Músicos en la sombra: Pablo Novoa, de Golpes Bajos a Josele Santiago, Iván Ferreiro y Bebe

Autor:

“Golpes Bajos éramos cuatro chavales de Vigo que un verano íbamos a la playa intentando que las chicas vinieran con nosotros para verlas en bikini y en octubre llenábamos conciertos. En seis meses pasamos de no ser nadie a ser una de las grandes esperanzas blancas de la música española”

El gallego Pablo Novoa se dio a conocer en los años ochenta junto a su grupo, Golpes Bajos. Desde entonces, y tocando diferentes instrumentos, ha estado junto a Los Ronaldos, Nacho Mastretta, Josele Santiago o, ahora, Bebe. Arancha Moreno lo entrevista.

 

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

 

Palpó el éxito con Golpes Bajos cuando era un chaval, y volvió a tocarlo con los dedos junto a Los Ronaldos. A finales de 1999 estuvo a punto de cambiar de camino, pero volvió al circuito musical con su amigo Nacho Mastretta. Desde entonces, Pablo Novoa se ha convertido en un habitual de Josele Santiago, Iván Ferreiro y, recientemente, de Bebe. Nos encontramos con él en una de sus visitas a Madrid, a pocos días de viajar a América con la cantante extremeña. Son las diez de la noche y Pablo pide un par de copas de vino. Rebobina el tiempo y con un inconfundible acento gallego, nos cuenta sus idas y vueltas en casi tres décadas tocando guitarras, bajos y teclados.

¿Cuándo cogiste por primera vez la guitarra?
Mi hermano mayor ya tocaba. Me lleva diez años, yo llegué por casualidad, por un fallo que agradezco. A él le pilló la época post Beatles, aprendió a tocar y le pedí que me enseñara alguna cosa y fui metiéndome en el asunto. Yo estudié en los Salesianos, como Serrat, como Josele… Y les convencimos de que en las misas quedaba muy bien tocar con guitarra eléctrica. Compraron guitarras, batería, había un amplificador de órganos…

Qué modernos…
Sí, los Salesianos de Vigo eran muy modernos. Tenían un cine, y cuando yo era pequeño nos ponían «Help» de los Beatles, conciertos de Pink Floyd… La primera vez que toqué delante del público fue en una iglesia.

¿Música de los Beatles, entonces?
Sí, y de Dylan… Luego hicimos un grupo, ensayábamos. Un tío tenía un bajo y nos lo prestaba si le limpiábamos no se qué… Y así empecé. Nunca pensé que me fuera a a dedicar a a música. Yo soy químico, acabé la carrera por la UNED, seguía tocando y estudiando.

Hasta que formaste parte de Golpes Bajos.
Sí, en mi camino se cruzó Golpes Bajos, la movida, los 80… Éramos unos enanos, tocábamos bastante bien, pero no teníamos ni idea de la industria. Las cosas nos fueron muy bien de repente.

¿Tuvisteis un éxito muy rápido?
Éramos cuatro chavales de Vigo que un verano íbamos a la playa intentando que las chicas vinieran con nosotros para verlas en bikini y en octubre llenábamos conciertos. Empezamos a hacer más conciertos, nuestro caché subió el doble, el triple… En seis meses pasamos de no ser nadie a ser una de las grandes esperanzas blancas de la música española. También la industria se ocupa de sacarle rédito, y se aceleraron mucho las cosas: hacer rápido otro disco, muchos conciertos… Nos vino muy rápido, muy jóvenes, sin preparación. Hubo mucho cansancio, no estábamos preparados. A mí, que me costaba un huevo que una chica se tomara un café conmigo, pasé a que las chicas se quisieran venir al hotel conmigo. Los egos se crecieron mucho, no había un equilibrio emocional de nadie. Y así nos separamos, no tuvimos la madurez suficiente de digerir lo que nos estaba pasando. Cuando se acabó todo eso, dejé la carrera en tercero y empecé a hacer otras cosas: toqué con Aerolíneas Federales, produje a un grupo que se llamaba Bromea o Qué…  Pero dos o tres años después retomé la carrera.

No pensabas que vivirías de la música.
Pensé que había sido flor de un día. Antes hubo un momento en el que nos envalentonamos, pensando que éramos buenos, lo estaba diciendo todo el mundo… Mi madre decía que a mi padre le ponía nerviosísimo que de repente, siendo un enano, ganase más dinero que él. Eran cosas muy raras. Total, que seguí la carrera. Aunque seguía teniendo mi grupito allí, Los Tremendos. Después me hice amigo de Los Ronaldos y me llamaron. Y de repente, volví al mundo de conciertos, fuimos a grabar a Londres…

Así que viviste con Los Ronaldos una segunda vuelta al éxito.
Sí, no sé si mayor que la anterior, pero sí más estructurado. Salimos de España, fuimos a un montón de sitios, fue una maravilla. Hasta que llegó un momento en el que me empeñé en hacer un grupo, La Marabunta. Lo hice con Ricardo Moreno y con gente de Vigo. Mi amigo Nicolás Pastoriza me propuso hacerlo, le dije que no me fiaba de él, pero que hiciésemos canciones y ya veríamos. Hicimos una apuesta grande por intentar llegar a algo, fue una etapa muy dura, yo iba conduciendo hasta Castellón para tocar, y volvíamos con “menos mil” pesetas. Tocabas con mucha precariedad, te robaban una guitarra, cogíamos furgonetas baratas y se nos estropeaban… Nos veía poca gente pero notábamos que flipaban, y pensábamos que había que tener paciencia. Pero nos morimos de inanición, y la crítica fue muy dura con nosotros. Decía que éramos gente de otras bandas que habíamos tenido otras bandas, y que éramos como dinosaurios.

“A La Marabunta nos veía poca gente, pero notábamos que flipaban, y pensábamos que había que tener paciencia. Pero nos morimos de inanición, y la crítica fue muy dura con nosotros. Decía que éramos gente de otras bandas que habíamos tenido otras bandas, y que éramos como dinosaurios”.

Dinosaurio, la palabra maldita.
En este mundo de la música pasas de ser la gran esperanza blanca, la crítica te ensalza exageradamente, y cuando llegas al segundo o tercer disco o proyecto ya no es lo de antes: le ha pasado a Bebe, a Amaral, a Coque Malla… Y después ya te conviertes en un clásico, yo ya soy un clásico [risas], a mí casi nunca me ponen mal. Ni antes era tan malo, ni ahora soy tan bueno. Lo he hablado con Josele, hubo una época en la que decían que los discos de Los Enemigos eran muy blandengues, y ahora es un poeta. Yo le admiro muchísimo, aparte de ser mi amigo, no soy nada objetivo… A La Marabunta le tocó esa época, yo sigo escuchando esa música, y no suelo escuchar la música que he hecho. Con la música pasa como con los títeres, tú le conoces los hilos a la marioneta.

Éxito o no, La Marabunta sirvió para que siguieses haciendo camino.
Luego empecé a trabajar en Xabarin Club, en la television gallega; íbamos La Marabunta, con Nacho Mastretta, me salió una gira y ganábamos algo de dinero. Pero recuerdo que el otoño del 99 estaba agobiado. Iba a dar clases a setenta kilómetros por cuatro duros, daba clases de percusión, piano, bajo y guitarra y estaba muy quemado, pensando en tomar una decisión, llegué a plantearme opositar.

Tocabas el piano, percusión, bajo y guitarra, ¿cómo aprendiste a lidiar con tantos instrumentos?
Tocaba un poco de todo, lo aprendí por el camino, sin querer. Nunca estudié piano, bueno, con Los Ronaldos estudié un poco, porque iba de pianista. Los instrumentos deben ser como los idiomas: el primero es difícil, pero cuando sabes tocar un par de instrumentos, el sentido del ritmo, de la armonía lo tienes. Creo que eso nos pasa un poco a todos.

¿Y por qué seguiste en la música?
En el 2000 me visitó Dios. Nacho Mastretta empezó a hacer música instrumental y se convirtió en el niño bonito de «El País de las Tentaciones», salía mucho, empezó a hacer música de cine… Le salió una producción de Tonino Carotone y me llamó para tocar la guitarra. De repente empecé a tocar con Nacho, nos fuimos a México con Julieta Venegas… Estuvimos tocando en Italia con Tonino, me iba a México y él me pedía que me quedase con él. De repente pintaron oros.

Todos te querían.
Todo estaba alrededor de Nacho. En aquella época Julieta no era tan conocida, era muy talentosa pero cuando venía a España venía sola, y Nacho le montaba una banda. Fuimos a México a un concierto de Mastretta, y Julieta me dijo que se le había ido el guitarrista y que me quedase con ella. Por cierto, el guitarrista que se fue también se llamaba Pablo Novoa, alucinante.

Así que te quedaste allí con Julieta.
Un mes y pico, fuimos a Chicago, Monterrey… Luego volví y seguí con Nacho, éramos un cuarteto de música instrumental, íbamos lo mismo a Benicàssim, que a una cena del lehendakari, que a un festival de jazz. Cuando la Fundación Autor tenía que mandar algo a París quedaban bien con nosotros: era una cosa instrumental, fina. Yo tocaba la eléctrica y la guitarra barítono. Y a partir de ahí volví al negocio. Servía para un roto y para un descosido, y Los Enemigos me llamaron para hacer los dos últimos discos en directo, porque tocaba de todo y era una ventaja. Me hice amigo de Josele Santiago. Me llamó Xoel López, Marlango… Vas entablando relaciones con todo el mundo.

¿Cómo fue tu etapa con Josele?
Me llamaron en 2001 para tocar una pandereta, un piano, una guitarra… Para «Obras escondidas» y «Obras escocidas». Yo le tenía miedo a Josele, era como muy serio y yo muy tímido. Pero nos hicimos medio amigos. Fue la época en la que yo grabé mi disco.

Tu único disco en solitario, «Novoa cruza el Atlántico».
Sí. Josele dijo que tenía ganas de ver lo que hacía y se vino un día al estudio. Me vio con Nacho Mastretta de productor, y con cuatro músicos, y se pilló el lote: su primer disco lo produjo Nacho y también eligió a la banda de mi disco. El segundo disco se lo propuso a Nacho de nuevo, pero Nacho tenía otra producción y me dijo que me encargase yo, y me quedé con el puesto.

Y desde entonces habéis estrechado lazos.
Sí, hemos hecho muchos conciertos los dos solos, hemos tenido una historia muy intensa. Nos ha pasado de todo, lo hemos pasado mal, nos han robado, ¡yo le he comprado calzoncillos! Con Josele y Nacho me han pasado muchas cosas. Un día con Nacho empezó a arder nuestro avión…

¡¿Ardió vuestro avión?!
Sí, empezó a arder un avión, íbamos muchos, Fernando Martín iba muerto de miedo en el ala que iba ardiendo. Javier Lorbada, Galindo de Fundación Autor… Fue como volver a nacer.

Volviendo a Josele, ¿qué es lo que más te impresiona de él, musicalmente?
Me machacan las letras, porque me voy haciendo viejo y leo más poesía, creo que es un poeta. Le he dicho que escriba un libro, pero él dice que prefiere canciones, que lo que le gusta es tocar. Y encima de un escenario, su voz. Pasa como con Bebe, Iván Ferreiro… A mí me emocionan tanto que si hay que ir gratis, se va gratis, pero que no lo sepan para que no se lo crean.

¿Sigues conservando intacta la capacidad de emocionarte?
Cada vez me emociono más, y cada día suelto más. Son artistas que me dejan camino libre. Con Bebe me hago un solo de siete minutos, estoy cuatro minutos, la miro, y me dice con la cabeza que tire. Con ella acabo agotadísimo, acabamos por el suelo, el otro día nos dimos un morreo, y otro día acabé taconeando. Subir al escenario es el rollo de torero, de darlo todo. Pongo muchas caras, soy muy expresivo. Y en los ensayos con Josele, él se pone a berrear a la primera, se pone a cien aunque sea solo para fijarnos en una guitarra. Es gente que no concibe la música de otra forma. Hay veces que no ensayamos otra toma de una canción porque lo sienten tanto que son incapaces de volver a contar algo con esa intensidad. El arte es una cuestión de emoción.

¿Te sale mucho trabajo post concierto?
Depende. Eres un poco reina por un día. El otro día presentamos la gira de Bebe en Joy Eslava, y parece ser que quedé muy bien, pero luego no tiene que ver con tu vida real, es un momento determinado. Lo traduces como misión cumplida. Una vez vino un tío y me dijo que era el segundo mejor guitarrista del mundo y se fue. ¿Quién será el primero? Ese seguro que era un fan de Jimi Hendrix, pero flipó ese día. Se dicen cosas absurdas, como que soy el mejor guitarrista de España. Dan ganas de preguntar si conocen a Paco de Lucía, ¡por decir uno!

Acompañas a Bebe, Iván Ferreiro, Josele Santiago… ¿Sientes mucho peso en el escenario, o ellos centran todas las miradas?
Dependiendo de la situación, tienes más o menos peso, pero tienes que saber cuál es tu papel: defender al artista con el que estás trabajando. Él tiene que sentirse cómodo, tú eres una piececilla. Él podría cantar solo, pero tú tienes que dar el nivel que te toca.

Sí que es imprescindible una confianza mutua: tú tienes que confiar en el artista, pero él también tiene que confiar en ti.
Yo trabajo con gente que me tiene en muy buena consideración, que me consulta cosas…

Compones con Iván y Amaro Ferreiro, ¿no?
Sí, Iván y Amaro son un equipo increíble, lo que pasa es que en cuestiones de armonía yo tengo más conocimiento. En «Picnic extraterrestre» me enseñaban una idea, les proponía cosas y lo llevábamos por otro sitio. Trabajábamos muy a gusto los tres. A Iván todo el mundo le reconoce el valor que tiene, pero Amaro está en la sombra y es fundamental.

¿Cómo empezó todo?
Coincidimos en un programa, preparamos una canción y les gustó trabajar conmigo. Un día le encargaron a Iván una canción para Xabarin y me pidió que la produjera yo, como yo quisiese. Tenía un presupuesto bueno, Iván es de los que siempre están consiguiendo presupuestos para que los músicos cobren. Me dejó hacer lo que me dio la gana y nos entendimos muy bien. Tuve un lío con Amaro, porque estuvimos preparándolo todo y él no pudo venir al estudio esa semana, así que tuve que bajar su guitarra, y lo entendió, es un tipo muy deportivo.

Ahora eres su bajista.
Cuando fueron a grabar «Mentiroso mentiroso» estuvo buscando bajista durante un tiempo y no lo encontraba. Él quería alguien con el que se entendiese bien, y le dije que buscase bajista, pero que si no encontraba a nadie se lo grababa yo. A un mes de entrar a grabar, volvió a llamarme y me preguntó si mi propuesta seguía en pie. Yo tenía lío con Josele, así fallé el primer día de grabación, pero el resto estuve ahí. Le pedí a Suso Saiz [el productor] que me enviase la música, porque no me conocía bien las canciones, pero él me dijo que no, que quería registrar la impronta en el estudio. La grabación fue muy bien, y al terminar Iván me preguntó si me quedaba con ellos. Yo le dije que tenía compromisos con Mastretta y Josele, pero él me dijo que si un día no podía ir, iba Suso. Con Iván hice planes de seis meses, en verano me propuso seguir hasta Navidad, y así hemos seguido. Cuando empecé con Bebe, que fue posterior, puse a su disposición mi puesto de trabajo. Yo quería seguir, pero necesitar sustituto para ocho conciertos a lo mejor era demasiado, y era mejor que los hiciera todos el sustituto. Pero él me dijo que siguiéramos como hasta entonces. Y así hemos seguido.

Así que ahora mismo acompañas fundamentalmente a Bebe y a Iván Ferreiro…
Sí. Josele y yo hemos quedado en hablar después de verano, nos echamos de menos pero él está con Los Enemigos, y ahora no coincidimos.

¿Vas a retomar tu música en solitario?
Sí, estoy rumiando el segundo, lo tendré que sacar yo, y lo quiero hacer con otro guitarrista. Estoy dándole vueltas. Yo soy muy fan de Nono García, guitarrista de flamenco, y Tito Alcedo, tocan juntos y son increíbles. El otro día fui a ver a Nono al Café Central y quedamos en hacer algo en Cádiz. Quiero hacer un disco, y me encantaría hacerlo con esta gente. Me llaman mucho los flamencos, he tocado con Raimundo [Amador] también.

¿En qué fase está?
Está compuestísimo, yo voy haciendo música poco a poco.

Iván Ferreiro nos ha dicho que le has hecho creer en la música…
Esas cosas son recíprocas, pero es un exagerado, porque Iván es pasión absoluta por la música. Tengo mucha suerte con ellos, cubren terrenos muy diferentes. En el fondo son mis jefes, pero es como tener familia numerosa, me llaman, incluso, tío Pablo. He comido en casa de todos, he hablado de cosas íntimas con todos… Y me he peleado con todos.

Si os habéis peleado, entonces sí que sois amigos. Terminamos: estás en Madrid de paso, ¿vuelves por aquí al concierto de Iván en La Riviera (23 de marzo)?
No, porque ahora me voy con Bebe a América. Me da mucha rabia perdérmelo, porque Iván en Madrid es espectacular.

Artículos relacionados