«Me compré un serrucho, es con el instrumento con el que me siento más identificado, el único con el que me siento capaz de todo. Es insufrible estudiarlo, pero tiene una relación muy bonita entre la intuición y lo físico. Depende de la fuerza con la que le des con la mano, la misma nota se puede encontrar en varios sitios a la vez»
Comenzó de técnico de sonido, luego se especializó en tocar el serrucho y el theremin y ahora es productor de Álex Ferreira y Jorge Drexler, entre otros. Con Drexler ha estado detrás de la aplicación «N».
Una sección de ARANCHA MORENO.
Apenas se ha sentado en el Café Belén (en el centro de Madrid), Carles Campi me asegura que no se acaba de sentir músico. Me cuenta que llegó a la música de forma accidental, como técnico de sonido, y como sucede en los mejores accidentes, una casualidad le llevó a otra, entre ellas una gira con Jackson Browne, y acabó convirtiéndose en uno de los pilares fundamentales en los que se apoya el músico Jorge Drexler. Con él ha desarrollado el proyecto “N”, una aplicación musical pionera para smarthpones y ipads, un “parto” que les ha llevado la friolera de quince meses. Al margen de esta aventura, Campi Campón, como le bautizó el músico Martin Buscaglia, ha trabajado con Marlango, Eliseo Parra o Lisandro Aristimuño, y se le relaciona con instrumentos insólitos: no es raro verle tocando el theremin o el serrucho en directo con otros músicos. Las producciones de “El afán”, último disco de Álex Ferreira y “El feo”, de The Cabriolets llevan su firma, rúbrica que también aparece en un par de canciones del próximo disco de Natalia Lafourcade, “Mujer divina”. Desde hace dos años produce, graba y mezcla toda la música de Drexler, y antes de eso, coprodujo “Amar la trama”, grabó “Cara B” y el audio del documental “Un instante preciso” de Manuel Huerga. Le pillamos recién llegado de Cádiz, donde prepara el pregón que dará este año el músico uruguayo. Se toma un té y se le queda frío, mientras se sumerge en una historia que promete ser mucho más corta y superflua de lo que es en realidad.
No tienes orígenes musicales, pero sí algún vínculo con la música.
Mi vínculo era mi hermano, el músico de la familia. En algún momento pedí tocar el piano, porque me gustaba como objeto. Supongo que cuando entendí que estudiar suponía emplear muchas horas dejó de interesarme.
¿Y cómo empezaste a tocar, entonces?
Tenía un amigo que quería cantar en un grupo, y quedábamos para hacer ruido. Mi primer concierto fue de batería, al segundo me mandaron al bajo, que es el instrumento que nadie sabe tocar. Mi hermano me había enseñado la línea del ‘Stand by me’. Hubo épocas que lo estudiaba mucho, pero estudiar me parecía un coñazo. Me di cuenta de que me interesaba mucho el sonido, probar efectos… Un amigo de mi hermano tenía una empresa de sonido y empecé a currar con él los veranos en orquestas. Teníamos unos colchones hinchables, los metíamos debajo del escenario y dormíamos allí, era una locura. Fue una época de aprender cómo funcionaba un concierto: la mesa de sonido, los cables, las luces… Supongo que en su momento era tan duro que al final te quemas.
¿Lo dejaste?
En mi generación, si querías ser alguien parecía que tenías que tener una carrera. Hice diseño industrial, el mundo de los objetos siempre me ha interesado y el diseñador industrial es el que se inventa los objetos. Era una carrera muy cara y tenía que pagarme los estudios, porque en mi casa no hemos sido millonarios nunca, y trabajaba en centros públicos y me inventaba excusas para montar conciertos. Hubo una época en la que los centros cívicos montaban salas de ensayo, y me las encasquetaban a mí. Y un día apareció allí Jackson Browne.
¿Jackson Browne ensayaba en esos locales?
Sí, Jackson hizo una gira de músicos locales y no sé cuántos invitados: Kiko Veneno, Loquillo, Maria del Mar Bonet, Dani Nel.lo… Todas las canciones que tocaban eran de Jackson, y luego él tocaba solo con el piano o la guitarra. Jackson me propuso ir de stage management en la gira, y yo no sabía ni la figura que era. Me pareció muy fuerte.
Así que ese fue tu primer accidente musical importante.
De repente me vi en medio de una gira y me encantó la experiencia, aunque para mí era con fecha de caducidad. Me sirvió para conocer a musicazos, como Javier Mas, que toca con Leonard Cohen; músicos que son referentes, sobre todo Kiko Veneno. Terminé mi carrera, yo era una de las jóvenes promesas del diseño industrial [risas], bueno, uno de los alumnos estrella de mi generación…
Tenías futuro laboral; la vida resuelta por esa vía, entonces.
Sí, tenía posibilidades de hacer eso a largo plazo, de hecho hacía bolos mientras trabajaba en el departamento de diseño de Roca. Pero decidí parar y me enrolé con un amiguete que tenía una empresa de sonido, y empecé a relacionarme con la música en directo. Mi primer sueldo fue como técnico de sonido, por eso no me siento muy músico. Yo vengo de estar ahí, en la mesa. Estar en la mesa de una sala con quince mil personas y trabajar con grupos que suenan bien es una gozada, como si tocaran para ti, te da una sensación de poder muy bonita. Me acuerdo de un concierto de Eliseo Parra en el Forum de Barcelona, con mucha gente, fue un conciertazo con un sonidazo y pensé “esto es como currar con Peter Gabriel”.
El sonido empezó a ganar al estudio de diseño…
Bueno, seguía haciendo bolos pero con el estudio. Pero empezó a subir el curro de técnico de sonido, y apareció Martin Buscaglia, y a las dos horas de conocerle ya éramos superamigos. Él estaba preparando un disco, a mí me encantaba su música y le ofrecí echarle un cable con las maquetas. Vine a Madrid, le eché una mano y me llamó luego para grabar el disco “El evangelio según mi jardinero”. La gente dice que ese disco suena muy bien, a mí me parece rarísimo. Entonces llevaba un tiempo trabajando con Tactequeté, músicos que tenían la cabeza muy abierta. Con ellos entendí que la música no es bajo, batería y guitarra, algo que parece muy evidente pero pasa.
¿Ahí fue cuando empezaste a tocar instrumentos raros, como el serrucho o el theremin?
Ahí empecé a coleccionar instrumentos, no sabía tocarlos pero los tenía. Cuando vi la escena final de la película “Delicatessen”, de dos niños tocando en un tejado, pensé “yo quiero eso, tocar el serrucho y algún día encontrar a una chica que toque el chelo y subirnos al tejado”. Me compré un serrucho, es con el instrumento con el que me siento más identificado, el único con el que me siento capaz de todo. Es insufrible estudiarlo, pero tiene una relación muy bonita entre la intuición y lo físico. Depende de la fuerza con la que le des con la mano, la misma nota se puede encontrar en varios sitios a la vez… Es muy intuitivo. Además no lo tocaba nadie, había un nicho de mercado. De ahí derivé al theremin, porque son de la misma familia tímbrica, la manera de tocar también es muy intuitiva, hay muy poca gente que lo toque bien, somos muchos los que lo tocamos muy mal.
Es muy abstracto, tocas el instrumento sin acariciarlo.
Es que no lo tocas, en un instrumento con trastes tienes referencias, pero aquí no hay distancias, pueden cambiar. Si de repente hay un cambio de temperatura, la distancias de las notas cambian. En el disco de Buscaglia metimos muchas cosas raras, a él le encantan los juguetes. Empecé a hacer bolos con él, tocando el serrucho, el theremin, un pianito de juguete… Nos inventamos el dúo-orquesta, él con la guitarra y yo con los instrumentos, muy divertido. Y empezaron a surgir cosas.
¿Qué cosas?
Un día conocí al técnico de P.A. de Jorge Drexler, que fue el productor de “Cara B” y de “Amar la trama”, Matias Cella, y me preguntó si podía ser técnico de monitoreo en el Festival Pirineos Sur. Yo era fan de Jorge hace años, ahora también, bueno, ahora un poco menos [risas]. Después de eso, me llamó Matías otra vez porque Jorge iba a grabar un disco en directo, en siete conciertos, y estaba buscando técnico de grabación en Cataluña. Me llamaron porque me conocían, no porque fuera el mejor, en la música muchas veces las cosas funcionan así. Y en esa gira Jorge quería hacer algo diferente.
Hacer algo diferente es habitual en la forma de trabajar de Jorge Drexler.
Sí. Él me conocía de la vertiente friki que tenía con Buscaglia, me llamó para ver qué se me ocurría y me dijo que fuera a Madrid. Vine cinco días a casa de Jorge, en El Escorial, para hacer ensayos para la gira. Empecé a poner micrófonos en la calle, sampleando lo que pasaba, y a partir de ahí empezamos a inventarnos el formato de “Cara B”. Grababa sonidos de los sitios, hacíamos bases con ellos, los incluimos… En esa época escuchaba mucho a Matmos, un grupo de música electrónica que había trabajado con Björk y hacían eso. Con todo eso se hacía un documental dirigido por Manuel Huerga. Un día me fui a grabar los cánticos de la afición, a un partido de baloncesto, y en mitad del partido me llamó Jorge y me dijo que tenía una reunión con el director del documental al día siguiente y necesitaba enseñarle algo. Me fui a casa y en media hora hice dos collages sonoros. A partir de ahí empezamos a desarrollar eso.
«Drexler, como hace con el público, hace con su equipo de trabajo: te embauca, consigue que acabes dando lo mejor de ti, te hace perder el miedo, todo vale»
Algo distinto al típico disco en directo, entonces.
Jorge no quería hacer un doble disco de sus hits, quería hacer un disco de guitarra y voz porque no ha hecho nunca ninguno, y hay mucha gente que le prefiere así. Es muy cercano, muy único. Cuando tocó en el Teatro Coliseum de Madrid había un problema con la calefacción y hacía un frío impresionante, y Jorge cogió la silla, se fue delante del todo y se tiró allí todo el concierto. No todo el mundo hace eso. Como hace con el público, hace con su equipo de trabajo: te embauca, consigue que acabes dando lo mejor de ti, te hace perder el miedo, todo vale.
¿Qué pasó después de la gira?
Sorprendentemente, el disco tuvo una gira que duró dos años. Yo iba a hacer los primeros conciertos de la gira y ya está, pero en el concierto empezamos a desarrollar un lenguaje raro. Él empezó a practicar las famosas salidas del técnico al escenario, muy sello de Jorge en los últimos años, y Matías, Jorge y yo hicimos un equipo indivisible. Nos pasamos dos años grabando por todo el mundo, con un lenguaje que funcionó para el directo de sonidos, tengo una colección de avisos de aviones de todo el mundo. Llegó un punto en el que Jorge me pedía cierta exclusividad, y le dije a mi socio hasta luego y me vine a vivir a Madrid. Mi primera gira de verdad fue con Jorge, es como si juegas ligas en tu pueblo y te ficha el Barça. Bueno, el Barça no, que yo soy del Español [risas]. Para mí era muy raro, por suerte no me pasó con veinte años, lo supe relativizar. La gente me consideraba músico, pero yo me consideraba técnico que tocaba el serrucho y el theremin. Trabajar con Jorge hace que la gente te conozca, es un tío muy respetado por el público y por los músicos, no hay muchos artistas tan respetados por la gente del gremio.
¿Te salieron otros proyectos en ese tiempo?
Sí, produje un disco de flamenco electrónico, de Almasäla, fue la primera producción en la que yo llevaba el mando. Conocí a Álex Ferreira, nos hicimos amigos y le produje el disco. A través de él conocí a Natalia Lafourcade, que para mí es una diosa, vino a tocar a Madrid y trabajé con ella. Me conocían como «el del serrucho». Lo que iban a ser tres días se convirtieron en dos semanas de trabajo, y acabé produciendo dos canciones del disco «Mujer divina». He tenido la suerte de haber trabajado siempre con gente a la que admiro y de la que aprendí mucho.
Serás «el del serrucho», pero eres un embajador de esos instrumentos aquí.
Yo soy muy fan de Suso Saiz, creo que yo me dedico a esto por su culpa. A mí la música nacional no me gustaba mucho, pero los discos que hacía Suso me gustaban casi todos, por ejemplo los primeros discos de Javier Álvarez. Me dio a entender que había una mente pensante detrás de todo eso, que dirigía los hilos, que se salía del bajo-batería, fue la primera vez que tuve conciencia de eso.
Ahora eres el productor de Jorge Drexler. ¿Cómo pasaste a serlo?
Jorge podría trabajar con los mejores, si quisiera lo haría, pero siempre ha trabajado con amigos, no con productores estrella. Él hace canciones y las viste, lo que sucede con esas canciones tiene más de accidental que de premeditado. Si en el disco suena un saxo barítono, seguramente es porque no había un trombonista. Funciona un poco así, es como los buenos cocineros de casa: cocina con lo que tiene en la nevera. Le encanta generar grupos de trabajo y ver hasta dónde llegan. Yo entré por accidente, el productor artístico era Matías, pero él se volvió a Argentina y yo ocupé su trabajo y el mío, no fue premeditado. Estar con él es una ventana, me han ofrecido proyectos en Colombia porque trabajo con Drexler. Yo soy igual de malo que si no trabajara con él, pero bueno… No tengo ambición de ser un productor estrella, a lo mejor dentro de cinco años estoy haciendo paellas en un chiringuito igual de feliz.
Obtuviste una nominación a los Grammy por “Amar la trama”…
Sí, pero una nominación no sirve para nada. Cachorro López, el productor argentino, tiene una mesa con quince Grammys puestos, pero yo no me siento identificado con eso. Entiendo que es su negocio y lo puede gestionar como quiera, pero yo no le contrataría nunca, porque busco otra cosa. Si me centrara en eso tendría una web, un curriculum super elaborado…
…Y no serías tan humilde.
Intento ser humilde pero no por obligación. En una de tus entrevistas, mi compañero Borja Barrueta decía «oír y callar». Mi frase es «el movimiento se demuestra andando», cuando lo hagas sabremos si es verdad o no. Soy muy mal vendedor, de lo que te he contado me habré olvidado del 60% de las cosas vendibles.
Porque sigues andando, como tú dices. Hablemos de la aplicación “N”, que habéis elaborado Jorge Drexler y tú para smarthpones y tabletas.
Surge por accidente, como todo, en una cena con unos amigos. Siempre que Jorge conoce a alguien maravilloso me llama. Se formó otro equipo de trabajo para hacer una «brainstorming», su palabra favorita: reunirse para que digamos chorradas muy salvajes. Nos explicaron lo que se podía hacer con una tableta y empezamos a desarrollarlo. La primera canción tardamos la vida en hacerla. El último disco de The Cabriolets, “El feo”; lo produje yo, y lo grabamos en cinco días. Fue llegar, poner las máquinas y darle al botón. Pasé de eso a esto, que era mirar no sé cuantas combinaciones de voz y que todas funcionaran con todas. Hay un proceso de ensayo y error de horas y horas editando como un loco. La canción fue construida a partir de todo eso, fue hecha a collage. Después de hacer dos discos de directo, la manera de trabajar de Jorge en estos dos últimos años ha sido esta. Hemos grabado más cosas: música para un ballet de Julio Bocca, canciones para películas, una canción para un homenaje a Caetano Veloso… Últimamente está trabajando el formato collage.
¿Has encajado todas las piezas tú solo?
Sí. Tengo cierta tendencia a ser muy Juan Palomo, es algo que no me gusta de mí. Necesitas tanto nivel de involucración que intenté delegar cosas, pero no podía, era muy difícil de entender. La cabeza de Jorge va mucho más rápido que la de los demás, entenderle es una capacidad que desarrollas yendo al gimnasio, y yo llevo así seis años. El núcleo duro de los que hemos desarrollado “N” somos cuatro o cinco. También se suma el factor económico, en un estudio no se hubiera podido hacer. Un día leí una entrevista sobre la aplicación de Björk, y me di cuenta de que estaban haciendo lo mismo que yo. Yo acabé cambiándome todo a casa para que ir lo más rápido posible. Ha sido un parto, hemos tardado como quince meses. El aprendizaje no fue fácil. Ahora me atrevería a hacer otra, porque ya sé cómo es.
Un trabajo duro. ¿Hubo algún momento especialmente difícil?
Sí, el último mes fue horrible. Te das cuenta de que hay un montón de factores que no controlas. En un disco puedo controlar cómo lo grabo, lo mezclo o lo masterizo, y puedo dirigir cómo quiero que la banda lo toque, pero aquí la masterización la hace una máquina. Me aseguré de que sonara consecuentemente bien el máximo número de veces posible. Me puedo vanagloriar de ser el que más versiones de “N” ha escuchado en su vida. Cuando salió, las primeras semanas estuve muy pendiente, y veía que había cosas que corregir. Si quisiéramos, esto no se acabaría nunca. Yo no creo que estemos haciendo algo muy grande, hemos hecho una manera diferente de escuchar música, en la que el oyente tiene cierta capacidad de decisión. Es un gran cambio, pero yo soy moderadamente optimista.
¿Creéis que habrá alguien que siga esa senda?
Hay artistas de primera línea internacional que ya han llamado para preguntar cómo se hace. Es una manera nueva de ganar dinero con la música. No sé nada de cifras de descargas ni de lo que ha ganado, pero sí sé lo que ha costado, y barato no es. No es una aplicación que pueda hacer cualquiera, tiene que ser alguien que quiera involucrarse mucho en el proceso. Este proyecto pone en entredicho el derecho de autor. El de la música está claro que es Jorge, pero de la letra no está tan claro, porque las palabras no son de su propiedad.
Claro, digamos que Jorge es dueño de las palabras en ese orden, pero si las desordenas, ya no son de nadie.
Sí, habría que ver qué pasa, no sé si en la SGAE se lo habrán planteado. Plantea situaciones nuevas.
Me contabas antes que acabas de volver de Cádiz, donde estáis preparando el pregón del carnaval.
Jorge es el pregonero, y eso implica montar un espectáculo exclusivo y único para ese día. Aparte de la natural exigencia de Jorge con el trabajo, está la reticencia de qué hace un uruguayo de pregonero en el Carnaval de Cádiz, y hemos hecho un trabajo de inmersión. Hemos trabajado con gente de Cádiz, Jorge ha hecho una canción exclusivamente para eso, ‘Cai creo que caí’. Ahora, de camino, tengo llamadas perdidas suyas para hacer correcciones del espectáculo.
¿Y lo próximo?
Jorge en principio tiene que sacar disco este año, lo va a sacar, pero no sabemos si va a ser ahora, en verano… A pesar de que mi vida gira muy en torno de lo que hace Jorge, con Álex Ferreira trabajo bastante, aunque ahora no es un gran momento para los artistas pequeños. También estoy trabajando mucho con el percusionista argentino Martin Bruhn, sacó un disco que produje yo, “Criollo”, y toco con Didi Gutman, el teclista de Brazilian Girls, que presentan el proyecto “Masa”. En algún momento de este año, hay una idea de hacer un disco con Moisés Sánchez, un poco lo que hacen Richi Sakamoto y Alva Noto, un proyecto que se llama «Piano y efectos». Uno de mis proyectos de este año es tener un estudio propio, tengo especial manía a los estudios de grabación, me parecen sitios rarísimos, donde no pasa el tiempo. Intento trabajar siempre en casa, pero me gustaría tener un espacio para generar cosas… No sé qué más te podría contar, ¡aparte de que tengo unos sobrinos maravillosos!
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