CINE
«Mitad preocupada y contemporánea crítica social, mitad sangriento espectáculo visual»
Nación salvaje
Sam Levinson, 2018
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
La primera parte de Nación salvaje presenta el colorista y veloz mundo adolescente contemporáneo a través de la relación entre cuatro amigas con su entorno inmediato, una relación mediada de manera continua por los diferentes terminales tecnológicos que las acompañan en todo momento (sobre todo, el teléfono móvil). Cuando la pequeña ciudad residencial en la que viven (denominada, en uno de los múltiples ejemplos de lo excesivamente obvia que es en ocasiones esta película, Salem) sufre una serie de hackeos que hacen que la información de varios miembros de la comunidad quede a la vista de todos, la segunda parte de Nación salvaje deviene un violento exploitation film en el que la protagonista, Lily Coulson (Odessa Young), se ve obligada, junto a sus tres amigas, a defenderse de la desatada masa que las considera responsables de lo ocurrido.
Así, mitad preocupada y contemporánea crítica social, mitad sangriento espectáculo visual, Nación salvaje trata de unificar ambos con un resultado no del todo negativo (siendo el tipo de comentario sociopolítico que esperábamos de la saga La Purga cuando solo sabíamos su premisa básica), pero sí irregular. Aunque a nivel estético sea una película casi impecable y emplee gran cantidad de expresivos y enriquecedores recursos como la pantalla partida, la inclusión de material amateur e incluso un brillante plano secuencia creador de suspense, a nivel discursivo no termina de crear un relato coherente sobre la influencia de las redes sociales en la vida contemporánea. Aquí se tocan todos los temas habidos y por haber respecto a redes sociales, privacidad online y la mentalidad de rebaño que en ocasiones resulta en linchamientos (aquí físicos), pero en ocasiones parece tener el mismo tono sermoneador y condescendiente que chirría en gran cantidad de los episodios de la teleserie británica Black Mirror. El mensaje sobre las redes sociales y la selectiva auto-exposición (por oposición a una privacidad igual de recelosa que antes) no queda bien delineado en la película, aunque también es posible que el problema sea en realidad que no tenemos del todo claro cómo enfrentarnos a unos dispositivos que de repente forman parte de nuestra vida diaria.
Cuando mejor parece funcionar Nación salvaje es cuando ofrece a sus cuatro jóvenes protagonistas la oportunidad de poner en marcha una energética y redentora venganza contra aquellos que han tratado de controlarlas, acusarlas y ejecutarlas como culpables. Pero esta catártica respuesta a todo aquello a lo que se han enfrentado hasta entonces, aunque entretenida, no siempre es suficiente para compensar lo contradictorio del discurso de Nación salvaje. El modo en que se hace uso de una sobreexposición y un sufrimiento extremadamente eróticos de las adolescentes protagonistas para criticar cómo ambos forman parte intrínseca de la experiencia de ser una mujer joven hoy resulta, cuanto menos, sospechoso.
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Anterior crítica de cine: Nosotros, de Jordan Peele.