Músicos en la sombra: Edu Ortega, tocando las cuerdas de Quique González

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“Le estoy muy agradecido a Enrique Urquijo por todo lo que me enseñó. Era un tipo muy generoso y muy buena persona, con una sensibilidad increíble”

 

En estos momentos, Edu Ortega es parte de la banda de Quique González, con el que ya tocó en el pasado. También estuvo con Enrique Urquijo y ha colaborado con Miguel Ríos y M Clan.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

Había violines en su casa desde bebé y música rodeándole por todos lados. Edu Ortega creció con la música dentro, y decidió seguir el mismo camino que su madre y hacerse violinista, aunque adentrándose en otros terrenos al margen de lo clásico. Sus violines estuvieron presentes en la última gira de Enrique Urquijo y Los Problemas, acompañaron durante seis años a Quique González y ahora vuelven a hacerlo en su nueva gira, ‘Delantera mítica’. Vuelve al rock, del que nunca quiere irse, armado también de mandolina, guitarra acústica y eléctrica. Más armas y más recorrido para un músico inquieto, que ha girado por todo el mundo con el espectáculo «Pagagnini», que ha grabado con M Clan o Miguel Ríos, y que encabeza la generación de cuerdas que se aventuraron en el rock para quedarse. Un músico virtuoso y humilde, que defiende como accidental un mérito que se ha ganado a pulso. Nos recibe en la sala La Riviera, horas antes del segundo concierto de Quique González en Madrid.

 

Tengo entendido que los violines llegaron a tu casa antes que tú.
Sí, es algo que me ha acompañado desde pequeñito. Recuerdo cuando jugaba en la mesa de arquitecto de mi padre, y escuchaba el violín de mi madre de fondo. Mi padre no se dedica a la música, pero siempre ha cantado y tocado la guitarra. Siempre ha habido un violín y una guitarra en casa, y discos. Mi tía toca la viola en la Orquesta Nacional, y otra tía toca el violonchelo. Los instrumentos de cuerda siempre han sonado en casa.

 

Has tenido los instrumentos muy a mano, entonces.
A mi madre le pedí un violín con seis años. Nunca me ha impuesto nada, ha sido una pieza muy importante para mí como violinista tener la maestra en casa. Mi madre toca en la orquesta sinfónica de Madrid, mi tía en la Orquesta Nacional y mi otra tía en la Banda Municipal de Madrid. Mi madre siempre ha estado en activo, sigue estudiando y tocando. Recientemente tuvo una caída, fue un poco drama familiar porque no sabíamos si podría volver a tocar el violín, y ha estado un año de rehabilitación y el otro día se reincorporó. Es un modelo importante para mí. Tenerla en casa ha sido una ayuda para mí. Pero está bien que haya un maestro ajeno, que no haya broncas familiares por culpa de un violín.

 

¿Algún otro de tus maestros te ha dejado su huella a fuego?
El primer maestro siempre es importante, la persona que te enseña a coger el violín, a hacerlo sonar, la evolución del principio es muy emocionante, hay mucho por aprender y se avanza mucho. Entre esos primeros maestros, Sergio Castro, y también Ara Malikian. Le conocí cuando tenía 18 años, estaba pensando irme a estudiar fuera y decidí quedarme, porque él acababa de llegar a España y estaba en un momento buenísimo. Empecé a estudiar con él, y a la vez me presenté a las pruebas del Conservatorio Superior. Conocí a Vartan Manoogian, Lian Chai también me ayudó mucho… Todos los maestros que he tenido me han dejado su huella.

 

El violín es un instrumento que requiere mucha disciplina.
Yo creo que cualquier instrumento requiere mucha disciplina, tiene un trabajo que no siempre es muy divertido, un trabajo técnico, más duro. He estado de profesor en el Conservatorio de Madrid y siempre me encuentro con la misma historia. Ahora hay PlayStation, Xbox, móviles, Facebook… Competir contra eso y tener a un chaval estudiando escalas en su habitación es un poco imposible. La disciplina y la técnica no tienen que estar reñidas con la diversión, deberíamos reinventar esa parte escabrosa y poco agradable y convertirla en algo un poco más divertido.

 

Tal vez podáis darle la vuelta y enseñar de otra manera.
Cada vez hay más gente que está haciendo cosas muy diferentes con la música clásica, inventándose nuevos recitales, combinándolo con teatro, algo más cercano al público. Parece que la música clásica no se puede disfrutar si no la entiendes, y no es así. La música está para transmitir sensaciones, no hay que ser un entendido para disfrutar de la música. Es una responsabilidad para los músicos clásicos atraer a la gente..

 

Tu perfil es un poco especial: no has sido músico clásico al uso, pronto abriste un camino paralelo en el rock.
Me siento muy a gusto en el rock, aquí tengo muy buenos amigos y me siento muy querido, siento que una parte de mí pertenece a eso. Por eso en este momento estamos donde estamos. He vuelto gracias a que Quique me ha llamado y me ha preguntado si quería estar en la banda, y le he dicho que por supuesto que sí, siento que pertenezco a esas canciones y a ese mundo. No es incompatible para nada, mi formación es clásica, terminé mi carrera, y todo eso lo aprovecho para hacer la música que me apetece, estar con la gente que me apetece y para involucrarme en los proyectos en los que estoy a gusto.

 

De hecho, desde muy joven has tenido tus propias bandas, como Zona Tsunami.
Sí, la banda ya no existe pero seguimos tocando juntos, existen muchas otras pequeñas bandas en las que colaboramos entre nosotros: Los Lebowsky, Willie B Planas, Los chicos de los viernes…

 

Recuerdo tus violines junto a Enrique Urquijo y los Problemas, en el disco «Desde que no nos vemos». ¿Qué recuerdas tú de entonces?
Allí estoy, en aquellas canciones, en la grabación de ese disco y en la última gira de Enrique Urquijo. Mi tío Pepe Egea, que en paz descanse, tenía un estudio de publicidad. Cuando tenía diecisiete o dieciocho años me llamó para grabar un tango, el pianista era Víctor Reyes, y la acordeonista era Begoña Larrañaga. Después de la grabación, Begoña me dijo que tenía una cosa la semana siguiente, y se abrió una puerta. Fuimos a Torresonido, en el 98 o 99, a grabar “Desde que no nos vemos”, con Joaquín Torres. Con Enrique fue un aprendizaje en todos los sentidos, en el musical y en el humano. Le estoy muy agradecido a Enrique por todo lo que me enseñó. Era un tipo muy generoso y muy buena persona, con una sensibilidad increíble, con un público muy fiel. Pude vivir el cariño que le tiene el público a las canciones, eso es lo que mantiene vivo al artista, y cómo él devolvía ese cariño, y cómo nos trataba a la banda. Yo era el pequeño, y sentía su protección acerca de las cosas no tan buenas que rodean a ese mundo.

 

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“Estamos poniendo el violín en un sitio en el que antes no estaba, no somos ni los responsables ni los impulsores, simplemente estamos ahí”

 

Enrique era también un músico muy abierto de mente. Ahora es más frecuente encontrarse más violines en el rock, pero entonces no lo era tanto, y tampoco era habitual atreverse con géneros como la ranchera.
Realmente no se veía tanto. Estaba Santi en El mecánico del Swing, y Fermín Aldaz, el violinista de Los Problemas, que no pudo seguir y yo le sustituí. Ahora sí se ven más violinistas, nos conocemos todos: Diego Galaz, Raúl Márquez, Roberto Jabonero… Estamos poniendo el violín en un sitio en el que antes no estaba, no somos ni los responsables ni los impulsores, simplemente estamos ahí.

 

Abriendo la veda.
Claro, en un grupo de rock puede haber un violín, o una mandolina.

 

Ahora que hablamos de la mandolina, es otro de los instrumentos que tocas, que son unos cuantos: guitarras, bajo, batería…
Bueno, lo que yo toco es el violín. Tuve mis momentos con la batería, en un grupo hardcore, con dieciséis o diecisiete años, y tuve que dejarlo porque me salían ampollas en las manos y no podía tocar el violín. Las baquetas son más duras que el arco y el mástil. La mandolina es un instrumento con la misma afinación del violín, me estoy metiendo bastante con ella. Estoy escuchando buenos discos, a Chris Thile, uno de los grandes mandolinistas, y siempre he estado de alguna manera en la música country, es un instrumento que se utiliza mucho en el bluegrass… Me he puesto con ello más en serio, es un instrumento impresionante, tiene una gran versatilidad, se puede utilizar en muchos ámbitos y en estas formaciones con Quique entran muy bien. Mi chica me va a echar de casa, me levanto y me acuesto tocando la mandolina. Cualquier día veo la mandolina en la basura y la maleta en la puerta [risas].

 

En una entrevista, Quique me comentó que le apetecía mucho volver a tocar contigo, con alguien “de la casa”, que antes ya eras un musicazo y ahora además tocas muy bien la eléctrica.
Sí, siempre he tenido guitarras eléctricas en casa pero nunca han formado parte de mi set de trabajo. He tenido la suerte de tener buenos guitarristas cerca. Hacer una gira con Carlos Raya o David Gwynn es algo que se te queda en la mente, me gustaría mucho que sonara así, son unas referencias buenas. Evidentemente, mi guitarra no suena como las suyas, pero sí creo que he avanzado un poco en ese terreno, me lo ha pedido la música y me siento a gusto con la guitarra.

 

¿Es cierto, como dice Quique, que puedes tocar una canción sin haberla escuchado antes?
Con Quique ha sido una constante siempre. Muchas veces se ha puesto a tocar en directo canciones que estaba componiendo, o que yo la había tocado con violín pero no con acústica, y muchas veces ni siquiera la conocía. Es una de las cosas que más me gusta de Quique, con él la música fluye, muta, pasan cosas, y eso hace que su repertorio esté vivo.

 

Sus directos lo son.
Sí, hay muy buena comunicación. La dinámica que tiene el repertorio de Quique es muy grande. A veces está muy arriba, otras veces rozando las cuerdas, luego él solo… A veces con tres eléctricas, bajo y batería, y otras con mandolina, violín, contrabajo y acústica, son cosas que requieren que la banda estemos con los oídos muy abiertos.

 

¿Sois una banda en el sentido amplio de la palabra?
Sí, la verdad es que nunca habíamos tocado todos juntos, y hemos hecho buen equipo, personal y musical.

 

¿Y revives la etapa anterior, la época de «Kamikazes enamorados» y «La noche americana»?
Estuve con él seis años. Le he visto luchar metro a metro lo que tiene, nadie le ha regalado a Quique lo que tiene. Hemos tocado para quince personas y para mil doscientas. Hemos tocado en garitos, a dúo, a trío, ha hecho infinidad de garitos él solo, con banda… Se lo ha currado de verdad, se merece todo lo que tiene. Es un gusto estar en la banda de un músico así, un tío muy honesto y muy de verdad.

 

Recuerdo aquella época, cuando tocabais en la sala Galileo, casi cada mes.
En Galileo hubo una temporada con muchos conciertos, llegamos a estar violín, clariente, guitarra acústica y bajo, formaciones un poco extrañas a veces. Las canciones están ahí, es muy difícil estropear una buena canción, y a Quique no le conozco una mala canción. Con hacerle un buen traje, vale.

 

Ha llegado Quique, es el momento de hacer la prueba de sonido, así que interrumpimos la entrevista. Desfilan ‘Suave es la noche’, un rescate certero que Quique asegura que es “¡el hit de esta gira!”, y ‘Manhattan’, seguidas de ‘No encuentro a Samuel’, donde Edu cambia la acústica por el violín, Boli coge el contrabajo y Pepo la mandolina. Llega César Pop, sube al escenario y en el tiempo muerto alguien empieza a puntear ‘Stand by me’. Quique finge arrancarse en broma, y le sigue divertido el acordeón de Pop. Se respira el buen humor y las ganas de tocar. Después desfilan ‘Dallas Memphis’, de nuevo acústica, y terminan con la electricidad de ‘¿Dónde está el dinero?’, perfecta antesala de lo que deparará la noche. Terminan y retomamos la entrevista.

 

Ahora que os veo, me parece que “Delantera mítica” era un título premonitorio: la delantera mítica sois vosotros, la banda.
[Risas]. Él se refiere a los amigos, para mí es mi amigo y estar en su banda para mí es mítico.

 

¿Y qué significa la pantera que cuelga del techo sobre el escenario?
Es Cayetana, es el logotipo de la gira, nuestra mascota. La lleva Edu en el parche del bombo, todo el mundo lleva la pantera en la camiseta [risas].

 

Habéis tocado una muestra de lo que se escuchará esta noche… Y todos probáis muchos instrumentos distintos, aunque tú quizá el que más.
Sí, para ver todas las combinaciones de instrumentos. Pepo lleva la acústica, la eléctrica y la mandolina, Boli el bajo y el contrabajo, Quique lleva tres acústicas y una eléctrica y yo llevo el set acústico: violín, mandolina, acústica y eléctrica.

 

Al verte hacer los coros con el violín, recuerdo que también te he visto cantar alguna vez, en algún concierto de Quique.
Sí, alguna vez Quique me ha dejado cantar alguna canción en directo, cosa que le agradezco muchísimo. Me gusta escribir canciones, no tengo la pretensión de ganarme la vida haciéndolas pero sé que voy a hacer canciones toda la vida. Aunque no vayan a ninguna parte, es una necesidad, me gusta escribir y salir a cantar.

 

Llevas tiempo trabajando en «Pagagnini», un espectáculo que combina música y humor. ¿Cuál ha sido tu mayor aprendizaje en ese proyecto?
Con «Pagagnini» hemos dado la vuelta al mundo. Para mí ha sido una universidad de seis años, de ir a otros países y ver cómo la gente se ríe, cómo se emociona, cómo la música y el humor son dos lenguajes universales con los que puedes viajar por todo el mundo. Cada uno lo hace a su manera, cada uno vive su propio show. La música nos ha llevado a sitios donde no habríamos ido de otra manera.

 

Te ha abierto los ojos… ¿Fuera cuidan más la música?
La gente sale del país como las ratas que huyen del barco. «Pagagnini» es un proyecto internacional, si no fuera porque trabajamos fuera, tendríamos muy limitado el trabajo. Supongo que Quique también está pensando en ir a Sudamérica, hay que tener un ojo puesto fuera.

 

¿Cómo vives la situación de la industria musical?
Parece que la música y el acceso a la cultura se están convirtiendo en un artículo de lujo cuando debería ser un derecho fundamental. Creo que los músicos y los artistas en general tienen la responsabilidad de ser espejo y reflejar lo que está sucediendo. En estos momentos se cierran escuelas de música y se abrirán escuelas de crupieres para Eurovegas. Creo que debemos luchar para proteger un valor cultural. No creo que debamos ser el patio de recreo de Europa. La gente joven de este país vale mucho más que eso, no deberían verse obligados a largarse y se merecen algo mejor. Muchos artistas se juegan su dinero cada vez que exponen su trabajo. Los que cierran las escuelas de música se gastan el dinero de todos para proteger su trasero. Es el mundo al revés.

 

Viendo tu trayectoria, pareces un espíritu inquieto.
Siempre estoy pensando en nuevos proyectos, no tengo demasiado tiempo libre. Voy a ser papá y me apetece tener más tiempo, pero me he metido en líos gordos. Estoy produciendo el próximo EP de Nur, pianista y autora de todos los temas y con una voz prodigiosa. Una gran letrista muy comprometida con su historia. Honestidad, que es lo que hace falta. También estoy con un par de cosas, una tiene que ver con canciones y otra con un grupo instrumental. Para mí siempre ha sido un sueño tener un grupo instrumental.

 


¿Aún te queda tiempo para más?
Estoy haciendo la dirección musical de «Stradivarias», es la historia de cuatro divas de la música que fusionan música clásica y popular, de Schubert a Police pasando por Mozart, Beethoven y Queen. Una apuesta arriesgada para los tiempos que corren, ya que también estoy metido en la producción. Invertir en música o teatro ahora mismo parece una locura, pero la crisis no puede impedir que la gente haga cosas. El mundo hay que moverlo de alguna manera, ¡sobre todo si queremos que cambie!

 

En un rato vuelves a subir al escenario. ¿Te vuelve a picar el gusano del rock?
Yo siento que pertenezco a este mundo. Para mí es una decisión acertada volver, porque siempre lo he echado de menos. Lo necesito. Quiero que forme parte de mí siempre.

 

 

Anterior entrega de Carlos Gamón, investigando en la batería pop.

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