CINE
“Pese a que en la cinta sobreviven aislados momentos de reposada belleza, su simplismo acaba resultando agotador y hace su retrato inmediatamente caduco”
“Mustang”
Deniz Gamve Ergüven, 2016
Texto: JORDI REVERT.
Con toda probabilidad, el episodio más extraordinario de la historia del cine turco es aquel que corresponde a la producción de “El camino” (“Yol”, Serif Gören, 1982). A principios de la década de los 80, el golpe de estado liderado por el General Kenan Evren inauguró una etapa de represión que dio con el cineasta Yilmaz Güney en la cárcel. Durante su reclusión, Güney escribió el guion de la película y dio instrucciones precisas a su asistente Serif Gören para que la dirigiera, antes de montarla él mismo tras escapar de prisión. El resultado fue una de las películas más relevantes de la cinematografía anatolia, un relato de varios prisioneros durante sus respectivos permisos penitenciarios que construía el retrato de un país atenazado por la tradición y el integrismo. “El camino” encontraría su victoria en el reconocimiento internacional y en la Palma de Oro ganada en el Festival de Cannes de 1982 –premio compartido con “Desaparecido” (Missing, Costa-Gavras, 1982)–, poco antes de que el director falleciera en un hospital de París en 1984 debido a un cáncer de estómago.
La hazaña de Güney en aquella obra imprescindible residía en buena parte en su serena –pero profunda− mirada a una sociedad asfixiada, un diagnóstico nunca dejado llevar por el arrebato o la intempestiva reacción del cineasta a su experiencia. Más de tres décadas después, la lección de “El camino” no parece haber calado en la realizadora Deniz Gamze Ergüyen. Su “Mustang” es el tipo de obra en el que todos los elementos se ponen al servicio de un mensaje, no necesariamente precedidos de una reflexión o un análisis. Aquella en la que la resistencia política existe en forma de aspavientos y codazos al espectador. Promocionada como fenómeno en parte gracias a su nominación al Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa, saludada como estimulante alternativa turca a la melancólica “Las vírgenes suicidas” (Sofia Coppola, “The vigin suicides”, 1999), la obra de Ergüyen no pretende entender la realidad en la que se inscribe con distancia para así forjar su resistencia política. Todo lo contrario, grita sus enunciados de forma histérica sin ofrecer un verdadero discurso, pone desde el primer minuto el grito en el cielo contra el fundamentalismo sin preocuparse por abandonar un maniqueísmo plano, y aspira a un lirismo en el amanecer de la madurez de sus protagonistas que por momentos parece beber de la caligrafía malickiana. Así, la película se apresura por apuntarse el tanto de la denuncia y enarbolar la bandera feminista aprovechando su condición de producción turca. Para ello pone forzados diálogos en boca de la más pequeña de las hermanas protagonistas que explicitan antes lo que la directora quiere decir que lo que una niña diría, o da un volantazo dramático que solo se justifica en la ansiedad por subrayar el mensaje. Pese a que en la cinta aún sobreviven aislados momentos de reposada belleza, su simplismo acaba resultando agotador y hace su retrato inmediatamente caduco, más cerca de la complacencia orientalista de títulos como “Almanya: Bienvenidos a Alemania” (“Almanya: Willkommen in Deutschland”, Yasemin Samdereli, 2011) o “¿Y ahora dónde vamos?” (“Et maintenant, on va où?”, Nadine Labaki, 2011) que de perspectivas más honestas y complejas de autores coterráneos como Semih Kaplanoglu o Nuri Bilge Ceylan.
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Anterior crítica de cine: “Frente al mar”, de Angelina Jolie.