena en el 2012, demostrando que son un lujo del que el rock nacional no puede ni debe prescindir. A sus prestaciones en el escenario, mejores que nunca pese a ser más —ejem— «maduritos», hay que añadir los dos excelentes registros que han editado desde su regreso, Vida inteligente (2014) y el flamante, puesto en la calle este mismo año, Bestieza. Si no existieran habría que inventarlos.
–
Anterior entrega de Fondo de catálogo: Closer (1990), de Joy Division.