Músicos en la sombra: Marcelo Fuentes, el bajista que teloneó e impresionó a Sinatra

Autor:

“La gira que rozó la perfección fue la de Duncan Dhu, del disco ‘Piedras’, en el 94. Fue todo perfecto, absolutamente todo: la onda entre nosotros, cómo sonaba eso…”

 

Duncan Dhu, Joaquín Sabina, Aute, Ketama, Javier Ruibal… y producciones al lado de Paco Trinidad y Carlos Narea. Ahora musicales. El recorrido musical del bajista argentino Marcelo Fuentes es impresionante. Arancha Moreno lo entrevista.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

Del blues al flamenco, de ahí a las grandes giras, canciones de autor, pop y rock. Y de ahí, a los musicales. Al bajista argentino Marcelo Fuentes le contemplan cuatrocientas grabaciones, desde Joaquín Sabina a Pedro Guerra, y cientos de noches de directos: con Luis Eduardo Aute, Jorge Drexler, Duncan Dhu, Ketama, Pepe Habichuela… Y dos actuaciones en las que compartió escenario con el mismísimo Frank Sinatra, cuando formaba parte de la banda de Tomatito. Pero la vida le cambió cuando conoció a Javier Ruibal: le devolvió la ilusión de un mundillo que empezaba a quemarle. Hoy día, Marcelo Fuentes trabaja coordinando a los músicos en «Más de cien mentiras», el musical basado en la discografía de Sabina que inaugura estos días su segunda temporada en el Teatro Rialto de Madrid. Nos invita a pasear entre sus butacas, y desde allí nos asomamos a un ensayo matutino de los músicos, en pleno decorado tabernesco, “de putas y ladrones”, como bromea Marcelo. Salimos por la puerta de atrás, y cigarro en mano, de espaldas a la Gran Vía madrileña, recorre con la mente los estudios, los discos, los compañeros y las experiencias que ha vivido en las últimas tres décadas.

Vamos a hacer un recorrido por tu carrera musical, y nos paramos en las estaciones más importantes, ¿te parece?
Tendríamos que dividirlo en tres momentos. El primer momento es cuando llego a Madrid y quiero tocar blues.

¿No tocabas el bajo cuando vivías en Buenos Aires?
Sí, yo venía de tocar con mis bandas en Argentina, pero no tenía ninguna intención de ser músico profesional. En los setenta tenía 18 años, trabajaba en una fábrica de metalurgia y tenía mi banda de rhythm and blues. Me fui de Argentina porque no se podía vivir ahí, y no por el dinero precisamente. Vine a Europa a tocar, aunque no pensaba dedicarme profesionalmente a la música, ni siquiera me importaba el bajo. Luego la realidad te da en la cara y acabé tocando el bajo, con Moris, en una plaza de toros. Yo trataba de sobrevivir, tenía 21 años y a veces no tenía ni para pagarme un café. Estuve tres años así, hasta que toqué con Charol, un grupo de los ochenta, y después empecé a tocar con una banda que había formado Javier Vargas, RH Positivo, con tipos que ya estaban formados musicalmente, en primera. Llegué con el bajo y decidí seguir con ello.

¿Qué pasó con esa banda?
Grabaron un disco, el bajo lo grabó Manolo Aguilar, que grababa todo en esa época, yo he sacado montones de líneas que grababa él para poder tocarlas. Nunca había grabado en mi vida, así que quise ir al estudio a ver cómo lo hacían para aprender. El productor era Alain Milhaud, el mismo que produjo el ‘Black is black’ de Los Bravos. Ahí me di cuenta de que me iba a tocar ser bajista, no sabía por qué pero me llamaban para tocar el bajo. Cambié de onda y dejé las bandas para ser un mercenario. Y ahí empieza la etapa más dura, la batalla hasta llegar a esos curros.

¿Qué pasó en esa batalla?
Estaba un poco quemado de la música. Hubo un momento clave para mí, en el año 86, cuando descubrí a Javier Ruibal. Fui a verle tocar con un cantautor de Granada, Raúl Alcover. Me senté y oí un tema de Ruibal del primer disco. Se me abrió una ventana y dije “Esto es lo que hay que hacer acá”. Yo no sabía nada de flamenco, pero le dije que si algún día no había más bajistas en el mundo, que me llamara. Y a los quince días me llevó a tocar a Marruecos, tuve mucha suerte. A partir de ahí entré con Gerardo Núñez en el mundo del flamenco. Me di cuenta de que podía ser profesional pero tocando esa onda, que era como el blues, pero de aquí.

Así que en esa segunda etapa te decantaste por la música de raíces, pero esta vez española.
Pasaron unos años, la economía no levantaba cabeza, y en el 92 llegó la tercera etapa: me fui a tocar con Aute. Empecé a hacer giras muy grandes, y volví a tocar con Ketama, con los que estuve antes del éxito brutal y después… Y empecé a ganar pasta. Soy un mercenario, pero cierro los ojos cuando toco. Trato de disfrutar de lo que toco, hay cosas que no haría ni por dinero. No me preocupa el estilo, me preocupa que esté bien hecho. Cuando está mal hecho no lo soporto.

¿Lo rechazas?
Sí, si no me gusta cómo suena me voy, no lo aguanto.

Por la gente con la que has tocado o grabado, yo también dividía tu carrera en tres momentos, pero estilísticos: la etapa flamenca, con Ketama, Vicente Amigo, Tomatito, etc; la etapa de cantautores, con Aute, Ismael Serrano… Y luego el rock.
Empecé con el flamenco porque quise. El tipo que lo hacía todo era Carlos Benavent, la referencia era brutal y me tuve que poner las pilas. Empecé a trabajar con DRO, en el 87 empecé a grabar sin parar con Paco Trinidad. Grabé con Kevin Ayers, y él vino a verme tocar con Javier Ruibal. Cuando terminó el concierto, me dio las gracias y me dijo “Gracias por hacerme ver esto”. Ruibal no es flamenco, pero él me abrió la puerta a lo otro, y fue increíble para mí. Lo de Ruibal no tiene nombre.

Javier Ruibal te devolvió esa ilusión quemada, entonces.
No entiendo cómo no es más famoso. Yo no conozco a nadie que no le guste. Yo he ido a Francia, le he puesto «Cuerpo celeste» a un músico de jazz francés y el tipo flipaba.

Háblame de la etapa flamenca.
Trabajé mucho con Ketama. Recuerdo que teloneamos a Prince, pasaba mucho eso. A Elton John también le teloneé. Trabajando con Tomatito teloneamos a Frank Sinatra.

¿Frank Sinatra? ¡Cuenta!
Lo de Sinatra fue en Barcelona, en el 91 o 92, tocamos en el Palau Sant Jordi. El hombre estaba en el backstage, haciendo un seguimiento de nuestro concierto. El manager vino y nos contó que Sinatra dijo: “Molan estos tíos, que vengan mañana a La Coruña”. Solo íbamos a hacer ese concierto, pero nos llevó a Coruña. Yo estaba tocando con Tomatito, Juan Carmona, Antonio Carmona… Y la orquesta de Sinatra, que eran monstruos, nos miraban flipando. Flipaban con nuestra música. Fue increíble. En el mundo del flamenco toqué con Gerardo Núñez, grabé con Vicente Amigo, pero tengo especial orgullo de haber tocado con Pepe Habichuela. Los otros eran más modernos, pero Pepe es muy flamenco. Terminé tocando con él en un barrio de Buenos Aires.

Tocando flamenco, ¿había más músicos de fuera?
Con Ketama tocaba un pianista uruguayo, Andrés Vedó. En esa época no era tan fácil encontrar un tipo que hiciera eso. Yo llegué porque no había más, tenían que conformarse con lo que había [risas]. Todos los discos de flamenco los grababa Carlos Benavent. Del 86 al 92 hice mucho flamenco. Después lo dejé, tenía que ganar pasta y en realidad yo era músico de rock. Llegó la etapa de las grandes giras: Ketama, Duncan Dhu, Drexler…

«Para mí estar en la sombra un absoluto privilegio. A mí lo único que me gustaría tener de un tipo ultrafamoso es la pasta. Viajar en metro y que nadie sepa quién soy es cojonudo.

 

De todas esas grandes giras, ¿cuál fue la mejor que has vivido?
Para mí, la que rozó la perfección fue la de Duncan Dhu, del disco «Piedras», en el 94. Fue todo perfecto, absolutamente todo: la onda entre nosotros, cómo sonaba eso… El equipo técnico era tan brutal que hicimos tres pruebas de sonido y nada más, bajábamos de la furgoneta y al escenario. Siempre estaba todo bien. Las de Pedro Guerra estuvieron bien, y las de Jorge Drexler eran muy emocionantes. Nunca era la misma formación, adaptábamos todo sobre la marcha. Fue la de «Eco», antes de ganar el Oscar. Y en la última etapa me metí a descansar en el teatro.

¿Cambiaste los escenarios de rock por los musicales?
En realidad cambié la locura de la incertidumbre por la rutina, para ver qué se sentía. Un descanso mental increíble, leí mucho y me puse a estudiar de nuevo. Cuando estás con estilos que tienes controlados, los mecanizas tanto que vas hacia atrás sin darte cuenta. Dejé de tocar el bajo sin trastes dos años, y cuando volví a hacerlo para un disco de Pedro Guerra, sentí que nunca volví a afinar igual que antes.

¿En qué musicales has trabajado?
Me llamaron para el musical «Hoy no me puedo levantar», y estuve allí hasta que me llamó Pedro Guerra. Después me ofrecieron llevar también a los músicos en el musical «Más de cien mentiras». Lo mío aquí es de organización de gente, no tiene que ver con la música, el director es Daniel García. Yo planteo la manera en que ellos funcionan, soy como un coordinador de músicos. Ahora mismo no me estoy ganando la vida tocando, si me llama alguien voy, pero ahora quiero disfrutar de lo que era la música para mí cuando era adolescente. Estoy intentando montar cosas que me apetezca tocar.

¿Ha cambiado tu forma de sentir la música?
Uno está en una batalla, y hay una competición. Muchas veces te pierdes lo bueno que te está pasando ahí. Ahora miro cosas que hice y pienso que me perdí lo bonito, quizá por algún problema, porque estaba enfadado aquel día… Si pudiera repetir todo no vería ningún problema.

Me has hablado de tu mejor gira…
Sí, ¿quieres saber la peor? [Risas.]

Si la tienes, sí.
Sí, por supuesto. La peor fue una con Kevin Ayers por Europa. Veinticinco días tocando y durmiendo en un autobús. Tuve que amenazar a los managers para que me pagaran, me di cuenta de que me iban a mandar a España y no me iban a pagar. Casi hubo violencia física. Me dejaron a deber cien libras. No fue con un manager, fue con un productor. Fue terrible.

¿Hay mucha inseguridad a la hora de cobrar vuestros trabajos?
Sí, ¿pero quieres que te diga una cosa? Para lo poco que se firma aquí, este es un negocio muy honrado.

¿Cuántas grabaciones tienes a tus espaldas? Si es que llevas la cuenta aproximada…
Creo que son cuatrocientas. Las apuntaba hasta la número 92, pero esa fue en 1991. Luego descendí el nivel de grabaciones casi a la nada, pero recuerdo que hubo tres años que me pulí cien discos. Me acuerdo que grababa todo el día una banda, y luego me quedaba por la noche a grabar con otra. Trabajaba mucho con GASA, Grabaciones Accidentales.

¿Con qué productores has trabajado más?
Con Paco Trinidad y Carlos Narea muchísimo, Colin Fairley, un productor con el que hice Hombres G y Kevin Ayers, gran tipo; con Gonzalo Las Heras, Tito Dávila, Carlos Jean, Juan Ignacio Cuadrado, Paco Ortega… ¡Qué bochorno, me da miedo que se me olviden! Con Pancho Varona, Alejo Stivel… Un montón.

Así que después del primer centenar perdiste la lista con precisión. Si tuvieras que reconstruir tu trabajo a través de los créditos de los discos, ¿podrías hacerlo? ¿O hay muchos en los que no figura tu nombre?
Muchísimos, sobre todo en los años ochenta. Muchas bandas no grababan, hice muchas grabaciones en las que no salgo, pero no me preocupa. Me preocupa que el que me llama me conozca, que no me conozca el del bar de la esquina me da igual. Yo he tocado con gente muy famosa, no sé si la pérdida de la intimidad está pagada. Yo no podría soportarlo, sería un borde. No te puedes imaginar la paciencia que tienen Hombres G, Mikel Erentxun…

Así que es un privilegio estar en la sombra.
Para mí es un absoluto privilegio. A mí lo único que me gustaría tener de un tipo ultrafamoso es la pasta. Viajar en metro y que nadie sepa quién soy es cojonudo.

¿Te imaginabas que llegarías hasta aquí?
Yo qué sé, no tenía más remedio, tenía que hacer algo, porque estaba solo y tenía que comer. Con 16 años quieres tener una banda como los Rolling Stones, pero después es necesidad. En realidad no se llega a ningún lado. Bueno, llegué a tocar con Ruibal, tuve la suerte, ese es un deseo que conseguí. Tengo muchos otros que no conseguí. Para mí la vida es un cambio constante. Respeto al que tiene metas, pero eso me da igual, si tuviera que pensar de otra manera me angustiaría. Lo mejor es no tener deseos y disfrutar de la vida. Luego está la vida real: si tengo que tocar con el Fary, toco con el Fary, como cualquier tipo.

Tú has vivido etapas muy boyantes de la música, un pasado que no parece que vaya a repetirse.
Fue la gloria, una locura. Yo imaginaba hasta donde podía caer todo, pero hemos superado lo que yo esperaba, no imaginaba que esto iba a estar tan mal. Me voy a ir a vivir al campo, así que me da igual, pero lo que me duele es que aquí hay chicos tocando que son buenísimos, que tienen bastante más preparación que los de mi generación y no van ni a rozar lo que yo viví. Eso me da pena, no van a vivir lo que es subir a un escenario enorme, con buen sonido, ni van a vivir bien de eso. No creo que esto cambie mucho.

¿Crees que ya has hecho todo lo que querías hacer?
No, pero ya no me hace falta. Si no tuviera el trabajo que tengo ahora, seguiría, pero si no lo hago nunca más no lo voy a echar de menos. Lo que sí voy a seguir haciendo es tocar, pero eso lo puedo hacer en un asado con mis amigos. La profesión de músico está bien, pero son un montón de circunstancias. Viajé mucho, conocí culturas diferentes… Con Ketama estuvimos tocando ‘Vente pa’ Madrid’ con Noa, un cantante libanés, judíos y musulmanes cantando en un mismo escenario… O tocar con Tomatito en Francia. Son experiencias alucinantes, muchas veces más que lo que estás tocando. No lo ví siempre así, lo veo ahora.

Ahora trabajas en el musical «Más de cien mentiras», y tú trabajaste con Joaquín Sabina, ¿qué hiciste con él?
Con Sabina grabé el disco «19 días y 500 noches». Grabé un disco entero de Sabina y en otro grabé dos temas, éramos como veinte bajistas. Este musical lo montó la productora con la que yo trabajo, no tiene que ver con Joaquín. A Sabina le conocí porque era muy amigo de Ruibal, cuando venía de Cádiz Ruibal se quedaba en su casa de Santa Isabel, de ahí le conozco.

¿Con qué músico has compartido más grabaciones?
Con Osvi Grecco, Vicente Climent, Tito Dávila, Juan Carlos Melián, Pedro Barceló, Marcelo Novatti… Creo que con el batería que más he tocado es Vicente Climent, le conozco desde el 83 y hemos tocado mucho juntos. Y con Carlos Narea con el que más discos grabé. Cuando encuentras algo que te funciona, mejor quedarse en el molde.

¿Próximos proyectos?
Tengo un proyecto con un cantante, Mikel Fernández, una banda de versiones de Deep Purple. El tipo es actor pero canta que flipas. También quiero armar algunas cosas con una cantante de soul, y si hay alguna sustitución de mis amigos bajistas, lo haré. No siento presión de ningún tipo, así que me lo paso muy bien. Ahora he cogido otra vez la guitarra y estoy disfrutando. Voy a tocar el bajo hasta que no pueda más.

Anterior entrega de Músicos en la sombra: Pablo Serrano, batería de Ariel Rot, Quique González y Russian Red.

Artículos relacionados