«Coque Malla es un gran amigo y un gran artista. Todo lo que he hecho con él musicalmente lo he disfrutado muchísimo, sobre todo porque siempre me sentí muy valorada por él, musicalmente»
Es una de las escasas mujeres de la escena rock que toca el bajo. Laura Gómez Palma, antes de llegar a Madrid, en Argentina formó parte del grupo Man Ray. Aquí ha sido bajista de Amaral, Coque Malla y Loquillo. Además, escribe poesía. Arancha Moreno conversa con ella.
Una sección de ARANCHA MORENO
Fotos: THOMAS CANET (color) y CLAUDIO CASAS (blanco y negro).
Cuando llegó de Buenos Aires, y se subió a los escenarios madrileños la gente la miraba con curiosidad. A finales de los noventa extrañaba ver a una mujer tocando el bajo en una gira. A día de hoy, sigue sin haber demasiadas bajistas femeninas en el rock, pero una de las primeras que nos vienen a la mente es Laura Gómez Palma. Ha colaborado con Coque Malla casi desde que llegó a España, aunque su primer trabajo fue tocar con Amaral. Y ha sido, durante cinco años, la bajista de Loquillo. Ahora, Laura continúa estudiando el contrabajo, y a la espera de algún proyecto musical interesante. Mientras, se dedica con más intensidad a su otra faceta: ha publicado un libro de poesía, tiene otro terminado en el cajón y colabora desde España con una editorial argentina. Así nos lo cuenta un martes a mediodía en el Café Comercial, donde descubrimos rápidamente dos cosas: una, que es una mujer muy natural y cercana; la otra, que es la voz –dulce– del cuento incluido en el tema ‘Lo intenta’, del último disco de Coque Malla.
Tu punto de partida es Buenos Aires, tu ciudad natal. ¿Cuándo empezaste a tocar el bajo?
A los catorce años, con mis primeras clases, y después con mis primeros grupitos. En el 87 empecé a formar parte de Man Ray, un grupo pop que se hizo muy conocido. En el 88 grabamos el primer disco de Man Ray, con la producción de Andrés Calamaro. Le tengo especial cariño a ese disco porque fue el primero que grabé en mi vida, y cumplí los dieciocho años en el estudio. Luego me aparté de Man Ray, toqué con varios artistas y formé parte de otros grupos. Toqué con un pianista que se llamaba Juan del Barrio, en un grupo que tenía en esa época, toqué con Fabián Gallardo, un cantante de Rosario, y con Sueter, grupo con el que toqué los años anteriores a mi llegada a España.
¿Te movías entre el pop y el rock?
Sí, y un poco de todo. También tuve un grupo que se llamaba Las Chicas, un grupo muy divertido y muy rockero, a primeros de los 90.
¿Por qué decides venir a España?
No estaría muy contenta con mi situación allá, aunque trabajaba y tocaba. Vino para acá un amigo mío, Marcelo Novati, y me hablaba maravillas de Madrid. Se ve que él intuyó que no estaba muy bien allí, porque antes de irse me dijo que cuando quisiera venir, tenía las puertas abiertas. Se fue, y a los dos meses le llamé, le pregunté si la invitación seguía en pie, y vine. Me encantó, y me fui quedando. Fueron surgiendo trabajos, lo primero que hice fue con un cantante de rhythm and blues, Edu. Después conocí a Josu García en el estudio de Alejo Stivel, y al año siguiente Amaral le pidió a Josu que les montase la banda, y él nos llamó a mí y a Daniel Parra.
Así que fuiste la primera bajista oficial de la banda de Amaral.
Sí, formamos parte de la primera banda de Amaral, con la que presentaron su primer disco en directo. Era una banda poco conocida. Eva era una artista tremenda, tenía un carisma tremendo, se notaba que podía llegar lejos. También tuvieron mucha suerte con la compañía discográfica, les apoyó mucho en el primer disco, algo impensable hoy. Ese disco tuvo cinco o seis singles, y el último, ‘Tardes’, no les había gustado como había quedado en el disco, así que pidieron grabarlo de nuevo. Fuimos a un estudio, grabamos una versión completamente diferente y esa fue la que salió en las radios. En esa época ya era extraño que un primer disco de un artista tuviese tanto apoyo de la discográfica.
¿Qué panorama te encontraste al venir a España? Me refiero a las diferencias de estilos, bandas, interés por la música…
Noté algunas diferencias. No quiero caer en eso de que el argentino habla maravillas de su país, si no no estaría aquí, evidentemente. Pero en Argentina hay una tradición de rock que data de los 60, hay un trabajo de las letras muy diferente a lo que pasaba aquí en los 60 y 70. No sé si mejor o peor, pero me pareció muy diferente lo que se consideraba rock aquí. En España no conocían el rock argentino y los argentinos no conocíamos el rock español, salvo excepciones. Lo que me llamó mucho la atención es que todo el mundo se sorprendía mucho al ver a una chica tocando el bajo, me parecía marciano. No es una cosa masiva, pero yo tenía muchas amigas que eran músicos en Buenos Aires, y acompañaban a artistas muy conocidos.
Tal vez porque en España no hay muchas bajistas, ni antes ni ahora.
Luego tuve oportunidad de conocer algunas, las hay, pero no suelen tocar de forma visible, con artistas conocidos. En las orquestas sí hay muchas mujeres, pero en el rock parece que costaba aceptar la figura femenina. Espero que haya cambiado ya.
Hablando de orquestas, ¿has pasado del bajo al contrabajo?
Sí, me ha dado como nos da a casi todos los bajistas. Era una deuda pendiente que tenía con mi vida musical, porque me parece un instrumento maravilloso. Me animé hace más de diez años, empecé a estudiar con un gran profesor de clásico, y estudié la técnica clásica, que es lo mejor. No lo estudié para tocar música clásica, sino para tener una buena técnica para luego tocar lo que quisiera. He hecho giras y cosas de teatro con el contrabajo, otras con bajo y contrabajo, y en uno de los discos de Coque Malla grabé un tema con el contrabajo, en uno de los discos de Loquillo también.
¿A qué lugar no llega el bajo, y sí lo hace el contrabajo?
No es que llegue a un lugar diferente, es el sonido que tiene. La madera, la profundidad del sonido, esa caja de resonancia pegada a tu cuerpo da otra sensación. Me gusta mucho el sonido acústico en los instrumentos, y con el bajo no puede ser.
Volviendo a tus comienzos españoles, estábamos a finales de los 90. Después de Amaral, ¿qué otros proyectos surgen?
El siguiente que perduró fue con Coque Malla. Él había grabado su primer disco en solitario, «Soy un astronauta más», y tenía que armar la banda para tocar en directo. A Coque le había conocido un tiempo antes, nos habíamos hecho muy amigotes, salíamos de marcha por ahí. Me llamó para tocar el bajo, y hasta el día de hoy de una manera u otra he colaborado con él. Es un gran amigo y un gran artista. Todo lo que he hecho con él musicalmente lo he disfrutado muchísimo, sobre todo porque siempre me sentí muy valorada por él, musicalmente. Lamentablemente, el último tiempo tuve que apartarme porque tenía otra historia que me llevaba más tiempo.
Como bajista, ¿qué giras y discos has compartido con él?
La gira de «Soy un astronauta más», grabamos un libro-disco que se llamaba «Sueños», grabé «La hora de los gigantes»… Y en «Termonuclear» la idea era que Nico Nieto, su guitarrista y productor del disco, grabase los bajos, y Coque me pidió que grabase un par de canciones, pero no pude hacer coincidir la fecha de grabación que él tenía en Gandía con la gira que yo estaba haciendo con Loquillo. Mi colaboración en ese disco fue la lectura de un cuento de Coque que forma parte del tema ‘Lo intenta’.
¿Cómo has vivido la evolución de Coque, en estos años?
Coque ya encontró una identidad muy fuerte, sin alejarse para nada de sus inicios más rockeros y stonianos, pero con una profundidad en la composición y en la interpretación. Hoy por hoy, Coque se planta solo con la guitarra en un escenario y hace un concierto impresionante.
¿Cómo es trabajar con él?
Tiene un trato muy bueno, valora mucho a los músicos con los que trabaja, y yo valoro mucho a un artista que es a la vez su propio director musical. Cuando prepara un directo está a todos los detalles. Eso me parece muy importante, lo transforma en un artista completo, sobre todo en el rock. Toca, canta y está involucrado en todo lo que está pasando. Prepara todo desde el día uno de los ensayos, sabe lo que quiere pero está abierto a opiniones.
Ha sido, por tanto, una persona importante en tu carrera musical.
Sí. En el 2006 me fui a vivir a Argentina, un año semi-sabático, echaba de menos a la familia… Descubrí que la imaginación genera ficciones que a veces no tienen nada que ver con la realidad. Cuando estuve allí vino Coque de visita, nunca había estado, y armamos una banda para presentarlo en Buenos Aires. Hicimos un concierto ahí y él también lo disfrutó muchísimo. A lo largo de estos años es la persona con la que más vinculada he estado.
«Estoy estudiando el contrabajo, grabando con amigos y grabando mis cosas. La música está, pero no encima del escenario. Estoy más abocada a la escritura»
En la última década, al margen de Coque, ¿enlazabas otros proyectos?
Aunque parezca ciencia ficción, hasta hace pocos años todos los artistas nuevos que lanzaba una compañía hacían una gira de promoción pagada por su discográfica. Sacaban un disco y la compañía discográfica organizaba una gira de promoción por las grandes ciudades, y yo hice varias en invierno. También hice cosas con teatro: una producción del padre de Coque, Gerardo Malla, «El hombrecito», donde tocaba el bajo y el contrabajo; «El fin de los sueños», de la compañía Animalario, que llevaba música de Miguel Malla y yo tocaba el contrabajo y en «El otro lado de la cama» tocaba el bajo también.
Y luego llegó Loquillo. ¿Cómo surgió?
Yo estaba en Buenos Aires, y en uno de mis viajes a España, cuando ya había decidido volver en unos meses, me llamó Jaime Stinus para ofrecerme formar parte de la banda de Loquillo. Volví a Argentina, recogí todo, perra, gata, petates y volví. Empecé a tocar con él en el 2007.
¿Qué conocías de Loquillo entonces?
Poco y nada, un par de canciones sueltas. Sabía quién era, por supuesto, pero nunca le había visto en directo, y nunca me había acercado a su música. Hasta ese momento me había vinculado casi siempre a músicos de Madrid, y ninguno de ellos vivía aquí, así que los conocí al entrar a tocar.
¿La banda era completamente nueva?
Fue la primera banda después de los Trogloditas. Guille [Martín] había fallecido el año anterior. En la última etapa de Trogloditas ya participaban Jaime Stinus e Igor Paskual. Al irse Simón, el último integrante de Trogloditas, empezó de cero. El batería, Laurent Castganet había entrado un año antes, cuando se fue Toni Jurado y Cuti estaba en los teclados.
¿Cómo fue tu incorporación?
Hablé con Jaime y nos pusimos de acuerdo en todo por teléfono, y empecé a sacarme las canciones y estudiarme el repertorio en Buenos Aires. Ellos ya estaban en gira, yo me incorporé justo después de que hicieran de teloneros de los Rolling Stones. Fue una etapa muy interesante y muy intensa, y muy divertida en algún punto. Participé en la grabación de «Balmoral», también en algunas canciones que se grabaron para el recopilatorio del treinta aniversario, y luego muchos directos. El primer año fue muy lindo, porque hice parte de la gira en España y luego fuimos a tocar a Buenos Aires y a Montevideo, él no había ido nunca, y para mí fue una gran suerte. Era la primera vez que viajaba allá con un músico español. A partir de entonces íbamos siempre, un año también tocamos en Lima. Descubrí que Loquillo también era muy conocido allí, hay mucha gente que le sigue como artista de culto, como a Bunbury.
¿Cómo es trabajar con la banda de Loquillo?
Estuve cinco giras con él y tengo los mejores recuerdos. El Loco no participa demasiado de la creación musical, tiene un director musical, que es Jaime Stinus, y los ensayos parten con la banda, él se acopla al final. En las giras, él viaja por su cuenta, y como cada músico vive en una parte de España, la convivencia se hacía al llegar a la ciudad: ensayos, pruebas de sonido, conciertos, comidas y cenas. Los viajes los hacía sola, salvo los dos últimos, que entró Santi Comet a los teclados, y los dos viajábamos desde Madrid. La convivencia era buen rollo. Con el Loco, musicalmente fácil, confía plenamente en lo que su director musical pedía, y él se entregaba a eso.
¿Había complicidad en el escenario?
Sí, mucha. El último año que estuve había cierto desgaste general, o eso es lo que percibía yo, pero cuando subíamos al escenario estábamos plenos. Eran conciertos largos, intensos, pero los disfruté todo, lo dábamos todo.
Dejaste de girar con el Loco, ¿qué ha venido después?
Dejé de girar en 2011, no tuve ninguna propuesta demasiado interesante. Es un año extraño y yo me lo estoy tomando con calma, estoy aprovechando para hacer cosas que no puedes hacer en gira. Estoy estudiando el contrabajo, grabando con amigos y grabando mis cosas. La música está, pero no encima del escenario. Estoy más abocada a la escritura, publiqué un libro nuevo el año pasado [«Fin de gira»]. Tuve una etapa de mucha producción poética, tengo otro libro terminado que no sé si publicaré. Estoy colaborando con una editorial argentina, Huesos de Jibia, especializada en poesía y con perspectivas de hacer narrativa. Colaboro en la edición y corrección de los libros, llevo el blog de la editorial, es una cosa que me entusiasma. Estoy dándoles un empujón desde aquí, me interesa la distribución de los libros. Tengo una vida un poco variada, también tengo caballos y estoy con ellos de arriba abajo. Me quitan el dinero, viven de mí, ¡son mascotas caras!
De alguna manera, poesía y música están muy vinculadas.
Sí, yo escribo desde la adolescencia, pero nunca me atreví a enseñarle a nadie lo que escribí. He hecho letras de canciones, y canciones también. Pero me gusta más lo que escribo en papel, me siento más identificada.
¿Tienes idea de lo que vas a hacer próximamente?
Lo próximo es una colaboración con Coque, ¡pero no puedo contarlo! Musicalmente no tengo nada inmediato. Estoy muy metida con la editorial, pero quiero seguir tocando.
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