«Es posible que en los setenta tuviese mucho sentido lo de sexo, drogas y rock and roll. Pero, hoy en día, ir con ello como bandera resulta un poco ridículo. Al final, las canciones salen porque hay un impulso de urgencia vital. Algo que no tiene nada que ver con el personaje ni con el malditismo»
Coincidiendo con el lanzamiento de su nuevo disco, el esperado «La zona sucia», Eduardo Tébar habla en profundidad con Nacho Vegas, un músico con las ideas claras y siempre con cosas que contar.
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Foto: PABLO ZAMORA.
El quinto álbum de estudio en solitario de Nacho Vegas se publica el Día de los Enamorados. Sardónica pirueta del destino: “La zona sucia” relata el desangelo tras el descalabro de una relación. Amor roto, el llanto de la memoria. “Parece una broma del azar. Intenté evitarlo. No sé si será un buen regalo para este día. Yo jamás regalo nada este día”, explica el músico asturiano, satisfecho por lo último de Christina Rosenvinge y a punto de iniciar su ruta promocional en Barcelona. El disco inicia otra etapa en la carrera de Vegas. Canciones recortadas a su esencia narrativa. Afán de sencillez y vocación de eternidad. El título, que alude a la zona de la pista con restos de goma e impurezas en la Fórmula 1, resume el abismo emocional del universo «vegasiano». Honda exploración del «yo». Pero, ojo, ya sin hemorragias. Abraham Boba espacia ambientes con los teclados y los coros infantiles (Les Guajettes) añaden rayos de luz. A pesar del desastre, el rey de los cantautores indies mira hacia adelante. Además, se trata de su estreno en Marxophone, la cooperativa autogestionaria en la que también participan Raül Fernádez (Refree) y Fernando Alfaro. Se lo guisa y se lo come.
Al final, las canciones nacen de la soledad.
Cuando estoy grabando, de promoción o de gira es cuando me queda menos tiempo. Las canciones surgen en los momentos de tranquilidad en casa. Al principio es una idea que ronda mi cabeza. Acabarlas me lleva mucho tiempo. Las reescribo mucho. En casa suelo escuchar música, leer y tocar la guitarra. A veces salgo a la calle, se me ocurre una frase y la apunto. Estos instantes de aislamiento son necesarios para escribir canciones. En las giras todo resulta demasiado caótico como para componer.
Compone la persona, ¿habla el personaje?
Es probable que en algún momento haya contribuido a alimentar una imagen vinculada a la droga. En determinadas entrevistas se ha resaltado ese punto. A la gente le atrae demasiado eso. Se le da una relevancia que yo no le doy. Siempre me lo he tomado con distancia y bastante sentido del humor. Es posible que en los setenta tuviese mucho sentido lo de sexo, drogas y rock and roll. Pero, hoy en día, ir con ello como bandera resulta un poco ridículo. Al final, las canciones salen porque hay un impulso de urgencia vital. Algo que no tiene nada que ver con el personaje ni con el malditismo. Levantarte con canciones y acostarte con ellas es la clave de este oficio para mí.
La pérdida del amor sobrevuela por todo el disco. ¿Es tu álbum más monotemático?
Cuando entro a grabar, no sé muy bien qué tienen en común las canciones. Necesito cierta distancia crítica y escucharlas mezcladas. Es entonces cuando me doy cuenta de lo que las une. “La zona sucia”, salvo en el cierre, habla de esa sensación de pérdida. Cuando crees que algo es muy sólido y se derrumba de repente. Grabé 16 canciones. Las que quedaron fuera se salen de esa temática. Me gusta que los discos tengan cierta unidad.
¿Enamorarse es una putada?
Es una putada y es lo más maravilloso del mundo. Es una metáfora de la vida: algo muy fuerte y, a la vez, muy frágil. Algo que parecía muy consistente se puede venir abajo enseguida. Los sentimientos extremos no se pueden explicar de una manera racional. Por eso suponen un buen alimento para las canciones.
Siempre has defendido que las canciones deben trascender la autobiografía. Pero, ¿eso es posible?
Sí. De hecho, trabajo con esa premisa. Si no trasciendes el hecho autobiográfico, sería como contarle tus problemas a un colega. Iván Zulueta decía que sus películas eran tan autobiográficas que al final dejaban de ser autobiográficas. Yo siempre parto de elementos muy cercanos. Pero las canciones te dan la oportunidad de transformarlas en otra cosa. A veces he jugado a negar algunos aspectos en las entrevistas. La realidad es que hago canciones a partir de lo que tengo cerca.
Y cerca está la publicación del nuevo de Christina [Rosenvinge]. ¿Temías un efecto Pimpinela?
Quizá se pueda encontrar algo hilando un poco fino. Christina y yo hemos ido grabando a la vez después de “Verano fatal” (2007). Además, los dos trabajamos con Juan y Tomás [de la oficina de mangement I’m An Artist]. Puede parecer que de vez en cuando nos lanzamos piedras. Ese juego no tiene mucha relevancia, más allá de que la gente hable en blogs.
La primera sorpresa de “La zona sucia” son sus 42 minutos de duración. Con eso a ti antes te salía un EP.
[Risas] Bueno, es la duración que tienen los discos que hoy conocemos como clásicos. En algún medio se ha dicho que estas canciones son más cortas para ajustarme al metraje del vinilo. Eso es absurdo. Cuando decidí el orden de los temas, busqué una duración apta para que el vinilo salga bien. El sonido del vinilo se resiente cuando se superan 22 minutos por cara. Al final salen diez canciones, pero tengo más grabadas. Espero publicarlas en un EP posterior.
Entonces, ¿pretendes decir en tres minutos lo que antes contabas en siete?
He intentado sintetizar un poco más. Recuerdo que Gari, de Ornamento y Delito, me contaba cómo acabamos sintetizando la estructura de la canción que tenemos en la cabeza al principio, antes de completar la letra. En cualquier caso, hay una canción en este disco que dura casi siete minutos.
Folk asturiano, folk irlandés. ¿Qué conexiones encuentras?
Las canciones tradicionales no se hacían para desarrollar una carrera como músico ni para ser una estrella del pop. Surgían de manera natural. El cantar y la música están en el género humano. No hay ningún pueblo en el mundo que no tenga música tradicional. Es algo tan puro y verdadero como el habla. Eso se nota mucho en el cancionero tradicional. El pop y el rock también son músicas populares y deben conservar esa honestidad fuerte.
Miras a lo local, aunque mantienes tu debilidad por la literatura ánglica.
También me interesan muchos autores españoles y latinoamericanos. Sin embargo, en este disco se han colado referencias muy claras a Carson McCullers y William Saroyan. ‘La comedia humana’ está inspirada en esa novela de Saroyan. Lo mismo ocurre con McCullers y ‘Reloj sin manecillas’. Son esas cosas que forman parte de tu vida y que acaban entrando en las canciones. Creo que todas las personas y todas las canciones pertenecen a algún sitio. Desconfío de la gente que asegura que no pertenece a ningún lugar.
A diferencia de trabajos anteriores, en “La zona sucia” abres la puerta al optimismo y a la esperanza. Desde “El género bobo” (2009) se filtran texturas más luminosas.
Me lo ha comentado bastante gente. Supongo que las canciones que parten de momentos más amargos y dolorosos terminan convirtiéndose en algo positivo. No se trata de regocijarse en sentimientos negativos. Eso sería estúpido. Este disco nace de una pérdida. Hay que dejar puertas abiertas. No se acaba el mundo: las canciones siempre representan la celebración de algo. Es la celebración de constatar que estás vivo.
Ese punto celebrativo se acentúa con los coros de los niños. Como una búsqueda de inocencia.
Las canciones se nutren mucho de contrastes, paradojas y oposiciones casi privativas. Lo observo en composiciones que me apasionan del folk tradicional. La gente estaba trabajando o en fiestas, y chocas de repente con letras durísimas. Así surgen canciones potentes. Contraponer voces de niños con voces de adultos va un poco en ese sentido.
Es tu disco con menos distorsión.
Es cierto. Un tema se quedó fuera a última hora porque me di cuenta de que metíamos demasiado ruido. Lo dejé aparcado para un EP o tal vez para regrabarlo. Me ha salido una colección de canciones de perfil más acústico. Abraham Boba se ha involucrado mucho en la banda en los últimos años. Abre muchos espacios y crea contrastes respecto a las guitarras de Xel [Pereda]. Gracias a eso pude recrearme más en instrumentos acústicos.
Cierras el álbum con ‘El mercado de sonora’, tu canción más Nick Cave. ¿O quizá la más Einstürzende Neubauten?
Me fijé más en la Neubauten. Le pasé algunas canciones del grupo de Blixa Bargeld a Manu, mi batería, para que extrajera algunos tresillos. Es la canción del disco en la que tenía más claros los arreglos que quería meter. Normalmente dejo que los músicos me sorprendan con ideas para los arreglos. En ‘El mercado de sonora’, en cambio, sabía de antemano cómo tenían que ser los ritmos, el teclado y todo lo demás. Me parecía una buena forma de cerrar el disco y de crear un contrapunto con la temática de las canciones anteriores.
¿Sientes inseguridad cuando compones?
Sí, sufro mucha inseguridad. Y me preocupará el día que desaparezca. Cuanta más música llevas hecha, más te das cuenta de la cantidad de cosas que te quedan por descubrir. Escribir canciones me genera muchos dilemas. Hay días en los que me levanto y creo que todo es una mierda. En otros me siento más animado. Tengo que aprender a convivir con esas bajadas y subidas.
¿Temes repetirte?
No exactamente. Hablaba un personaje de Camus, creo que en “El extranjero”, sobre un solo día de vida que se podría recordar cien años. Una sola historia puede dar para un montón de cosas. Además, con el paso del tiempo miras esas mismas cosas de una manera diferente. En ese sentido, no tengo miedo a repetirme. Uno tiene miedo a sentir que no tiene nada que decir. Se puede caer en un vacío y sentir que te estás muriendo en vida. La música hace que nos sintamos vivos. Y al final, como decía Fernando Alfaro, las canciones son como las malas hierbas: crecen aunque uno no quiera.
Acabas de cumplir 36 años. ¿Pesa más la mochila?
Por el camino vas perdiendo cosas y empiezas a cargar con otras. Con los años endureces la mirada. Hacer canciones me sirve para mantenerme más joven. Uno debe preservar cierta inocencia. Como cuando grababa mi primer disco y no sabía si alguien me iba a escuchar. A la hora de componer, intento abstraerme de lo que pasa a mi alrededor para que las canciones preserven ese halo de pureza que considero necesario. Pero no soy el mismo que cuando tenía 25 años. Tengo que bregar con estos factores.
Sigues a Fernando Alonso, aunque yo te veo más próximo a Manuel Preciado…
[Sonríe] Una cosa no quita la otra. Con el Sporting, la batalla es diaria y más dura. Soy esportinguista hasta la muerte.
Trabajas con dos pieles para las canciones en los directos: la acústica y la eléctrica. ¿Cómo planteas esta gira?
Estamos mirándolo en los ensayos. Queremos actualizar canciones antiguas para que el repertorio guarde unidad. Por suerte, las canciones admiten distintos ropajes. Las eléctricas se pueden volver acústicas. En la gira veré cómo fluye el repertorio y seguramente haré cambios. Cuando empezamos a tocar un tema de una manera demasiado mecánica, lo sustituimos por otro.
«En el futuro me veo haciendo canciones aunque no pueda vivir de esto. Las canciones son vocacionales. Muchos compañeros de generación tienen sus trabajos al margen de la música y, aún así, han desarrollado una carrera»
ENEMIGO DE LA GRAN INDUSTRIA
Rompes barreras legales optando por lanzar “La zona sucia” bajo licencia Creative Commons. ¿Por qué?
Lo he hecho yo, no el resto de los integrantes de Marxophone. La licencia Creative Commons es una manera de reservarme derechos. Uno de los grandes enemigos de la música es el mercadeo obsesivo con ella. Creo que es más importante compartir la música que hacer negocio. De hecho, compartirla redunda en el negocio. No son cosas incompatibles. El disco se podrá mover libremente sin que prime un ánimo de lucro. Me parece feo que interfiera el dinero. Aunque llevar a cabo todo esto cuesta dinero. Lo más importante es el cariño y la pasión al hacer música.
¿De verdad piensas que el desbaratamiento de la industria es bueno para la música?
Mi planteamiento no es exactamente como ha salido publicado en distintos medios. Tenemos que partir de la base de que no hay un solo tipo de industria. Existe una industria musical que ha hecho mucho daño tanto a la música como a los músicos, así como a los que compramos música. Por otro lado, hay otro tipo de industria que es maravillosa y es la que llena mis estanterías de discos. Reivindico volver a una industria del ocio y del entretenimiento que trate con cariño a la música y a los compradores. Lo que se ha venido abajo es el modelo que teníamos concebido. Los únicos que se molestan por ello son los que se lo tenían muy bien montado. Hay que adaptarse a las nuevas fórmulas de distribución. Crear discos es una actividad demasiado hermosa e importante. No se puede fabricar discos como quien fabrica ladrillos.
¿Nunca te han tirado los tejos de una multi?
No. Y no tendría mucho sentido en los tiempos que corren. Hasta ahora he ido paso a paso, haciendo lo que he querido en cada momento. Veo a compañeros que han tenido malas experiencias en compañías grandes. Si la cosa no funciona, si no hay ventas, todo es muy frustrante. La exigencia de rentabilidad es lo que te mata. Yo no le intereso a las multinacionales. Pero las multinacionales tampoco me interesan a mí.
En el documental sobre los diez años de Limbo Starr sugieres que no es fácil la convivencia laboral con David López.
He trabajado una década entera con David y Carmen, de Limbo Starr. Han tratado siempre muy bien los discos. No puedo decir nada malo de ellos. David y yo discutimos a veces. Dice que es difícil trabajar conmigo y yo digo que lo difícil es trabajar con él. Yo no me considero un tipo conflictivo. Esto se parece un poco a las relaciones amorosas. Quizá, la relación se resintió un poco después de diez años. Debíamos darnos un tiempo. Ellos forman parte de esos focos de resistencia que son los sellos pequeños. Tratan con amor los discos y creen en la música por encima de todo. Por eso me sigo identificando mucho con Limbo Starr.
¿Qué te parece que las reediciones en vinilo de tu material antiguo se publiquen ahora?
Siempre quise que mis discos salieran en vinilo. Cuando empezamos con Limbo Starr no había nadie, salvo algún pequeño sello especializado, que apostara por eso. Se había impuesto el CD como único soporte. Una de las demostraciones de que la crisis está haciendo una limpia en el mercado es el resurgimiento del vinilo. Me gusta lo que está ocurriendo. Ojalá se hubiese instalado esta fiebre del vinilo en su momento. No sé cómo afectaría a la extensión de los discos. “La zona sucia” está pensado para una escucha fluida en vinilo.
¿Hablamos del futuro?
Me veo haciendo canciones aunque no pueda vivir de esto. Las canciones son vocacionales. Muchos compañeros de generación tienen sus trabajos al margen de la música y, aún así, han desarrollado una carrera.