“Yo siempre he bebido de la música clásica, y me apasiona la moderna, así que he intentado aunar las dos cosas. He vuelto a la raíz pero desde el punto de vista de hoy, intentando improvisar y llevando esa música por un camino nuevo”
Pongámonos en pie para recibir al invitado de Arancha Moreno de esta semana: el señor Andreas Prittwitz, toda una institución unipersonal. Un nombre esencial en los últimos treinta años de la música popular española.
Una sección de ARANCHA MORENO.
Este alemán es clarinetista, flautista y saxofonista, y desde su llegada a España, hace algo más de treinta años, ha formado parte activa de nuestra historia musical. Suyo es el clarinete de ‘Y nos dieron las diez’ y de otros muchos temas de Joaquín Sabina; suyo es el saxo que ha acompañado en muchas giras y discos a Miguel Ríos y suyos son los vientos que siguen acompañando a Javier Krahe. Por si esto no fuera suficiente, ha sido productor de múltiples discos de rock: desde Toreros Muertos hasta 091, su nómina es tan amplia como su trayectoria. Después de andar con cantautores, rockeros y proyectos varios, ha vuelto a acercarse a la música clásica, pero con semejante bagaje solo podía hacerlo desde una óptica moderna. Nos encontramos con él en la cafetería del Círculo de Bellas Artes, un lugar perfecto para conocer a este músico que, después de tanto tiempo entre nosotros, domina el español como un madrileño más.
Eres intérprete de flauta de pico, clarinete y saxofón, aunque he leído que también tocas algún otro instrumento…
Realmente solo esos tres. Hay gente que piensa que toco más instrumentos, pero es porque hay muchos tamaños de flautas de pico y saxo.
Al margen de músico, eres productor, ¿de forma puntual o habitual?
Habitualmente. Hay épocas en las que produzco más, en los 90 hacía muchas producciones comerciales. Yo produje el primer disco de Toreros Muertos, y de grupos de la época: 091, el disco “Perder o ganar” de Los Elegantes… Produje muchos discos de rock, pero también de folk, jazz… También produje la big band de Miguel Ríos. Fue la época en la que trabajé como músico profesional con muchos cantautores: Sabina, Serrat, Victor Manuel, Ana Belén…
¿Tus primeros pinitos fueron en el jazz?
No, empecé con la flauta de pico, un instrumento muy importante en el Barroco, y no tiene nada que ver con la de los niños. Mi formación es clásica, sobre todo en épocas antiguas. Cuando vine a España empecé a tocar de forma autodidacta el clarinete y el saxo, y comencé a meterme en los ambientes de jazz, tocaba en Malasaña y en clubes: Café Central, el Whisky Jazz… Ahí me empezó a ver gente del ambiente más comercial. Empecé a tocar con Suburbano, que después acompañó a Luis Eduardo Aute, y ahí me vieron los cantautores. Siempre he seguido haciendo jazz, y también como solista de flauta de pico, pero esos treinta años trabajé en ese ambiente: cantautores, grandes giras y producciones de discográficas grandes, cuando existían. Esto cambió hace seis años: me separé de mi ex y de este ambiente, y empecé a dedicarme solo a mi propia música: editando mis propios discos, mis conciertos… Aunque siempre que puedo sigo tocando con mi amigo Javier Krahe.
¿Cómo surge la idea de “Looking back”, esta colección de discos tuyos interpretando piezas clásicas?
Yo siempre he bebido de la música clásica, y me apasiona la moderna, así que he intentado aunar las dos cosas. He vuelto a la raíz pero desde el punto de vista de hoy, intentando improvisar y llevando esa música por un camino nuevo.
A eso habrá ayudado mucho tu etapa rock.
Sí, fue una época maravillosa y adquirí un bagaje enorme, que luego tiene influencia en mi forma de tocar. Yo no soy un jazzista puro, me adapto al pop, al rock… A todo lo que me venga.
Acabas de publicar “Looking back over Chopin”, interpretando piezas de Chopin, y resulta que fuiste productor del disco “30 años de éxitos” de Toreros Muertos, aquel de ‘Mi agüita amarilla’. ¡Es un contraste muy chocante!
Mi amigo Javier y yo vimos actuar a los Toreros Muertos en un bar de Chueca, y nos pareció que eran la bomba, nos encantaban, así que les produjimos. Fue una producción ejecutiva, pagamos la grabación y conseguimos vendérselo a BMG, Ariola en aquella época. Fue el maxisingle más vendido del año, algo que no tuvo gran impacto en nuestra vida profesional, porque los Toreros, que eran muy especiales, nos pusieron a parir inmediatamente [risas]. Cuando les dieron el disco de platino, dijeron en una entrevista que “desde el principio supimos que con estos productores no íbamos a llegar a ninguna parte”. Era muy divertido aquello. Nos dedicamos a buscar gente que nos gustaba y nos parecían interesantes, teníamos un criterio más musical, con más experiencia como músicos. El caso de los Toreros, comercialmente, fue un acierto.
Aquellos 80 fueron una buena cantera de propuestas distintas y llamativas, muchos grupos irreverentes…
Sí, y había una aceptación más amplia de arriesgar con la música. Ahora, si no clasificas un artista muy claramente, parece que nadie te hace ni caso en las radiofórmulas. Con los años, ves las cosas cada vez más claras, quieres hacer tus propias cosas y salirte de las presiones de las discográficas. Hoy en día, gracias a la crisis discográfica, tenemos posibilidad de promocionarnos nosotros mismos, y sacarle rendimiento. Para los independientes tiene grandes ventajas este sistema. En cinco minutos pueden oírte en Japón, antes tenías que esperar años hasta que tu discográfica decidía editar tu disco allí. A lo mejor no vendes a gran escala, pero llegas a la gente que te interesa.
¿Cómo entraste en el círculo de cantautores?
A través de Suburbano, Aute…. Y el ambiente de Malasaña, todo el mundo iba a La Manuela, el Caramillo… Ahí empezamos a conocernos. Yo fui el primero que actuó en La Mandrágora, lo inauguré con un concierto de flauta de pico, y allí fue donde grabaron el disco Sabina, Krahe y Alberto Peréz. Conocí al dueño de la sala, que era muy amigo de Joaquín y Javier, y ahí empecé a tocar con Krahe.
¿Con todos ellos has tocado el clarinete, la flauta y el saxo?
Sí, siempre. Bueno, a veces toco el teclado, con Sabina tocaba los segundos teclados, pero mis instrumentos son los vientos.
¿Cuándo has trabajado con Sabina?
Trabajo con él desde la primera etapa. Mi primera aportación importante fue la grabación de “Joaquín Sabina y Viceversa en directo”, en el Teatro Salamanca. Lo pone en el disco: llegué prácticamente sin ensayar, con una barba que no me quitaba de encima, flequillo… Fue el primer disco que grabé con él. He estado en casi todos los discos, en el último con Serrat no, pero en el anterior creo que estoy en un tema. Casi siempre me llama por el clarinete, no hay mucha gente que lo toque, me da mucha pena porque es muy bonito, pero por otro lado me conviene, porque me llaman siempre.
¿Qué opinión tienes de él, como músico?
Lo tengo en lo más alto, con Krahe. Joaquín es de los artistas de los que más cerca he estado, aunque con el tiempo nos hemos alejado, pero es un tipo brillante como compositor y como poeta, y en ciertos momentos me ha ayudado sustancialmente a salir adelante con mi propia carrera.
¿En qué clásicos de Sabina sale tu clarinete?
Joaquín tiene una debilidad especial por el clarinete y siempre tiene alguna canción tipo Tom Waits, de noche, de bar… Grabé ‘Y nos dieron las diez’, y ‘La canción de las noches perdidas’, por ejemplo. Son muchas grabaciones y títulos, y muchas veces llegas al estudio y no sabes qué tema estás grabando. Tampoco he ido coleccionando discos…
¿No guardas tus trabajos?
No, gracias a Youtube y Facebook he recuperado un montón de cosas que he hecho y que daba por perdidas para siempre, como las giras que hice con Miguel Ríos. Soy un poco desastre en eso, pero siempre he hecho muchas cosas y tengo una enorme necesidad de hacer cosas nuevas. Ahora estoy con este disco, y ya estoy pensando en una idea muy buena que tengo.
Probablemente ese también sea un rasgo de tu forma de trabajar, hacer algo y estar pensando en lo próximo.
Sí, he sacrificado especializarme en algo concreto y la perfección técnica, pero me siento enormemente rico sabiendo hacer un poco de todo.
“Miguel (Ríos) fue el primer gran rockero que tuvo España, invirtió mucho del dinero que ganaba en llevar los mejores músicos y los mejores montajes, hay que agradecerle mucho su implicación para que aquello fuera algo muy importante para la historia”.
Has trabajado con algunos de los mejores letristas del país, Andreas.
Sí, al principio ni entendía lo que decían, pero creo que a ellos les hacía mucha gracia que el alemán tocara lo que quisiera. Con Krahe, en medio de una canción me ponía a tocar algo Barroco, y él y los músicos se tumbaban en el suelo a escucharme. Me meto en terrenos que no me corresponden del todo como extranjero, pero creo que en las letras Sabina, Serrat y Krahe están un poco por encima de todos los demás. Son muy buenos.
¿Dentro de esas giras de rock, también te permitían improvisar?
Sí, el saxofonista casi siempre tiene la suerte de hacer los solos, y la gran mayoría suelen ser improvisados. Hay quien te pide que siempre toques igual, para que el cantante pueda entrar más fácilmente, pero en general me han respetado la improvisación.
¿También fuiste saxofonista de Miguel Ríos?
Sí, me lo pasaba pipa. Miguel tiene una energía en el escenario solo igualada a Joaquín, salen al escenario y te guste o no lo que hagan, te arrastran. Con Miguel era espectacular, es un personaje muy cercano a los músicos. Hice la grabación de “Qué noche la de aquel año”, para televisión. Después hice la producción y dirección de la big band, “Big Band Ríos”, versiones jazz de sus canciones, hicimos una gira muy bonita, y mezclé esa grabación. Hicimos grandes giras muy emocionantes, es un cantante inmenso. En Latinoamérica la música rock no estaba tan aceptada, cuando tocamos en México fue la primera vez que autorizaban un concierto rock, el público estaba enloquecido y entregadísimo.
Muchos le señalan como la gran voz del rock español.
Esas cosas son delicadas, la música no es un deporte donde unos son ganadores y otros perdedores, pero hay que respetar mucho a los grandes personajes de cada época, aunque luego lleguen otros después. Miguel fue el primer gran rockero que tuvo España, invirtió mucho del dinero que ganaba en llevar los mejores músicos y los mejores montajes, hay que agradecerle mucho su implicación para que aquello fuera algo muy importante para la historia. “Rock and Ríos”, “Rock en el ruedo”… Eran unos espectáculos que no tenían que envidiar a los de fuera. Luego, supongo que por saturación, la gente empezó a desprestigiarle un poco, y cayó un poco en desgracia, fue muy injusto. Y me alegro mucho, porque su gira de despedida fue muy larga porque la gente demandaba seguir viéndole, creo que restauró ese prestigio perdido injustamente durante una época.
Manolo Tena, Víctor Manuel, Ana Belén… Has tocado y grabado para mucha gente. ¿Cómo lo compaginabas con tu propia música?
Hacía proyectos propios, pero pocos. Trabajar con ellos no te deja mucho tiempo libre, trabajas prácticamente en exclusividad, no te puedes comprometer a medio plazo con nada tuyo, no puedes firmar un concierto para abril porque a lo mejor ha salido un programa de televisión en Buenos Aires y tienes que irte con ellos. Hacía cosas, pero pocas.
Estos últimos años has estado más volcado en ellos con la serie “Looking back”. Por cierto, fue Krahe quien lo bautizó con ese nombre…
Krahe, además de un gran amigo, es una persona muy inteligente y muy creativa, de las personas más interesantes que he conocido en el mundo musical. Un día de concierto le comenté lo que iba a hacer, le puse la música que había grabado y le pedí un nombre para el proyecto. Se levantó y se fue, y cuando volvió me lo dio: “Looking back”. Es un nombre que expresa justo lo que quiero hacer. La suerte que tenemos los músicos es que a los cuarenta y tantos puedes empezar algo nuevo. Poder vivir bien de ello es una sensación de volver a nacer.
Llevas muchas décadas y has vivido muchos cambios, incluido el chaparrón actual, pero has sabido sobrevivir a la tormenta…
La crisis es tremenda. Los músicos estamos acostumbrados a estar en crisis, a hacer esfuerzos, a realizar giros… Estamos acostumbrados a adaptarnos a tiempos difíciles. Por otro lado, yo no busco vender un millón de discos.
Empezaste esta colección por el Renacimiento, siguió por el Barroco, y ahora le toca al Romanticismo. ¿Por qué Chopin?
Es el referente de la música romántica, fue la época en al que se descubrió que uno podía expresarse a sí mismo, anteriormente actuaban más por encargos, no expresaban tanto. Chopin es de los primeros grandes compositores que expresan sus propios sentimientos.
Te acompaña el pianista Daniel del Pino.
Es un pianista joven, uno de los jóvenes valores españoles, tiene un currículo muy grande, ha tocado en las mejores salas con las mejores orquestas del mundo. Tiene un interés por innovar dentro de la música que demuestra todo lo lejos que va a llegar. El disco lo grabamos en el Auditorio del Museo Thyssen, durante dos días, y todas las tomas son reales.
¿Cuánto tiempo lleva un proyecto como este?
Con esta serie llevo seis años, pero últimamente el trabajo se ha disparado bastante, porque hay muchas formaciones diferentes: un dúo, una orquesta… En los festivales te suelen pedir un programa especial, así que eso supone mucho trabajo, tanto de conciertos como de preparación. Me tiene muy ocupado.
¿Algún otro trabajo, últimamente?
Yo producía a un músico canario, Jose Antonio Ramos, que tocaba el timple, una guitarrita folklórica, era un músico fantástico e hicimos cinco discos juntos. Cuando se murió, cogió el testigo su alumno Germán López, al que le produje un disco el año pasado, se llama “Silencio roto”. Es un disco muy hermoso y sorprendente. Hice una producción también del grupo The Monomes, del primer maxisingle… Bueno, es que yo utilizo aún los términos antiguos.
Del rock no te alejas, entonces…
No me alejo, aunque tampoco se me acerca mucho últimamente. Tengo una banda de blues con Paco Simón, guitarrista de Red House. De vez en cuando me desfogo con él, con la guitarra eléctrica y el saxo.