Músicos en la sombra: Pablo Serrano, batería de Ariel Rot, Quique González y Russian Red

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»Cuando empezamos a tocar con Ariel, éramos tan jóvenes que él nos hizo un poco, nos enseñó. Recuerdo muchas tardes con Ariel, escuchando música. Me preparaba cedés a menudo, para que los escuchase»

 

Muchos lo conocimos por el disco «En vivo mucho mejor», de Ariel Rot. Pero Pablo Serrano ha tocado con Raimundo Amador, Christina Rosenvinge, Fito Páez, Russian Red… ahora lo hace con The Cabriolets y con José Luis Perales. Arancha Moreno conversa con él.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

Hace once años que vi por primera vez a Pablo Serrano aporreando la batería, en los conciertos de San Isidro de la Plaza Mayor de Madrid. Entonces él tenía diecinueve años y ya tocaba con Ariel Rot. Él también recuerda aquel directo, y los tres años que giró con el argentino, una de las personas que le enseñó a crecer en directo. Ha pasado más de una década y el batería que tengo enfrente toca ahora con Russian Red, The Cabriolets y su grupo Lacara, prepara un disco solo con batería y voz y de cuando en cuando pinta y prepara alguna exposición. Entre aquella estampa de 2001, en la Plaza Mayor, y el té que tomamos ahora, al mediodía, cerca del barrio madrileño de Argüelles, han pasado muchas noches de concierto: con Raimundo Amador, con Christina Rosenvinge… Hasta con Fito Páez. Un espíritu inquieto, de padre pintor y madre argentina. Precisamente, allí nació, y allí regresa en unos días, esta vez junto a José Luis Perales.

Buscando información sobre ti, he descubierto que eres argentino.
Sí. Nací en Argentina, mi madre es de allí, no sé si fue premeditado o por accidente… Sólo pasé unos meses allí, pero creo que me marcaron de alguna forma, nunca he terminado de sentirme español ni argentino. No es una certeza, es una sensación. Soy un hombre que no tiene sitio fijo, me encantan los aeropuertos, me siento como en casa.

¿A los doce años viste una batería por primera vez?
No tiene nada de especial mi historia, ¿eh? Me acuerdo de los vinilos, de cómo me quedaba embobado mirando la foto de Ringo Starr.  Yo me fabricaba baterías de pequeño con lo que pillaba: botes de Colón, latas, libros, platos… Luego mi padre me ayudaba a fabricarme cosas. Empecé a tocar la batería a los doce, me empecé a interesar, hicimos un grupo en el cole…

Y ahí acabó tu etapa de los botes de Colón, y empezaste con la batería de verdad.
Hubo algo intermedio. Tenía unos tambores, unos bongos que golpeaba con baquetas y que rompí, por supuesto. Luego aprendí de forma autodidacta. Recuerdo que el guitarrista de mi grupo, que era mayor que yo, me dijo que para tocar “se cruzaba la mano”. Empecé a recibir clases a los quince, más o menos.

¿En esa época ya tenías la sensación de que era algo más que un hobbie?
¿Sabes estos pequeños momentos de lucidez que uno tiene en la vida? Yo tengo pocos, pero recuerdo uno. Tuve la certeza un día, en mi habitación. Recuerdo que en ese momento mi batería sorda era una guía de teléfonos encima de una silla, y me dije: “ A esto me voy a dedicar”. Fue un pensamiento responsable: hacer lo que me gustaba, y tener tiempo para prepararme.

Así que ese fue el momento en el que te hiciste adulto.
No lo sé, quizá. Creo que de pequeño ya tenía una parte adulta, y ahora tengo una parte de niño. Pasan los años, pero hay una parte que está intacta.

¿Cuándo pasas de los grupos de barrio a algo más serio?
Caí en Hamlet, me gustaba el rock duro y empecé a tocar con ellos. Fue mi presentación, guardo los recortes de entonces, solo tenía dieciséis años. Al principio no teníamos disco, luego se empezó a profesionalizar. Y empecé a grabar con más grupos, pasé muchos años estudiando. Mi inquietud me llevó a conocer más gente de otros círculos. El hijo de un productor me empezó a llamar para grabar trabajos esporádicos, y en el 90 o 91 fui a girar con Greta y los Garbo. En esa época se hacían ciento y pico conciertos, y solo tenía diecisiete o dieciocho años. En agosto eran 29 noches seguidas, cosa impensable ahora.

Seguías compaginando proyectos, y muy dispares, por lo que veo.
Sí, no tenían nada que ver, pero siempre he sido muy inquieto, en la búsqueda encuentro libertad. Hice hasta algún bolo con Azúcar Moreno. Hubo un momento en el que ya era un profesional, pero no me sentía preparado aún, necesitaba más, así que me fui a estudiar a Los Ángeles, al MI (Music Institute). Fue una gran experiencia a todos los niveles, fue como romper el cascarón, viviendo en una ciudad dura y hostil. Viví un momento de inflexión, ver lo que quería y lo que no. Éramos seiscientos alumnos, teníamos que estudiar técnica y queríamos rendir, y además ser tú mismo. Fue una época de mucho estudio.

¿Tuviste que quitarte muchos malos vicios?
Algo se pierde cuando uno estudia y se profesionaliza. El arte no se estudia, la técnica son herramientas para expresarte, y al ver vídeos antiguos, creo que perdí algo, tenía una seguridad que no sé si he recuperado. Al volver de allí, siendo capaz de leer música y tocar muchos estilos, tenía mucha información en la cabeza, todavía sin resolver. Tocar música es una cosa muy grande, no es solo leer. Hubo una época posterior compleja, de desaprender, buscarme… Al volver a España se habían esfumado todos los contactos, era empezar de cero otra vez.

Decidiste romper para seguir creciendo, y tuviste que partir de nuevo del kilómetro cero. ¿Cuál fue?
Sí. En el 95 volví a tocar, con Cañones y Mantequilla, necesitaba garitos y ellos tocaban casi todas las noches, hacían country, folk… Por ahí pasaba todo el mundo, era una mili. El primer trabajo fue con Luis Auserón, con sus discos en solitario después de Radio Futura, fue muy bonito, es un gran tipo y me acogió muy bien. Luego toqué con Víctor Coyote e hice un montón de cosas. Ya me sentía mejor. Había tocado con La Frontera, y luego llegó Raimundo Amador.

Raimundo Amador: primera experiencia flamenca, y en primera línea.
Sí, hice una gira de un año y pico. Había tocado antes con un grupo de Sevilla, que hacían flamenco-pop, y aprendí mucho. El género es muy complicado, tenía que llevar el airbag puesto, porque Raimundo siempre improvisa, las canciones están abiertas y puede pasar cualquier cosa. Puede haber un accidente y tienes que estar ahí, es imposible estar con el piloto automático. En esa gira conocí a Ricardo Marín [guitarrista]. También hicimos una gira con Kiko Veneno y con B.B.King, fue muy especial estar ahí.

¿Y cuándo te cruzas con Ariel Rot?
Seguía haciendo muchas cosas, y entre ellas tocaba con Neverly Brothers, el grupo de Guille y Fernando Martín, yo era el batería base, y venían a cantar Christina, Santiago Auserón… Ahí conocí a Ariel. Tuvimos una especie de flechazo. De ahí a que me llamara para probarme pasaron dos o tres meses. No sé si había grabado «Hablando solo», pero ya tenía en mente algo. Cuando me llamó para probarme, para mí fue un momento importante, yo era muy fan de Tequila y muy fan de Los Rodríguez, y me sentí muy afortunado. Nos hizo la prueba a Jacob Reguilón y a mí, y entramos. Con él toqué del 98 al 2001. Hice la gira de «En vivo, mucho mejor». En esa etapa hice otras cosas, también hice la primera gira de Quique González, nos llamó Carlos Raya para hacer una gira de calentamiento. Como nos tuvimos que ir a Argentina, Jacob y yo pensamos en Candy Caramelo y Toni Jurado para que nos sustituyeran. Luego Quique y Toni tuvieron un flechazo, son una pareja maravillosa.

¿Te marcó trabajar con Ariel Rot?
Sí, Ariel es una persona que marca. Para mí es muy fácil hablar con él, nos entendemos muy bien. Es un libro abierto, sabe tanto de rock que aporta mucho. Me acuerdo cuando montamos ‘El barco’ para la gira de «Hablando solo». Había que montar alguna canción antigua de Ariel y fue idea mía. Cuando empezamos a tocar, éramos tan jóvenes que él nos hizo un poco, nos enseñó. Recuerdo muchas tardes con Ariel, escuchando música. Me preparaba cedés a menudo, para que los escuchase. Ariel cada vez se ha ido desprejuiciando más, es muy difícil incorporar cosas que no tienen que ver en el rock.

¿Era purista?
Super purista.

¿Pero también le interesaba que su banda aportase a la canción, no solo dirigiros?
Sí, de alguna manera, iba dosificando cómo hacerlo. Al principio no contaba con nosotros para las grabaciones, las grababa con los Attractions, la banda de Elvis Costello. El tercer disco fue el directo, que para mí fue muy bonito, tocábamos muchísimo. Ahí cerramos un ciclo.

¿Por qué dejaste de tocar con él?
Sucedió algo entre él y yo, a nivel compromiso. Me fui con dolor. Yo tenía claro que no iba a seguir ahí, necesitaba tener una seguridad, y esto ocurrió con la llamada de OBK. No digo que sea malo tocar con OBK, ni con Ariel, ni mezclar. Yo necesitaba ir para otro lado. Ahí comienza mi periplo hacia música más «mainstream». Hice muchos trabajos diferentes.

«A las seis de la tarde, Ariel me dijo que Fito quería que tocase con él esa noche. Me fui pitando para casa, después de la prueba, para escucharme los temas que no conocía. Fue un concierto especialmente emotivo»

 

¿Y después?
Después de hacer varias giras comerciales, yo necesitaba volver a casa, estar en un sitio donde me sintiera más yo, no hacer tantos conciertos para algo que no tuviera nada que ver conmigo.

¿Esa etapa tocando para otros no te aportó demasiado?
Sí aportó algo, siempre aprendes, pero necesitaba volver a la música. Me pasó con Christina Rosenvinge, giré con el disco «Foreign land», que sacó en 2002, y después he trabajado con ella más veces.  Y hace unos años me llamó Manuel Cabezalí, para hablarme de Russian Red. Me habló de una chica que estaba empezando, y me dijo que creía que encajaríamos muy bien. Yo nunca la había oído, no sabía quién era. Ahí empecé a tocar con ella.

Y la descubres y te quedas con ella. ¿Por qué?
Bueno, tenía ganas de apostar por alguien, decidí que quería formar parte de ese proyecto.

¿Te identificaste con ella y con lo que hacía?
No especialmente, pero sí con el movimiento. Una niña con 20 o 22 años, sin ningún bagaje pero defendiendo sus canciones, la gente estaba como imantada con ella. Decidí formar parte de eso, y ha sido una fuente de evolución. Me estoy acordando ahora de cosas que me he dejado por el camino, como tocar con Fito Páez o Aute.

Háblame de tu experiencia con Fito Páez.
La primera vez que toqué con él era la semana argentina en Madrid. Había dos o tres grupos, y tocaron María Eva Albistur, Ariel y Fito. En la prueba de sonido, veía que el manager de Fito hablaba con Ariel, y me miraban. Le estaban preguntando si podía tocar yo con ellos después. A las seis de la tarde, Ariel me dijo que Fito quería que tocase con él esa noche. Me fui pitando para casa, después de la prueba, para escucharme los que no conocía, porque casi todos eran sus clásicos.

Pero… ¡Tenías dos horas!
Sí, no era todo el concierto, eran unos nueve temas. Para mí fue especialmente emotivo. Estaban todos los argentinos metidos en La Riviera, ya sabes cómo es el público argentino, estaban como locos, era una fiesta. Después, cuando venía Fito a España contaba con la banda de Ariel, o con Ariel y conmigo…

¿Has tocado en Argentina?
Muchas veces, de hecho ahora en octubre me voy, toco con José Luis Perales. Ha sacado disco nuevo y ahora hay una gira de dos meses y medio allí.

Volviendo a tus proyectos, ¿cómo empiezas con The Cabriolets?
Me llamó Diego Postigo, el bajista, para preguntarme a qué guitarrista podía llamar. Yo en ese momento tocaba con Manu Cabezalí, en Montoto y en Russian Red, y se los recomendé. Le cogieron, pero el mismo día de la prueba resultó que también se iba el batería. Pensaron en a quién llamar, y Manuel dijo: “¡A Pablo! Me llamaron ese mismo día, quedamos para hablar y me pareció que lo tenían muy claro. Estoy feliz de estar con ellos, es gente muy desprejuiciada musicalmente, nos lo pasamos bien juntándonos a componer, haciendo música… Hacemos todo entre los cuatro, in situ, quedamos en el local y trabajamos. Si hay química, es un viaje compartido: alguien se pone a tocar algo y eso te inspira, y tocas otra cosa. Me gusta mucho lo que hacemos.

¿Tienes algún otro proyecto propio?
Lacara, somos tres amigos haciendo canciones. Es más para la gente, más directo: en español, más comercial, pero puedo expresarme muy bien. Hemos grabado demos y estamos viendo cómo lo hacemos, pero sin prisa. No tenemos necesidad de apresurarnos por nada, no hay nadie que nos esté esperando. Hemos hablado con Carlos Raya, para ver si nos produce, pero de momento no sabemos qué vamos a hacer.

En el caso de Russian Red, no participas en la composición, claro.
No. Ahora hemos cambiado la banda a trío, y el concepto estético sí tiene mucho que ver conmigo, lo hemos creado entre los tres. Toco un montón de percusión, no solo batería, también un set que ha ido involucionando: antes llevaba de todo y ahora no llevo casi nada. Al principio le llamaban “set Diógenes”; no te imaginas la cacharrería que llevaba ahí. Pero me he despojado de todo.

¿De vez en cuando hay que vestir la batería, y otras desnudarla?
Sí, depende de tu necesidad. Yo tenía ganas de prescindir del charles, tocar sin timbales, buscarme la vida con aros y otras necesidades. En ese sentido ha sido genial, buscando sonido de dos tambores.

Al margen de Perales, ¿qué otros proyectos tienes?
Estoy batiendo el record nacional de discos de bajo presupuesto y de entrega. Soy muy consecuente con eso. Cuando hay que pedir, pido, puedo llegar a ser un músico muy caro, pero si alguien me llama y no tiene dinero, puedo ser un músico más barato también. Entre mis proyectos más importantes está ahora mi disco, un disco de agradecimiento que estoy haciendo. Es un disco muy sencillo conceptualmente: no son canciones, son paisajes, flashes, muestras. Es batería y voz, mezclo cosas cantadas, cosas medio habladas…

¿Invitas a cantantes?
No, lo hago yo todo. Primero grabo las baterías y luego grabo las voces, los textos. Hay varias voces a la vez, como coros… Los textos son míos. Hay mucho de idioma inventado: palabras que son nada y palabras que son todo. Le debo mucho a la batería, y es algo que quiero darle yo también. Hay un par de personas a las que les gustaría sacarlo, pero bueno, va a ser un proyecto para los amigos.

La última, ¿cómo te ven los demás a la batería?
Creo que mi negocio es la entrega. Lo que más me ha gustado es cuando alguien se me ha acercado y me ha dicho “Quiero que estés ahí”. Es muy sencillo, pero ahí está todo. Keith Richards dijo que para él, un buen batería era el que sentía que estaba ahí, pero que no tenía ni que mirarlo. Cualquier músico que sientas que está ahí: ese es el mejor halago que te pueden hacer.

Anterior entrega de Músicos en la sombra: Laura Gómez Palma, bajista de rock y poeta.

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